La vida a 3.000 kilómetros del hogar

Beatriz Palancar Ruiz
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Hasta Atienza llegaron 15 refugiados desde Ucrania y hoy continúan cinco miembros de una familia que viven arropados por compatriotas y los voluntarios de Pueblos con Futuro y CaixaBank

Una familia ucraniana continúa viviendo en Atienza gracias al apoyo de las asociaciones Pueblos con Futuro y Voluntarios de CaixaBank. - Foto: Javier Pozo

La villa de Atienza fue uno de los municipios de la provincia que acogió a algunos de los ucranianos que decidieron abandonar su país cuando comenzaron a caer las primera bombas. A través de las gestiones de las asociaciones de Pueblos con Futuro y de voluntarios de CaixaBank, hasta aquí llegaron 15 refugiados.

De ellos, una familia de cinco miembros continúa en Atienza. Diana tiene 21 años y su mirada transmite tristeza. Llegaron el 7 de abril desde Barcelona. Primero, pasaron dos noches en Sigüenza para después dirigirse a una vivienda que pertenecía al Obispado que se acondicionó para que pudieran vivir en ella todos, su madre Nina, su abuela Tetiana y Diana junto a sus otros dos hermanos menores, Marta de 10 años y Vitalyi de ocho.

«Vivíamos en un pueblo muy cerca de Polonia. Yo ya llevaba casi un mes independizada de mi familia pero como empezó la guerra, primero huimos de las montañas, volvimos a nuestra ciudad pero cayeron dos misiles y decidimos salir de allí por los niños. Atienza es mucho más pequeño que de donde veníamos. La gente es muy buena y nos han ayudado mucho», relata Diana sin esconder su melancolía por la vida que perdió cuando comenzó la invasión y por no saber qué traerá el futuro. «Este año, ha pasado muy rápido. No sabemos qué va a pasar aquí o cómo va a mejorar o si va a ir peor en Ucrania. No sabemos nada del futuro». 

Una familia ucraniana continúa viviendo en Atienza gracias al apoyo de las asociaciones Pueblos con Futuro y Voluntarios de CaixaBank.Una familia ucraniana continúa viviendo en Atienza gracias al apoyo de las asociaciones Pueblos con Futuro y Voluntarios de CaixaBank. - Foto: Javier Pozo

Desde su llegada, el trabajo que mantienen las asociaciones de Pueblos con Futuro y de voluntarios de CaixaBank es constante. «Desde abril a julio, he estado viniendo, mínimo, dos veces por semana. A partir de septiembre, he estado canalizándolo a solo una vez para que tuvieran más independencia. Durante la semana, reúno las cosas que necesitan y preparo documentos», explica José Luis Gallo, trabajador de CaixaBank y voluntario de ambas asociaciones que mantiene un contacto permanente con la familia a través de mensajería por el móvil. 

Desde luego, José Luis, procura su bienestar tratando de atender todas sus necesidades. Por ejemplo, él se ocupa de solicitar el suministro de combustible para la calefacción, les acompaña al ayuntamiento para completar el papeleo por una ayuda que acaba de publicar el Gobierno regional para ucranianos a través de la asistente social, acude con Nina a las tutorías de los dos niños para estar pendiente de su evolución y de lo necesario durante el curso, pero también emplea parte de su tiempo en jugar con Marta y Vitalyi, buscar cursos de formación para Diana, estar atento para las ofertas de trabajo que puedan surgir para Nina en el pueblo, además de gestionar de manera particular la venta de bolsas y pulseras solidarias que confecciona la abuela con los 2.600 metros de tela que Fundación Caixabank ha comprado a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que obtiene un 10% de lo recaudado para destinarlo a investigación,  del lazo con el que se consiguió el récord Guinness en octubre del año pasado al extenderlo sobre las tetas de Viana de Trillo. 

Compatriotas

La llegada a Atienza no fue casual. En esta localidad ya existía una comunidad de ucranianos y se pensó en este destino para que fuese más sencilla la adaptación de los refugiados.

Su apoyo fue y sigue siendo fundamental. En los primeros momentos para superar la barrera del idioma y conocer las diferencias culturales o de costumbres que existen entre ambos países. 

«Eso de recibir a gente con las noticias de la guerra, fue un shock. Ellos estaban nerviosos y preocupados por como iban a estar y les explicamos en nuestro idioma que es un pueblo tranquilo, con gente buena. Están tranquilos porque van encontrando trabajo poco a poco. Los niños están muy contentos porque juegan con otros niños y ya conocen un poco de idioma. Creo que están contentos gracias a los voluntarios españoles que ayudan y les animan», comenta Lucía que lleva 24 años en España, de los que ha pasado 21 en Atienza y otros tres, antes, en Condemios.

Los lazos de solidaridad entre compatriotas también llegaron en forma de empleo para Diana, que trabaja en uno de los establecimientos hosteleros del pueblo que está regentado por Galyna, también ucraniana que lleva más de diez años en nuestro país.

«Me pareció bien que vinieran porque sabemos que la despoblación en los pueblos es un hecho real que no es fácil de parar. Cada matrimonio o familia que vienen es una alegría. El colegio estuvo a punto de cerrarse. Se han acostumbrado muy bien y hablan muy bien. Los niños se han hecho amigos de otros del pueblo y son muy cariñosos», asegura el alcalde de Atienza, Pedro Loranca, quien avanza que el Ayuntamiento ahora está inmerso en un proyecto para atender a personas mayores del pueblo en sus casas con el que esperan poder dar un empleo a Nina, que estuvo trabajando unos meses en hostelería pero en estos momentos no tiene un puesto de trabajo fijo.

También esperan que, en primavera, la abuela de la familia pueda volver a ocuparse de la apertura de los monumentos de la localidad atencina. Todos estos pequeños empleos, más la ayuda de las asociaciones de voluntarios, les permiten sobrevivir sin dejar de estar pendientes de las noticias que llegan a diario desde frente.

«Quiero que todo se termine muy rápido y que la gente no se olvide de lo que está pasando en Ucrania. Es muy doloroso. No creo que salga más gente. Mucha gente vuelve a Ucrania porque a la gente le gusta vivir en su casa. Lloro un montón porque echo de menos a mi ciudad y a mis amigos. Hace dos días, se murió un hermano de una amiga. Me duele mucho porque estaba trabajando en Francia y quiso volver para proteger a su país. Tengo una amiga embarazada que no quiere salir de allí porque en 2014 los rusos atacaron su ciudad y no quieren escapar otra vez. Además, su marido es militar», cuenta Diana mientras se limpia las lágrimas que brotan de sus ojos. 

Sus hermanos menores viven ajenos a esta realidad y disfrutan del cambio de vida porque vivir en un pueblo tan pequeño les permite pasar mucho más tiempo en la calle del que podían estar en su país.

«En Ucrania, mi madre casi no me dejaba salir porque había más peligro por la carretera y ahora salgo todos los días», asegura Marta. Un testimonio que encuentra la complicidad de su hermano pequeño Vitalyi que reconoce que disfruta jugando al fútbol y montando en bicicleta. 
De momento, la vida de esta familia ucraniana se encuentra a miles de kilómetros de su origen y, aunque están seguros y empiezan a tener su independencia, no dejan de acordarse de su país.