Supongamos que accede a la presidencia del Gobierno de España un candidato que no ha ganado las elecciones, pero que está dispuesto a ser investido presidente con los votos de quienes quieren cargarse el actual sistema democrático, de quienes defienden la independencia de Cataluña y de quienes reciben con homenajes a sus amigos de ETA que salen en libertad de la cárcel.
Supongamos que en el currículo de ese nuevo mandatario aparece una tesis doctoral que le ha escrito otra persona, incluyendo opiniones ajenas, sin citar la procedencia ni la autoría de las mismas. Supongamos que, no conforme con eso, utiliza a persona interpuesta, bien remunerada y mejor colocada, para que le escriba su manual de resistencia. Por supuesto, firmando luego él ese trabajo.
Supongamos que se pasa por el arco del triunfo todo lo prometido en campaña, incluido el compromiso de terminar con la corrupción y gobernar desde la transparencia y la tolerancia. Supongamos que anuncia la detención del prófugo Carles Puigdemont para que responda en España de sus delitos de sedición y malversación ante los tribunales de justicia, pero acaba aceptando sus imposiciones.
Supongamos que rechaza la amnistía por inconstitucional y pone el énfasis en acabar con las malas prácticas de gobiernos anteriores, colocando al frente de su equipo a su hombre de confianza, José Luis Ábalos, ahora procesado por el Tribunal Supremo por los mismos delitos que tanto repudiaba desde la tribuna de oradores en la moción de censura contra Mariano Rajoy.
Supongamos también que ese presidente, capaz de formar un gobierno progresista con quienes le iban a quitar el sueño, y dispuesto a conceder favores y prebendas a sus nuevos socios parlamentarios, rompiendo con la arraigada tradición socialista de la igualdad ante la ley, no consigue sacar adelante los presupuestos ni la mayoría de proyectos de ley presentados en el Congreso. Al fin y al cabo, el objetivo es impedir que vuelva a gobernar en España la derecha.
Imaginemos que hace más de un año se descubre que su señora esposa, Begoña Gómez, se ha reunido en Moncloa con el rector de la Complutense para crear una cátedra a su medida - sin ser catedrática, ni falta que hace -, de cuya financiación se encargarían empresarios contactados por ella misma y su asistente. Supongamos que, al hermano del presidente, gran músico y mejor persona, se le crea un empleo sin contenido, pero bien remunerado, en la Diputación Provincial de Badajoz.
Supongamos que los hombres que más lucharon para conseguir que Pedro Sánchez recuperara la secretaría general del PSOE – Ábalos, Cerdán y Koldo – y a continuación pudiera aspirar a sentar sus posaderas en el despacho principal de la Moncloa, se olvidaran del buen gobierno, hicieran fiestas en paradores de la España vaciada y colocaran en empresas públicas a sus amiguitas y «compañeras de viaje».
Supongamos que el exministro de Transportes, que sigue sin renunciar al acta de diputado, cumpliera su amenaza de tirar de la manta, filtrando a la prensa 'wasaps' en los que se comprueba una especial sintonía con el presidente que lo destituyó, dejando constancia del enorme «aprecio» de Sánchez por sus ministros y ministras, especialmente por «la pájara que se acuesta con el uniforme».
Suponiendo y suponiendo, aparece la gran sorpresa de la temporada: una supuesta fontanera, Leire Díez, moviéndose por el fango entre amenazas y grabaciones con un único objetivo: acabar con la UCO y sacar de las alcantarillas a su padrino Sánchez.
Aunque el olor sea ya insoportable, todavía quieren hacernos creer que todo es un bulo y que aquí no pasa nada.