Este lunes, la Asociación de Periodistas Europeos ha celebrado un homenaje a los periodistas de la Transición, por su papel en la lucha por las libertades y la democracia. Fue un acto sencillo, nostálgico, con veinte nombres a los que sumarán en el futuro los que no fueron llamados en esta primera convocatoria, y que entre otros contó con profesionales tan conocidos y comprometidos con la verdad como Iñaki Gabilondo, Nativel, Cebrián, Luis del Olmo, Gorka Landáburu, Román Orozco, Rosa Montero, Manolo Vicent o los fotógrafos Barriopedro y Raúl Cancio.
Fue un encuentro de abrazos y de recuerdos, de periodistas que por defender la democracia se dejaron en algunos casos la piel, como ocurrió con Martínez Soler, que no murió de milagro; fueron objetivo de ETA y se las vieron con la represión franquista. Junto al sentido de responsabilidad del pueblo español, el sentido de Estado de dirigentes políticos de diferente biografía y sentimientos, con el Rey Juan Carlos como impulsor de aquel proyecto de transformar una dictadura en una democracia, lograron lo que parecía imposible.
Ese puñado de periodistas homenajeados el lunes, al terminar el acto se encontraron con la noticia, que se rumoreaba desde hacía días, de que el Supremo había procesado al Fiscal General del Estado por presunta revelación de las negociaciones del novio de Ayuso con la Agencia Tributaria para alcanzar un acuerdo de conformidad. Señala el auto del tribunal que García Ortiz recibía indicaciones de Presidencia del Gobierno.
La noticia era importante, grave. Pero más grave era la reacción del gobierno que conocieron los periodistas de la Transición nada más finalizar el homenaje. Aquella veintena de periodistas vivieron momentos difíciles años atrás, con diferencias entre partidos, debates parlamentarios de tensión extrema y días de pesimismo por ruptura de negociaciones que eran indispensables para asentar el Estado de Derecho.
Lo que nunca vieron fue que desde el gobierno se cuestionara la independencia jueces y legisladores, nunca vieron campañas de acoso y derribo no solo de periodistas -más habituales- sino de jueces y fiscales empeñados en indagar en las trastiendas del poder, del gobierno. Nunca vieron un presidente que dedicara más tiempo a colocar afines en las instituciones del Estado que en colocar al frente de ellos a los mejores profesionales, nunca vieron a ministros lanzando frases hirientes a cargos institucionales, dar instrucciones para que los cuerpos y fuerzas de seguridad, y medios de comunicación afines, hurgaran en las vidas privadas de personas públicas a los que se pretendía desacreditar; ni promover desde Moncloa operaciones irregulares para convertir en aforado a quien no lo era.
Los periodistas de la Transición pasaron -pasamos- momentos de inquietud, incluso de miedo, que se superaban ante la convicción de que el empeño valía la pena. Había que conseguir que España fuera una democracia plena. Lo que nunca previeron es que, años más tarde, un gobierno socialista, ajeno a los principios del Psoe de Felipe González -el presidente con mayor respaldo parlamentario- , trataría de revertir la situación. Y, desde Moncloa, se iba a golpear con saña a la libertad, a las instituciones y a la democracia.