Lo que no se ve

Antonio Herraiz
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La representación del Tenorio Mendocino llega a su trigésimo tercera edición con un equipo formado por 180 personas. Detrás de los protagonistas hay un equipo de maquilladoras, responsables de vestuario y de atrezo que sostienen la puesta en escena

Lo que no se ve

A don Juan Tenorio le tenemos perfectamente identificado: «Por donde quiera que fui / la razón atropellé / la virtud escarnecí / a la justicia burlé / y a las mujeres vendí». Altanero, fanfarrón, libertino, pendenciero y, pese a todo, irresistible. Para doña Inés no hacen falta presentaciones. Es quien sostiene, aquilata y da sentido a la obra de Zorrilla: «Tu presencia me enajena / tus palabras me alucinan / y tus ojos me fascinan / y tu aliento me envenena». Bondadosa y emblema del amor casto, no puede evitar enamorarse perdidamente de don Juan. Y así, con una familiaridad que traspasa lo literario, nos ocurre con cada uno los personajes de este mito convertido en rito por el colectivo Gentes de Guadalajara: Luis Mejía y don Gonzalo de Ulloa; Brígida y Cuitti; el mesonero Buttarelli y doña Ana de Pantoja. 

Pero además de los actores y actrices que dan vida a una de las obras más representadas de toda la dramaturgia en español, hay una parte que trabaja de forma discreta entre bambalinas y que pasa inadvertida en la mayor parte de las ocasiones. Detrás de los protagonistas más reconocibles de nuestro Tenorio Mendocino -y digo bien porque forma parte del ser y el sentir de la ciudad que lo vio nacer- hay un equipo que sostiene, en la sombra, el andamiaje de toda la puesta en escena. Son las maquilladoras, las responsables del vestuario, los encargados del atrezo y quienes amplifican en redes la difusión de este evento popular que, cada año -y van 33 ediciones-, recorre la Guadalajara monumental con los versos de una obra imbricada en la tradición cristiana española.  

En una de las viejas dependencias del Fuerte, justo debajo de la iglesia de San Francisco, quedamos con parte del equipo que habitualmente no se ve en el Tenorio Mendocino. Son María Aliaga (maquillaje), Mónica Gutiérrez (encargada del vestuario y también maquilladora), Carlos de Inés (responsable del atrezo, decoración y escenografía) y las hermanas Irene y Lidia Pajares Pradillo. Irene es la responsable del equipo de redes sociales y del grupo de bailes de las aldeanas y Lidia supervisa los trajes para que los días de la función todo esté a punto. Las dos han heredado la tradición familiar transmitida por su abuelo José Luis Pradillo, miembro de los Amigos de la Capa, asociación impulsora de esta iniciativa cultural.  «Cuando dices que estás en el Tenorio la pregunta más recurrida es '¿y tú, qué papel haces?', quizá sin ser conscientes de que una representación de esta envergadura tiene detrás a mucha gente». No tienen afán de protagonismo y todos coinciden: «El Tenorio es una gran familia y emociona el simple hecho de colocarte el forro polar identificativo del equipo. Nos encanta el segundo plano y valoramos mucho poder formar parte de algo tan grande». 

El grupo de lo que no se ve del Tenorio empieza a trabajar justo cuando terminan las ferias y los días de representación -este año, 3 y 4 de noviembre- son frenéticos. «El Tenorio somos todos, desde el que hace de don Juan hasta el que enciende el micrófono. Cualquier fallo en uno de los eslabones repercute en el conjunto». Aunque no salen a escena, se saben de memoria la mayor parte del texto zorrillesco, con sus ovillejos, décimas y quintillas. Y, de forma puntual, han dado el salto a la escena con papeles que han compatibilizando con sus funciones dentro del equipo que se mantiene fuera de los focos. Como aldeanas, como doña Ana -en el caso de Lidia- o estrenándose dentro del coro de monjas. «El año pasado lo dejé caer casi en broma y aquí me tienes, repasando el libreto de partituras con la letra en latín», me cuenta María Aliaga, que descubrió en el Tenorio una faceta artística escondida que le ha llevado a dedicarse profesionalmente al maquillaje y al estilismo. 

 «El Tenorio es el entusiasta trabajo de mucha gente que, voluntariamente, se entrega a una labor por la que siente un especial sentimiento. Lo hacen porque quieren, sin obligaciones ni limitaciones, dando lo mejor de sí mismos. Y así seguirá siendo, aunque vaya desapareciendo gente y entrando savia nueva, lo que indica que las cosas permanecen por encima de las personas». Éste es el resumen que me ha hecho muchas veces Javier Borobia, padre espiritual del Tenorio Mendocino, y que refleja a la perfección el trabajo silente de esas Gentes de Guadalajara que como Irene, Lidia, Carlos, María y Mónica dan vida a un espectáculo de categoría y del que la ciudad que lo vio nacer no puede estar más orgullosa.