El abuelo de Alba López (Guadalajara, 1990) fue el autor de uno de los anuncios más geniales de toda la historia de la publicidad local: «¿Conoce Fuentes de la Alcarria? ¡Vaya a verlo! Es muy bonito». Marketing del bueno ideado por Juan Santos Tabernero, empresario del transporte. Mensaje directo, sencillo y real como pocos. Su objetivo era que la gente conociera el pueblo en el que nació, el único de la provincia con el apellido de la comarca más universal de Guadalajara y, sin duda, uno de los más bellos. Allí vive desde hace apenas medio año su nieta Alba, con el privilegio de ver amanecer cada mañana desde un balcón que cuelga al valle del río Ungría, imponente y discreto a la vez. La vida le ha llevado hasta los orígenes familiares buscando una paz que no ha conseguido en ningún otro sitio; un rincón recogido en el que encontrar más espacios para la inspiración interior y seguir ampliando su obra artística.
La propia Alba se define como una artista disciplinar, en constante evolución y sin posibilidad de encasillarla en ningún género concreto. Como licenciada en Bellas Artes, conoce el arte más ortodoxo y también el que se sale de los cánones establecidos. Y en este último es en el que se siente más cómoda. La suya es una pintura matérica, abstracta, y en la que emplea materiales que ha reciclado en puntos de lo más inesperados. «Hay veces que salgo a cenar con mis padres, de punta en blanco, y miro en un contenedor a ver si encuentro algo que incorporar a mi obra». Es también una forma de denunciar el consumismo de usar y tirar, la necesaria reivindicación de que hay que cuidar el mundo en el que vivimos si queremos que lo sigan disfrutando en las mismas condiciones nuestros hijos, nietos y los que vengan detrás. En sus cuadros incluye arena, chatarra, harapos, madera, serrín, vidrio o yeso. «En la carrera me especialicé en conservación y restauración, lo que me ha permitido conocer más sobre técnicas, materiales y herramientas. Si te centras sólo en la pintura más tradicional terminas limitándote a lo básico: óleo, acuarela, acrílico… Mi objetivo me lleva a una investigación constante».
Alba López Santos va a mostrar parte de su obra en una exposición que ha llamado Herrumbe/Tiempo y que va a poder visitarse en la sala Antonio Pérez del centro San José de Guadalajara a partir del miércoles, día 25. En su colección se aprecia una gran sensibilidad por el territorio que le rodea. La naturaleza es parte de su vida y a ella se enganchó de la mano de su padre, Fernando López Herencia, uno de los mayores naturalistas de España y discípulo de Félix Rodríguez de la Fuente. «Empecé a pintar por mi padre, que es un gran dibujante y pintor. Siempre he estado vinculada al campo gracias a él y me ha acompañado durante mi crecimiento plástico y visual». A ello ha incorporado una amplitud de miras a través de numerosos viajes. Ha estado en Tailandia, Indonesia, India, Malasia, China, Hong Kong… «Estuve durante un año viajando por toda Asia y eso ha cambiado mi percepción del mundo». Colaboró con una ONG de Nueva Delhi y en Indonesia, en Bantar Begag, el vertedero más grande del país, conoció un proyecto de acogida, formación y ayuda para atender a las 15.000 familias que viven en este basurero gigante. Su próximo destino es África. «Quiero ir a Mali de la mano de la pintora Irene López de Castro, que ha centrado su universo creativo en el entorno del río Níger».
En ese interés por denunciar las desigualdades y la atención que requieren los más necesitados, también se detiene en su propio trastorno de conducta alimentaria. «Me siento responsable de hacer llegar un mensaje que elimine todos los estigmas. Es una enfermedad que genera mucho sufrimiento». Y ampliando su faceta creativa, se sumerge también en el mundo de la fotografía realizando reportajes con un espíritu de crítica. «Tengo en marcha un proyecto fotográfico centrado en la prostitución masculina de lujo. Es algo que no se ha retratado y me estoy moviendo con protagonistas de Barcelona y varios puntos de Andalucía».
A Alba le dejamos asomada a ese balcón que mira al Ungría, con una posición similar a las Casas Colgadas de Cuenca sobre las hoces del río Huécar. Le acompañan dos traviesos mestizos american stanford, también parte de la historia de su familia y un proyecto de vida centrado en el arte y en el compromiso social.