Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Talento radiofónico

18/02/2024

Hace unos días tuvimos el privilegio de poder ver y escuchar a Luis del Olmo mientras conversaba amistosamente con Carlos Alsina, en los estudios de Onda Cero; muy cerca de ellos estaba Iñaki Gabilondo. Excepción hecha de un sospechoso temblor en el brazo derecho, y los 87 años que dice tener, nada denotaba la vejez (sublime vejez) del castellano viejo, compañero de mil viajes por los páramos helados de La Mancha. Y, junto a él a Iñaki Gabilondo, el gran Iñaki, con la apostura señorial del caballero vasco, llevando sobre sus hombros con absoluta dignidad sus 81 años.  
Dicen los sabios que en el mundo han sido, que la genialidad y el talento suelen darse a pares en todos los órdenes de la vida: Góngora/ Quevedo; Joselito/ Belmonte; The Beatles/ The Rolling Stone; Lennon/ McCartney; Madrid /Barça; Christiano Ronaldo/ Messi; Dostoievski /Tolstói. Y, en la radio, no podía ser menos
 Y eso, en una época en la que faltaba de todo, excepto el talento; ese mismo que reúne como por ensalmo en la Residencia de Estudiantes a Lorca, Buñuel y Dalí, o en una España depauperada y rota a Cela, Delibes y Buero Vallejo, por no poner más que un par de ejemplos. Como no podía ser menos, ese sublime invento de Marconi, merced al cual el hombre jamás volvería a estar solo, no podía ser menos, y todavía más durante aquellos años cincuenta y sesenta en que el hombre y la mujer iban de su corazón a sus asuntos a diario rompiendo moldes. 
De la noche a la mañana, como el Cowboy de medianoche, el mundo salía de su ancestral silencio con la magia de la radio de galena y, posteriormente del transistor que se tragaba nuestras penas y nos las devolvía exorcizadas. Cierto que, con su insoportable runrún a menudo nos impedía soñar, pero lo que no tenía pecio era lo que aprendimos con aquel dial mágico durante nuestras horas de asueto, en tanto que nuestra ávida imaginación volteaba a diario por Roma. Zúrich, Budapest, Moscú, Ginebra, París, Berlín, trazados con letras de oro por el propio dial, en una sublime invitación al viaje, que diría Baudelaire dejándose arrullar por la excelsa cabellera de su exuberante criolla.
Y tampoco en la radio española podían faltar esos tipos talentudos como Bobby  Deglané. Pero por su carisma, no cabe duda que la pareja Del Olmo / Gabilondo marcaron una época trascendental en nuestras vidas, como excelsos compañeros de viaje. Salía de Albacete e inmediatamente irrumpía en las ondas el programa Protagonistas, pura magia contagiosa que para colmo permitía entrar a los oyentes, a pelo, con intervenciones memorables, acompañadas por la voz vigorosa, campechana, recia como el 'botillo' y en la que nunca sobraba ni una coma. Era su compañía algo alentador; sabíamos que los asesinos de ETA lo tenían en su diana, y que habían intentado asesinarlo hasta ocho veces entre junio y diciembre de 2000; sabíamos de su polémica con Jiménez los Santos, a quien llegó a llamar Pequeño talibán de sacristía. Él, pues, nos enseñó que se podía llegar a ser un héroe o un mártir con un simple micrófono y con ansias de decir la verdad a toda costa y sin dejarse jamás manipular.
 Y, frente a él, como decía, Iñaki Gabilondo, un tipo único, con una voz decidida, sin fisuras, aterciopelada, susurrante, rica en matices; una voz que auguraba la perfección y hacía soñar a las chicas. Oyéndolo había que dar necesariamente la razón a quienes afirman que los vascos son los que mejor hablan el castellano. Frente a la voz arriscada de Del Olmo, la de Gabilondo parecía precipitarse en una profunda cueva. Y es que lo primero que te subyugaba al oírlos era eso, su incomparable voz. Después venía lo demás, al punto que te pasabas las horas muertas como guiado y arrullado. Jamás he vuelto a sentir tan hermosa impresión