Añoranza de pueblo

Inmaculada López Martínez
-

El cierre perimetral entre comunidades autónomas impide desde hace meses que multitud de ciudadanos puedan viajar hasta sus localidades de origen para visitar a familiares o, simplemente, para disfrutar de sus segundas residencias

Añoranza de pueblo - Foto: Javier Pozo

Tristeza, nostalgia, impotencia, cansancio, desánimo, frustración, rabia e indignación. Son los sentimientos que sufren la inmensa mayoría de los ciudadanos que llevan meses respetando las restricciones de movilidad entre las comunidades autónomas decretadas por el Gobierno central con el objetivo de frenar la expansión del coronavirus y que les impiden viajar hasta sus localidades de origen para ver a sus familiares y amigos o, simplemente, para disfrutar de los momentos de ocio y esparcimiento en sus segundas residencias. Este malestar se agudiza todavía más en períodos vacacionales tan señalados como la Semana Santa, cuando los pueblos acostumbran a concentrar incluso más visitantes que en la época estival. 

Daniel Rodríguez vive en la ciudad de Madrid, pero lleva más de dos décadas frecuentando la casa familiar que sus padres tienen en la urbanización Nueva Sierra de Albalate de Zorita. «Mis padres iban todos los fines de semana y yo, por lo menos, dos al mes», comenta. Desde Navidad, cuando acudió para reunirse con varios de sus familiares, Daniel no ha vuelto a pisar el pueblo. «Es una medida que acato por miedo a la sanción, pero opino que es injusta a la par que ilógica», sostiene. Y es que este albalateño de adopción considera que es una «incongruencia» que lleguen a España aviones llenos de franceses y alemanes mientras que ciudadanos como él no pueden desplazarse a apenas 100 kilómetros. «Cuando vamos a la Sierra tenemos nuestra propia burbuja, no nos relacionamos con nadie. Lo único que hacemos es disfrutar de nuestra casa, de nuestro jardín, de nuestra piscina y de salir a pasear por el campo», describe. «Todo el mundo en Madrid se acumula ahora en la Puerta del Sol o en la Sierra de Guadarrama y si dejasen ir a las segundas residencias no habría tantas aglomeraciones en esos lugares». Por ello,  Daniel insiste en que «el Gobierno tendría replantearse lo de los cierres perimetrales» porque «la gente ya está muy cansada y poder ir a tu segunda residencia supone un balón de oxígeno»

La familia Villoslada García ofrece un testimonio muy similar. Este matrimonio y sus dos hijos, de 10 y 13 años, viven en la localidad madrileña de Meco, pero disfrutan de una segunda residencia  en Auñón desde hace más de 30 años. Allí acudían casi todos los fines de semana y en los periodos vacacionales hasta que estalló la pandemia. Confiesan que llevan «muy mal» el no poder ir al pueblo porque para ellos es sinónimo de «libertad, tranquilidad, desconexión y recreo». «Me parece muy injusta la forma en la que se está gestionando este problema», afirma Ángel Villoslada. «Yo siempre he dicho que el agua hay que saber encauzarla, pero lo que no puedes hacer es sujetarla porque por algún sitio se acaba saliendo. Hasta una presa tiene que tener una vía de escape o una canalización. Lo que no puedes hacer es sujetar, sujetar y sujetar porque luego al abrir se colapsa», explica a modo de metáfora. «Nos sentimos en arresto domiciliario sin haber cometido ningún crimen a la espera de un juicio que nunca llega porque no vemos una claridad al final de este túnel», añade. Su mujer, Laura García, asegura que esta complicada situación le «duele» especialmente por sus dos pequeños. «Mis hijos son felices en el pueblo, van solos con sus amigos y aquí salen conmigo. El pueblo es libertad para ellos y para mí». 

En todo caso, este simpático matrimonio tiene claro que aunque ni les guste ni la compartan, «cuando la ley está, hay que cumplirla». «Si la ley dice que no podemos ir, no vamos». Además, tampoco quieren «poner en riesgo la salud de la gente más de la cuenta». «Si tengo la mala suerte de que el coronavirus salta en Auñón estoy segura de que me van a señalar antes a mí que a cualquiera de los que vienen a trabajar a Madrid pero viven en Guadalajara», apunta Laura.

En una situación idéntica pero en sentido inverso se encuentran Alberto Martín, Belén Moratilla y sus cuatro hijos. Aunque su domicilio habitual está en Guadalajara capital, tienen su segunda residencia en Collado de Contreras, el pequeño pueblo avulense del que Alberto es oriundo. «Se lleva cada vez peor. Fuimos en verano no pudimos volver hasta Navidad y desde entonces no nos han dejado volver», detallan. «Echo de menos el poder visitar a mis padres, a mis hermanos, a toda mi familia», dice Alberto. «Si estas medidas se prolongan en el tiempo y no son efectivas, se va a generar un conflicto social bastante importante porque cada vez la gente tiene más desánimo, está más cansada y va a llegar un momento que esto va a estallar en la sociedad», advierte. 

Como para tantas personas, el pueblo supone «una válvula de escape» para esta familia numerosa. «El pueblo es nuestro momento de ocio, un cambio de aires, los niños también lo echan mucho de menos porque allí no hay límites ni peligros, disfrutan con más libertad», indica Belén.

Sin duda, esta añoranza de pueblo es otra de las penosas consecuencias que la pandemia del coronavirus están teniendo para muchas personas. Sus pueblos les echan de menos y ellos echan de menos a sus pueblos. Ojalá que la llegada del verano y la extensión de las vacunas permitan ese anhelado y necesario reencuentro.