Por fin, tras incontables demoras, Yolanda Diaz presentó el viernes en Madrid su proyecto de aglutinar una propuesta política que atraiga a los votantes a la izquierda del PSOE. Su convocatoria no tuvo el éxito popular que despertó el 15M en la Puerta del Sol, pero, aún así, miles de personas acudieron al Matadero, una tarde tórrida, para escucharla.
Les contó que "esto no va de partidos ni de siglas" porque se trata de escuchar a los sectores más desfavorecidos. Quiere el equilibrio democrático que supone que los más ricos y las grandes corporaciones paguen más impuestos para romper las desigualdades. Mencionó, uno
por uno, todos los sectores perdedores de las últimas crisis y les instó a exponer sus problemas.
La descripción de la política como el arte de escuchar, atender y dar cariño, queda muy lejos de aquel "asaltar los cielos" de Pablo Iglesias, al que hace un año escaso sustituyó en la vicepresidencia del Gobierno. Cuanto debe haberse arrepentido el dirigente de Podemos de designarla sucesora. Ni un solo miembro de esta formación ni de IU le acompañó en el escenario. Tampoco dijo como se iban a integrar las "mareas" en su proyecto, ni con que otros dirigentes de la izquierda iba a rellenar las papeletas de Sumar, cuando dentro de un año y
medio se convoquen las elecciones generales.
La descripción de la dura realidad económica, que no puede sino empeorar en el otoño, la vaguedad y el buenisimo, marcaron un discurso que difícilmente contentará a esos ciudadanos a los que ella retrató como desencantados de la política y hartos de promesas vanas. Porque no se trata de conocer los problemas que afectan a la ciudadanía, ampliamente sabidos, sino de solucionarlos. Y Yolanda Diaz es vicepresidenta del Gobierno en ejercicio y puede recibir a
los colectivos que quiera en su despacho de Moncloa, si es que, a estas alturas, todavía no sabe las dificultades de limpiadoras de pisos, médicos, maestros etc.
Más que de escuchar para sumar, se trata de actuar; de demostrar como una eficaz gestión del Gobierno es capaz de resolver los problemas del día a día. De no ir siempre a remolque de los acontecimientos, de que el tope al precio de la factura eléctrica llegue cuando ya las
familias se han empobrecido pagando la luz más cara de toda Europa.
No se puede ofrecer una revolución de baja intensidad cuando nuestra economía está bajo la supervisión de Bruselas y un exceso de gasto público que dispare, aún más, el déficit, no se nos va a consentir.
Hay que darle tiempo, aunque corra prisa, a su proyecto al que, de momento, le faltan propuestas y le sobran buenas intenciones y vaguedades. Vienen tiempos duros y no está el horno para bollos.