Se hacen apuestas sobre cuánto aguantará Sánchez en la presidencia de Moncloa. Se hacen apuestas en las alturas políticas, también entre socialistas de largo recorrido y socialistas sanchistas, en la oposición, en el mundo empresarial y en la calle, donde convergen todas las sensibilidades, profesiones e ideologías.
Apuestan incluso quienes desean que permanezca en Moncloa, pero se suman al reto de ver quién ha demostrado más tino en la interpretación de la estrategia del presidente. Desde el PP transmiten unos días que están preparados para el caso de que Sánchez convoque elecciones antes del verano, y preparados también para el caso de que culmine la legislatura en el 27. De momento, han convocado el congreso del partido y hacer los cambios necesarios para ponerlo a punto. Que falta hace.
Lo único seguro es que Pedro Sánchez no tiene la menor intención de dimitir. Aguantará lo que haya falta, resistirá. Es ya una cuestión de orgullo, de defender su persona y su proyecto político con uñas y dientes. Se entiende: es difícil convocar elecciones cuando apenas existe posibilidad de ganar, y cuando la mayoría de los socios que le han permitido gobernar sin ganar las anteriores elecciones, ahora no te tienen tanto aprecio, y algunos de ellos se encuentran en caída libre precisamente por su apoyo al sanchismo.
Así que, si las cosas no le vienen mal dadas a Sánchez en los próximos meses, más de lo que ya están, hay Sánchez para rato. A no ser que se produzcan noticias imposibles de superar porque le afectan personalmente, o a alguien de su círculo más íntimo, el familiar.
Aunque presume de aguantar lo que sea -tituló Manual de Resistencia a su último libro- ha tenido momentos de tirar la toalla.
Cuando fue expulsado del partido en 2016 entró en una situación anímica parecida a la depresión. Se fue a Estados Unidos un tiempo, pero regresó sin tener claro qué hacer. Le salvaron del desánimo un equipo de incondicionales, mínimo, que le convencieron para dar la batalla: José Luis Ábalos, Margarita Robles, Susana Sumelzo, Francisco Toscano, Alfonso Rodríguez de Celis, Adriana Lastra y poco más. Con ese puñado de incondicionales y casi todo en contra -en cuanto ganó las primarias se le añadieron algunos de sus más firmes detractores- llegó a La Moncloa.
Hay quien dice que en los famosos 5 días de reflexión pensó seriamente en la dimisión, pero da la impresión de que acertaron quienes dijeron que era puro teatro.
¿Qué puede pasar si siguen apareciendo informaciones tan demoledoras como las que se conocen estos días? Pues no se sabe, por eso se cruzan las apuestas. Pero hay un hecho que evidencia su estado de ánimo: está insoportable, cuentan quienes trabajan con él.
De un hombre iracundo se puede esperar todo: que pegue un grito y anuncie que se marcha a su casa; o que su propia ira lo lleve a asumir que toca apretar los dientes y no dar a sus adversarios la satisfacción de dimitir.
Así que toca esperar.