El girasol no lo arregla

M.H. (SPC)
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Parecía que las lluvias de junio iban a dar una alegría a los agricultores tras una campaña de cereal catastrófica, pero a la hora de cosechar se está viendo que los rendimientos, salvo excepciones, no son los que se esperaban y apenas cubren costes

El girasol no lo arregla

Cuando Colón llegó a lo que ahora llamamos América en 1492 seguramente no se hacía ni una remota idea de los cambios que ese descubrimiento traería. Cambios en muchos ámbitos de la vida de aquella época y, por supuesto, también en la alimentación. No fue de un día para otro, pero la población europea fue conociendo productos del otro lado del mar que hoy son casi indispensables en cualquier cocina: la patata, el tomate, el pimiento, el maíz… y, aunque poca gente sea consciente de ello, también el girasol, originario de Norteamérica.

En España se conoció en el siglo XVI y su primer uso fue ornamental, lo cual tiene su lógica dada la vistosidad de la planta y teniendo en cuenta que las variedades de entonces eran mucho menos productivas. Ya entrado el siglo XIX, los rusos comienzan a explotarlo para obtener aceite y se va extendiendo poco a poco por varias provincias del gigante euroasiático, hasta que antes de la Primera Guerra Mundial se sembraba una extensión de casi un millón de hectáreas (más de lo que ocupa actualmente en nuestro país).

El cultivo del girasol comienza a extenderse en España, sobre todo en Andalucía, en la segunda mitad de la década de los 60, cuando los agricultores ven que constituye una excelente alternativa al barbecho en las tierras cerealistas. En los siguientes años se va expandiendo hacia regiones más norteñas y ya en 1992 se alcanza una superficie cultivada de casi millón y medio de hectáreas, que superó los dos millones al año siguiente aunque la producción no se incrementara. Este hecho se explica por las voces que aconsejaban simplemente sembrar y llegar a la floración para obtener la subvención de la PAC sin preocuparse de la cosecha, algo que, obviamente, actualmente ya no ocurre.

El girasol no lo arreglaEl girasol no lo arreglaEn la presente campaña, la Asociación Española del Girasol cifra la superficie sembrada en unas 740.000 hectáreas, una cifra algo superior a años anteriores, salvo 2022 debido al efecto de la guerra del Ucrania. El año pasado se aumentó la extensión de este cultivo por las facilidades que dio el Ministerio de Agricultura ante la posibilidad de desabastecimiento de aceite por la invasión rusa; este ejercicio el aumento se ha mantenido, debido en gran medida a los excelentes precios que se pagaron hace un año, que, desafortunadamente para el agricultor, no se han mantenido.

En cualquier caso, se trata de un cultivo atractivo para el cerealista porque, además de proporcionar una cosecha en vez de dejar la tierra en barbecho, conlleva poco gasto de insumos y ayuda a eliminar malas hierbas de la parcela, aunque no se trata de un mejorante como podría ser la veza. El principal trabajo que requiere se realiza antes de la siembra. Hay que llevar a cabo labores en la tierra que, aparte de prepararla para recibir la pipa, ayudan a romper los ciclos de la vegetación indeseada, de manera que no produce semillas y su presencia es menor, tanto en esa campaña como en la siguiente, con el consiguiente ahorro en herbicidas en esos dos años. En cualquier caso, si se quieren usar, ya existe simiente resistente a estos productos en el mercado gracias a la mejora vegetal.

Los fertilizantes, el mayor gasto que precisa el cultivo de cereal, tampoco son necesarios con el girasol. Según cuenta José Roales, responsable nacional de Cultivos Herbáceos de COAG, cada vez son más los agricultores que aplican algún abonado previo a la siembra, pero aclara que se hace más pensando en el cereal que ocupará la parcela al año siguiente que en el propio girasol; y que de momento no son mayoría quienes lo hacen. Dado que, en principio, tampoco precisa fungicidas, los principales gastos que requiere son el gasóleo que se emplea para preparar la tierra y sembrar, el coste de la propia semilla y finalmente la cosechadora. Y después de la sementera no hay mucho que hacer hasta el momento de la siega, salvo esperar que el cielo acompañe.

Prometía, pero...

Y, en un principio, acompañó. Durante el periodo de siembra y nascencia, entre mayo y junio, las lluvias, aunque no sirvieron para rellenar los pantanos, sí aliviaron la sequedad del suelo. Hasta el punto de que en algunas zonas se tuvo que retrasar la siembra, según dice Salvador San Andrés, secretario provincial de UPA en Cuenca, por la excesiva agua que se acumuló en el terreno. Salvo en ciertas regiones norteñas más tardías, en el resto de España esta agua llegó demasiado tarde para el cereal, pero parecía augurar una buena cosecha para el girasol. Se trata de un cultivo que necesita precipitaciones sobre todo al principio, porque cuando avanza su desarrollo vegetativo la raíz pivotante de la planta alcanza cierta profundidad y es capaz de llegar hasta donde no pueden hacerlo el trigo o la cebada, aprovechando de esa manera la humedad que hay bajo la capa más superficial del suelo, según explica el responsable de COAG.

Sin embargo, esas lluvias no fueron suficientes y ya desde la nascencia se notó bastante irregularidad, afirma Roales. Y las cosas no mejoraron cuando comenzaron los calores del verano, que llegó con fuerza y acompañado de pocas tormentas excepto en zonas puntuales y distribuidas de manera irregular (a pesar de que al final de la primavera las predicciones meteorológicas hablaban de una estación bastante húmeda).

Aunque a día de hoy aún quedan zonas por cosechar, el resultado no parece ser el esperado. No llega a ser el desastre que se produjo con el cereal, pero desde luego la pipa no va a ser un gran alivio para aquellos cerealistas que lo estuvieran esperando. Es cierto que quien lo haya cultivado en regadío habrá obtenido un excelente rendimiento, pero, aunque este año se han visto más hectáreas irrigadas, debido en parte al descenso en la siembra de maíz en algunas áreas, sigue siendo una práctica minoritaria.

José Roales habla de que se están obteniendo rendimientos máximos de mil kilos por hectárea, que es la producción mínima que, según él, hace falta para que salga rentable el cultivo. San Andrés expone que en su provincia y zonas limítrofes, donde la cosecha va tardía por el retraso en la siembra, se están recolectando más o menos 800 kilos, con lo cual no se cubren gastos, a pesar de que el responsable de UPA cifra la cantidad mínima necesaria en algo menos que el de COAG, precisamente esos 800 kilos. Obviamente, sacar el rendimiento justo para no perder dinero es mejor que no llegar a cubrir gastos, pero no es la idea del agricultor cuando siembra la pipa.

En algunas zonas del norte de Castilla y León se habla de hasta 1.800 kilos, pero se trata de zonas con más humedad en las que las lluvias veraniegas seguramente hayan aparecido más que en otros lugares. La Asociación Española del Girasol es más optimista y cifra en unas 890.000 toneladas la cosecha nacional. Teniendo en cuenta que la superficie cultivada que maneja es de 740.000 hectáreas, sale una media de 1.200 kilos por hectárea, rendimiento que ya quisieran haber alcanzado en la mayor parte de España.

El caso es que, en cualquier caso, la cosecha no va a ser muy buena, ni siquiera buena; incluso mala en algunos lugares. Y a ello se une que las cotizaciones en los mercados no van a mejorar las cosas. En la lonja de León, un buen referente para este cultivo, la semana pasada comenzaba a cotizar la pipa y lo hacía con unos precios de 375 euros por tonelada para la normal y 385 para el girasol alto oleico. Esto representa un descenso muy considerable, de en torno al 40% respecto a un año antes, cuando se pagaban los mismos productos a 630 y 710 euros respectivamente.

Roales lamenta este descenso, que cifra hasta en el 45% en algunos casos, y dice que si se hubieran mantenido los precios de hace doce meses la campaña seguramente habría sido rentable para la mayor parte de los agricultores. San Andrés, además, recuerda que la nueva PAC borró de un plumazo las ayudas a la colza y el girasol como proteaginosas, que hasta hace dos campañas sí se percibían, aunque en menor cuantía que otros cultivos como la veza o el guisante. A pesar de que la cantidad rondaba los 30-60 euros por hectárea, que no es gran cosa, cualquier ayuda es buena en años como el que termina.

En resumen, que la alegría que se esperaba del girasol no ha llegado a producirse. Con excepciones, la cosecha está siendo justa o directamente insuficiente para cubrir gastos. La sementera de otoño ya está arrancando y ahora el agricultor se pregunta qué sembrar para la campaña que comienza. Los costes de producción siguen muy altos, el gasóleo no parece bajar y las cotizaciones en los mercados son del todo imprevisibles a un año vista. La agricultura es, cada vez más, un deporte de riesgo.

 

Mejora en las semillas.

La segmentación del mercado de girasol en los últimos años ha cambiado los objetivos de ventas de las empresas obtentoras, según aseguran desde la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (ANOVE). La investigación ha dado sus frutos y es por ello que han aparecido variedades con nuevas cualidades como el Alto Oleico y otras con resistencia a herbicidas. El género Helianthus (al que pertenece el girasol) engloba 49 especies diferentes, lo que ofrece una gran oportunidad para utilizar dicha diversidad en la mejora genética.

Los objetivos principales planteados en los diferentes programas de mejora son el rendimiento y la estabilidad de la semilla; la resistencia a enfermedades (jopo y mildiu); aumento en la calidad del aceite; tolerancia a la sequía y al calor; y tolerancia a los herbicidas. La calidad de los programas de mejora de las empresas de semillas instaladas en España es una garantía de obtención de nuevas variedades que aportan al mercado un gran valor añadido. Un claro ejemplo es la búsqueda continua de resistencia al jopo, un patógeno parasito del girasol que muta con gran facilidad, siendo una amenaza constante al cultivo en Andalucía y Castilla-La Mancha. Gracias a estas investigaciones continuas con renovación constante de nuevas variedades resistentes a todas las razas de jopo y tolerantes a herbicidas, esta especie ha podido seguir siendo una alternativa a los cereales en las tierras de secano de toda España.