No quiero acabar este curso sin hablarles (como Umbral) de mi nueva novela, acaso la última. Me refiero a "El gran tour: andanzas por la vieja España". Una novela de viajes, desde luego, pero, como podrán comprobar, bastante más que eso.
No sé si será o no del gusto del lector, pero lo que sí les puedo asegurar es que los dos largos años que empleé en escribirla (justo los años de la Covid) y los otros dos que tardé en corregirla, fueron, para mí, años felices, casi me atrevería a decir de plenitud. Nada más hermoso que ver cómo vas gestando un nuevo ser, un libro que, como un hijo, está destinado a perpetuarte; un libro hecho con materiales vividos y con materiales soñados, en el que recreas los momentos gratos de la juventud, cuando la vida presentaba innumerables matices y posibilidades.
Inspirándome en un viaje real, realizado, en una vieja lambretta (gran novedad en nuestras letras), dos jóvenes a punto de terminar sus respectivas carreras (universitarias historia uno; periodismo el otro), a instancias de un amigo y preceptor, deciden dejar los libros y zambullirse en la "España vacía" (término que años más tarde acuñaría Sergio de Molino, y que nosotros bautizamos como la vieja España, la España de una cabra por kilómetro cuadrado), para tomar conciencia de dónde está la verdadera vida.
Se inicia, pues, el viaje bajo el signo de la aventura y el "BIldungsroman" (novela de educación). Tentado estuvo el autor de dibujar el amplio recorrido, pero finalmente se abstuvo de hacerlo, dejando que fuera el propio lector el que lo creara. Y así, una mañana de 1974, a la del alba, casi a hurtadillas, como Don Quijote y Sancho, o como Jacques el fatalista y su amo, y, con escaso pecunio en el bolsillo y con grandes dosis de ilusión y disponibilidad, toman la ruta de la Serranía de Cuenca. Venciendo las dificultades, muy pronto comprenderán que Alabarta, su mentor, tenía plenamente razón. El mundo es un cúmulo infinito de enseñanzas para quienes tienen los ojos y los oídos bien abiertos. Aquella España resquebrajada de Franco, una España caduca, sembrada de miedos, y en la que algunos individuos se aferran al pasado, es sin embargo una fuente de esperanza.
Los paisajes, plagados de historia y de leyendas, que recorren nuestros dos protagonistas, descritos con pulcritud y un ápice de nostalgia, están en plena consonancia con la fauna variopinta que discurre por sus páginas, seres de carne y hueso portadores de su verdad, y prestos a contar su vida.
Y, así, luego de una fugaz estancia en Cuenca y Tragacete, enfilan hacia Albarracín y Teruel. Las fuertes tormentas estivales, sin embargo, les obligan a buscar refugio en Royuela, y allí, en la vieja fonda, y el encuentro con Atilano y el conjunto de historias entrecruzadas que oyen nuestros dos protagonistas son la antesala de la historia posterior.
Albarracín y Teruel reverdecen la fantasía del lector, preparándolo para ver la intrahistoria. La llegada a Belchite es otro momento trascendental. El calor y el magnetismo de los muertos sepultados en las ruinas del Pueblo Viejo, a punto está de hacerles zozobrar. El encuentro con el escultor Pablo Serrano, en Montalbán, los introduce de lleno en Aragón. Y qué decir de la noche mágica de Cariñena, con Marcelo, antes de llegar a Zaragoza, donde la presencia de Labordeta lo llena todo. Las escenas cómicas alternan con las trágicas, puntuadas por canciones de la época. Las aventuras se suceden de una forma vertiginosa. Huesca. Alfonso el Batallador. Loarre, el más sólido castillo roquero de España, a cuya sombra, el catedrático Ubieto escribe la historia de Aragón. El embalse de la Peña, muy cerca de San Juan de la Peña, y, por fin Jaca, y la subida a la mítica estación de Canfranc en el "aiga" de Padilla, cabreado como un mono porque el viejo seductor Tuñón de Lara le ha quitado la novia y se la ha llevado consigo a Pau.
Y ya, luego de contemplar, nostálgicos, la muralla pirenaica de Somport, regreso por Puente la Reina, encuentro con Paulette; naufragio en Yesa; visita a Leyre, donde conocen la leyenda de la eternidad; y, tras la terrible noche de Walpurgis en Rocaforte, Pamplona y los Sanfermines, la extraña travesía del puerto de Santa Inés; Numancia, Soria y Machado, visto por su último alumno vivo; Calatañazor, y la huella de Almanzor; Gormaz y el nigromante; San Baudilio de Berlanga, Medinaceli, donde confluyen las dos presencias: el Cid y Almanzor. Y ya al final del periplo, Molina de Aragón, Peralejos de las Truchas, Motilla del Palancar, Villanueva de la Jara (escenario de la última aventura), La Roda y Albacete.
Decir que el viaje ha cambiado a los dos protagonistas es tanto como decir que ha cambiado al lector, su modo de pensar, en definitiva, su vida, como sólo lo pueden hacer los grandes libros.