Jesús Fuentes

ÁNGULOS INVERTIDOS

Jesús Fuentes


Cacería

22/07/2025

Sonaron los metales, tubas, trompetas y redes diversas, convocando a la «cacería de inmigrantes», a la «cacería del marroquí», a la «cacería del árabe». Y la sociedad española no pareció inmutarse. Ha continuado, distante e indiferente, con su vida ordinaria. La derecha ha condenado con la boca pequeña la violencia contra el emigrante sin aludir al verdadero instigador, porque en muchos lugares está en sus manos y en un futuro cercano conviene tenerlo cerca. No seré yo quien aísle a Vox, ha dicho el Sr. Feijóo. El «cónclave» de Valencia ha servido para eso. Para escenificar el giro de un partido de derecha tradicional hacia un partido añorante del franquismo del que nunca se ha desprendido del todo. Nadie se ha inquietado, salvo por las alteraciones del orden público. Ley y orden pide siempre la derecha en estos casos, pero sin decir cómo se consigue. ¿Con la fuerza bruta o con las armas de las sociedades respetuosas de los derechos humanos? Lo preferible sería acabar con los discursos de odio y mensajes racistas con la voluntad democrática de los ciudadanos. Abandonando estos su indiferencia y distanciamiento. En el combate contra el racismo no vale la equidistancia. Está en juego la democracia.
Las «cacerías», la palabra incluye violencia, sangre y hasta muerte, son justificables porque los emigrantes, por el hecho de emigrar, son delincuentes. O han venido a España a aprovecharse de sus sistemas de bienestar social. Aquí se vive mejor que en sus países. Lo mismo ocurrió en los años cincuenta y sesenta cuando los españoles marchaban a Alemania, a Francia, a Suiza. Nosotros éramos ellos. Allí se ganaba mucho más, incluso con seguridad social para cuando hubiera que volver a España. Nadie les acusó de ir a suplantar a los auténticos habitantes de aquellos países, aunque su vida de emigrante no fue fácil. Ningún desarraigo es fácil. Aquí persiste aún un indudable resabio de cruzada para que no suplanten el modo de vida de los auténticos españoles. «España cristiana y no mahometana», es otra de las expresiones de la xenofobia. ¿Dónde comienza la línea de pureza española? ¿Con los pueblos ibéricos? ¿Con los romanos? ¿Con los judíos que llegaron a la Península tras una de las reiteradas destrucciones de Jerusalén? ¿Con los visigodos? ¿Con los árabes que estuvieron en la península más de siete siglos? ¿Quiénes, sobre qué y para qué hay que trazar líneas de pureza hispánica? 
 Cazar a los inmigrantes, a los marroquíes, a los árabes, a los negros es cazar individuos humanos, personas como usted y como yo. Sangran como nosotros sí les pinchan, sienten como nosotros, aman como nosotros, sueñan como nosotros, tienen ambiciones parecidas. Cazar personas, es cazar hombres, mujeres, jóvenes, niños, ancianos que buscan una vida distinta de las de sus países de origen. Como nosotros antes y todavía ahora. No se ha oído ni se oye desde la religiosidad española una condena incontestable contra la caza del humano. Y lo mismo ocurre en lado laico. En este asunto es necesario entrar en confrontación, sin concesiones, para que no crezcan las semillas del odio al diferente. Es preciso que la sociedad española se implique para defender valores democráticos de la convivencia entre diferentes. Aceptar e integrar a los emigrantes es democrático. Rechazarlos va contra los principios humanos, los valores religiosos, la democracia. La sociedad española no debe embrutecerse. La polarización que provoca la ultraderecha, no puede inutilizarnos ante nuestra propia historia tolerante, compleja y diversa. ¿Puede existir delito más monstruoso que cazar a un semejante?