Romance del prisionero. Anónimo
Que por mayo, era por mayo
Cuando hace la calor
Cuando los trigos encañan
Y están los campos en flor
Cuando canta la calandría
Y responde el ruiseñor
Cuando los enamorados
Van a servir al amor
Sino yo, triste, cuidado
Que yago en esta prisión…
Y en la prisión de mi carne estoy, de este cuerpo que es cárcel ahora, tan distinto de aquel que fue, una cáscara inmóvil donde mi espíritu grita y llora y se desespera, tan distante de aquel que fui.
Como barco varado, sueño un mar a lo lejos, imagino el graznido de las gaviotas, la risa de los niños que jugarán en la arena, los pies descalzos, las manos cargadas como ayer, un cubo quizás, las palas, un rastrillo, tantos castillos por hacer, gritos cuando las olas se acercan –uyyy, qué fría el agua– y pican, heladas, sobre los dedos ligeros, el contraste con las partículas doradas que anticipan un verano caliente.
Aún no. Aún la brisa amable de un mayo que no abrasa, todavía un cielo limpio, un azul de primavera, diferente del blanco de la canícula plena, del estío que arde, que quema y hace agachar la cabeza, los hombros levantados, como una tortuga que se defiende tras su caparazón, los ojos achinados, bajo una luz que, a la par que desciende desde un cielo inmisericorde, sube por el suelo calcinado. La potencia solar de esta tierra que me acoge desde niño.
Este mayo sin embargo.
Este mayo sábanas de algodón, una cama articulada, almohadas duras, estampitas de santos a tu espalda, una ventana tras la que se vislumbran dos árboles florecidos, qué fragancia cuando se abren las ventanas. Aquí dentro el perfume se pierde, absorbido por otro olor más fuerte, aséptico, inhumano, olor a medicinas, olor de hospital. En tus recuerdos, tus carreras de chico, cuando te negabas a entrar en alguno de estos gigantes blancos que te aterraban, tus padres persiguiéndote para conseguir que el enfermero pudiera inyectarte una vacuna. Y ya ves, hoy esta es tu casa, este hogar inmaculado, metálico y sin alma, lleno de agujas y líquidos transparentes, donde te tratan como a un bebé, palabras de cariño, mimos de las enfermeras, de los familiares o los amigos que te visitan.
Ves la pena en los ojos de los otros y no quieres dar lástima. Te rebelas.
Y ¿por qué a mí, por qué a mí, por qué a mí?
Eras feliz y no lo sabías.
Resuenan en tus oídos antiguas quejas por un trabajo monótono, por un matrimonio sin pasión, por unos hijos que no estudian lo suficiente. Lamentos que no cesaban, falta de sueño, ansiedad, impuestos que ahogan, políticos corruptos, un mundo que no comprendes, esa hipoteca que ahoga, los viajes que no hiciste, y cómo llegar a fin de mes si vamos al cine todos los sábados y encima con palomitas. Sonríes al recordarlo. Volver atrás. A la cervecita y los caracoles de mayo, cuando el sol empieza a picar, las charlas con los vecinos, las risas con tus hermanos, el curso casi acabado y un brindis por las vacaciones, ¿dónde os vais, compañeros? Yo, a la playa, a la montaña o de viaje. Tú y los tuyos en casita, torrándoos, no hay para más, algún día, con suerte, a la piscina del sindicato y los findes al pueblo, con los abuelos, que allí el calor aprieta menos y hasta se echa uno la sabanita de noche.
Los abuelos y sus tertulias al caer la tarde, la acera, limpia como una patena, regada para la ceremonia vespertina de sacar las sillitas a la puerta, –niño, para mí la mecedora, la abuela feliz porque estáis todos, sentada en el balancín verde que ha dormido a tantos niños, más tarde, los saludos de los vecinos al paso, –pero qué bien estáis, ahí, a la fresquita, –venga, Carmela, quédate con nosotros un ratito, te sacan ahora mismo una sillita de enea, que me tienes que contar lo de tu nuera.
Charlas insustanciales, chismes, voces queridas que se van deslizando, sucediéndose en espiral hasta entrar en la noche más negra, hasta que alguien, de repente, empieza a bostezar y todos se contagian, –buenas noches, familia, nosotros nos vamos a ir yendo, –buenas noches nos dé Dios, –hasta mañana. Besos sonoros, abrazos apretados, amor repartido a manos llenas. Después, adentro de nuevo, la casa es una cueva de frescor a esas horas, la piedra protegiendo a sus habitantes, una fortaleza entretejida por los lazos del cariño, la red sin la cual ya te habrías ido de este mundo hace tiempo.
Eras feliz y no lo sabías.
#TalentosEmergentes