Discrepo. Morante de la Puebla no es el gran triunfador de la Feria de San Isidro 2025. Ni por ese par de naturales sellados para la eternidad, ni por el recital capotero con verónicas magníficas y chicuelinas exclusivas. Tampoco por unir clasicismo y fantasía en la mejor plaza del mundo. Ni siquiera por la Puerta Grande para la historia de la tauromaquia, que es la de todo el orbe cultural. Y no lo es y lo escribo en frío, porque da igual los días que pasen tras un domingo inolvidable. Cuando Las Ventas seguían rugiendo y los policías a caballo marcaban el paso del torero a hombros rumbo a la calle Alcalá, habría sentenciado lo mismo.
Lo han llamado justicia poética porque Madrid le debía una puerta grande a Morante. El éxito jamás es flor de un día. Ni en los toros ni en la vida. En ese delirio colectivo está el aval del pueblo, por mucho que el club de insatisfechos permanentes prefiera quedarse con la bisutería antes que gozar con los diamantes. Si este espectáculo pervive es por toreros como el de la Puebla del Río, diferentes a todos los demás y capaz de echarse a los lomos su supervivencia, en tiempos en los que lo banal se hace fuerte ante lo extraordinario. Vendrán otros y ninguno como él. Las pruebas las tenemos, dudas, ni media.
Pero no, Morante no es el triunfador de este San Isidro. Si el hito de uno de los más grandes ha tenido un eco superlativo ha sido gracias a que la puerta grande ha podido ser vista en abierto por miles de aficionados de todo el mundo. Desde Cádiz a Barcelona, desde México y Colombia hasta Sebastopol. Y el culpable de que así haya sido es Telemadrid, el gran triunfador de la feria. No sólo por las audiencias, que también. No sólo por la profesionalidad del producto, desde la realización a los comentarios. La transmisión íntegra de los 28 festejos de este ciclo en abierto va a pasar a la historia por haber sacado la Fiesta del ostracismo televisivo, esos terrenos de la nada a los que algunos -incluso desde dentro del sector- habían abocado a este espectáculo. Los guetos no benefician a nadie, menos al mundo de los toros, porque la televisión puede pasar sin los toros, pero los toros no pueden pasar sin la televisión. Y hay plataformas que se han empeñado en un producto para un público muy minoritario que, lejos de sumar, ha restado.
Varias generaciones sin muchos recursos cultivamos la afición pegados a ese aparato en el que, en TVE, sentaba cátedra Fernando Fernández Román. Otros lo hicieron antes con el inolvidable Matías Prats. Frente al televisor se sentaba la abuela, el padre y el hijo. No cabía una democratización mayor. Y eso es lo que han conseguido durante un mes la terna formada por Sixto Naranjo, Federico Arnás y el torero Luis Miguel Encabo, con el soporte en el callejón de David Jaramillo. Eran una garantía: la trayectoria periodística de Naranjo -fiel escudero de Carlos Herrera en la radio- le ha consolidado como el mejor director de lidia; Arnás es una enciclopedia taurina, que lleva el Cossío a la modernidad; y Encabo ha aportado la visión del que se ha colocado decenas de tardes delante de un toro, con la palabra justa y el magisterio necesario. Para ellos y el resto del equipo es también la puerta grande. Eso sí que es apoyar la Fiesta Nacional, y no pontificar si una estocada está uno o dos dedos caída.