Reconocer el éxito, en un país donde provoca tantas envidias, tiene un valor añadido. Pero, que además lo hagan los franceses con Rafa Nadal, en la pista donde ganó 14 trofeos de Roland Garros, todavía tiene más mérito. El mejor deportista español de la historia vivió el pasado domingo uno de los momentos más emocionantes de su larga y brillante carrera. Lo hizo en el escenario de sus victorias, rodeado de los que fueron sus grandes rivales – que no adversarios -, Federer, Djokovic y Murray.
La placa, colocada al lado de la red, con la huella de su zapatilla y el número 14, quedará ahí para siempre. Sin embargo, aunque las palabras se las lleve el viento, me quedo con su agradecimiento sincero y emotivo a quienes hicieron posible sus gestas deportivas. Muy especialmente, con las palabras dedicadas a su tío Toni Nadal: «Tú eres la razón por la que estoy aquí. Me hiciste sufrir. Me hiciste sonreír. Todo valió la pena». Con la emoción y el llanto difícilmente contenidos, Rafa Nadal puso de manifiesto algo que debería hacer reflexionar a nuestros políticos: la mejor imagen de España en las últimas décadas se la debemos a nuestros deportistas.
Otro homenaje merecido y no menos emotivo - probablemente criticado por los más furibundos antimadridistas - es el tributado en el Santiago Bernabéu a su último entrenador, Carlo Ancelotti, y a uno de los mejores centrocampistas de la historia del club blanco, Luka Modric. Los dos han hecho historia en el Real Madrid. Son leyenda del mejor equipo del mundo. Uno desde el banquillo y el otro desde el césped, han ganado más 'Champions' que nadie, y algo muy importante: han demostrado, dentro y fuera de los terrenos de juego, que la deportividad y los valores humanos están por encima de los escudos y camisetas que se lleven encima puestas.
El homenaje de los franceses a Nadal y la despedida de Ancelotti y Modric, con 14 y 28 títulos en el Real Madrid, respectivamente, ayudan a comprender mejor el valor del esfuerzo y nos ayudan a reconciliarnos, de alguna manera, con la condición humana. Y los deportistas españoles, con Rafa Nadal a la cabeza, son además nuestros mejores embajadores en el exterior.
Es lógico que suba nuestra autoestima como nación cuando Nadal recibe el aplauso y el cariño del público francés en la pista central de Roland Garros, en un homenaje de reconocimiento al rey y señor de ese gran torneo. Ni siquiera en España habríamos sabido hacerlo mejor, con la grandeza y generosidad que lo ha hecho nuestro país vecino. El manacorí no sólo es un orgullo, sino una referencia para los jóvenes. Entre otras cosas, porque concentra en su persona los requisitos que hacen posible mejorar la sociedad en la que vivimos.
Aunque las comparaciones suelen ser odiosas, no hay más que mirar a nuestros líderes políticos actuales para percatarnos de nuestras otras miserias. Sólo algunas excepciones podrían servir de modelo o referencia. La clase política española no está para homenajes. Se mueve entre el odio y la corrupción, entre el enfrentamiento, la descalificación y el descrédito.
Los mismos que prometieron transparencia y regeneración democrática están siendo ahora encausados. Aquellos que denunciaron el aforamiento como un privilegio para sortear procesos judiciales, corren enloquecidos en busca de un acta de diputado. Nadie dimite y nadie asume responsabilidades, aunque – como ocurre con el propio Sánchez - tenga en su círculo más próximo a personas imputadas.
Es, por tanto, lógico que admiremos a Nadal, Ancelotti o Modric como si fueran seres de otra galaxia.