Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Colección de cavilaciones

19/05/2025

Escribo esas líneas después de ver la dolorosa, densa y sesuda función teatral 'La colección' del siempre referencial y reflexivo autor y director Juan Mayorga, con un colosal Pepe Sacristán, una imponente Ana Marzoa y unos eficacísimos Ignacio Jiménez y Zaira Montes. Una recomendable obra de corte existencial con ecos indisimulados de uno de mis filósofos preferidos: Walter Benjamin. 
El pensador alemán tuvo que hacer hasta quince mudanzas en cinco años, solo antes de 1938, con lo que eso implica de zozobra física y mental, y más para alguien que lleva una biblioteca a cuestas de su cuerpo e integrada en su alma, anudados ambos a los inevitables lastres emocionales del tiempo, la posesión, el legado, y el sentirse ineluctablemente una pieza más, pero efímera, de la colección. 
Una obra que, para mi gusto, aun siendo excelente, quizá peca venialmente de abstrusa y abrumadoramente alegórica en su recta final, si es que a eso se le puede llamar pecado y no simplemente condición y reacción humana, demasiado humana, ante lo inefable y lo inevitable.
Tras abandonar el teatro y a los supervivientes de la obra, (hacía tiempo que no oía a tanta gente toser, desenvolver tortuosamente caramelos y removerse, cuando no levantarse, penosa y crujidoramente de las castigadas butacas. Nos hemos convertido en una sociedad del meme y no nos aguantamos más de cinco minutos sentados) una leve y aleve meditación sobre la obra y nuestra egoísta fragilidad me llevó a viajar hacia la otra cara de nuestra grandeza y nuestra miseria. Eso que quizá nos hace más singulares y reconocibles en nuestro tránsito más allá de los dos grandes valores del ser humano que, para mi prescindible pensar, son la dignidad y la generosidad superadoras del vacuo triunfo, las ínfulas de la trascendencia o el amor sublimado: la creatividad.
Y me fui mental y metalmente (reconozco que iba escuchando ACDC y Metallica por algún raro vértigo de mi mente enferma) a la exposición 'Cavilaciones' de la que había disfrutado y padecido apenas tres días antes en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo. Una muestra obras de artistas de la talla (a alguno tengo el privilegio de conocer y admirar personalmente, como es el caso de Tortajada) de Ángeles de las Heras, Ángel Picaporte, Tortajada y Hueto. 
Piezas cuidadas y de oficio, que no han perdido un ápice de la mirada de la ilusión creativa del artista que se emociona y te emociona al contarla. El fruto maduro de unas cavilaciones que te sumergen en el ensimismamiento que solo la contemplación otorga.
Porque lo que viene después de pensamiento, reflexión, disfrute intelectual, ético, estético, meditación, ausencia, elucubración, rumiante o incluso abismo autoflagelante solo queda entre la obra y lo más íntimo del espectador. Como debe de Ser.