Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


El fair play y la política

09/07/2023

En la vida, el que carece de argumentos o razones, por lo general, grita más, recurre al insulto y a la descalificación del contrario, sin advertir que es él mismo quien se descalifica; es algo parecido al excusatio non petita, acusatio manifiesta. Y es justamente eso lo que al ciudadano cabal le saca de quicio en el ejercicio político y no digamos durante las campañas y precampañas electorales, en las que, de un tiempo a esta parte, impera la patente de corso, el zapatazo y tente tieso, el «tú más», por parte de los líderes de los grandes partidos, jadeados por los turiferarios y pelotas, ávidos de cargos, convencidos per sé, o por lo que esperan que les caiga. 
Lo que venimos viendo durante los larguísimos días de precampaña y, ahora, iniciada la campaña de las Elecciones Generales, asombra por su escasísimo nivel, por la pobreza de los argumentos y por el raquitismo de los discursos. De seguir así las cosas, pronto tendremos que darle la razón a aquel sin par Rafael Sánchez Mazas, histórico falangista, nombrado Ministro sin cartera por Franco, el cual, viéndose un mal día interpelado por el Caudillo, evidentemente molesto por su mala costumbre de hacer novillos durante los Consejos de Ministros, Sánchez Mazas –el único ministro al que Franco no tuteaba–, un tanto nervioso al verse pillado en falta, replicó: «La política, excelencia, es asunto de muleros». Obviamente ahí acabó su carrera. No se sabe con exactitud si la anécdota es o no verídica, pero de lo que no cabe la menor duda es que cuadraba con su temperamento y corte aristocrático.
Sánchez Mazas, como Julián Besteiro, José Prat, Indalencio Prieto, Azaña, Gil Robles y, ya en nuestros días, Suárez, Felipe González, Fraga, Carrillo, Calvo Sotelo y muchos otros, eran políticos de clase, que hacían del honor y el fair play, algo esencial en su quehacer político. En modo alguno eran como esos augures romanos que, cuando se cruzaban por la calle, bajaban la mirada, la volvían, se hacían los distraídos, porque, de no hacerlo y tener que afrontar el semblante de su colega, ninguno de los dos podía evitar el garabato de su sonrisa pintado en él. ¿Por qué? Pues, simplemente, porque ambos sabían que eran unos mixtificadores, fulleros y mentirosos. Diderot dejó escrito una frase que da mucho que meditar cuando dice: La politique c´est une affaire de masques.
Con máscara o no, no se puede ni se debe plantear unas elecciones generales como si se tratara de un Madrid/ Barça; de un Joselito /Belmonte, o de playa o montaña. No, ciertamente. Ni se pueden plantear con incesantes descalificaciones; al ataque o al contraataque; como el que apuesta en una taberna entre Mbappé o Vinicius. El asunto es bastante más serio, por más que haya políticos que se escudan en que hay que rebajar los argumentos para que el ciudadano(a) los entienda. 
Hay que ir mucho más lejos. No se puede seguir mareando al ciudadano con el tema del sexo un día sí y otro también, cuando hay cuestiones fundamentales que por h o por b nadie quiere abordar. Me refiero al tremendo castigo que la Banca –esa misma que hace unos meses lloraba porque, después del crimen que perpetraron con sus propios empleados, tenían que pagar un impuesto especial– ha impuesto a miles y miles de familias que cometieron la ingenuidad de pedir un préstamo a interés variable. La Banca nunca pierde. O el terrible problema de la especulación con el ladrillo  (adquisición de vivienda, alquileres), culpables de que los salarios no alcancen a quienes  ganan entre 16.000 y 18.000 euros (que son legión). O el por qué hay miles y miles de españoles que prefieren trapichear a percibir un salario. Buen ejemplo lo tenemos en la hostelería, en manos cada vez más, de inmigrantes; o el gran problema de la fuga de cerebros (más de un millón de jóvenes con carreras, másteres y doctorados malviviendo a miles de kilómetros de sus casas). O el problema de la cultura. Cosas esenciales que habría que debatir a fondo (hoy mismo se ha vuelto a plantear el de la edad de jubilación). Pero, ya se sabe, tres de cada cuatro votantes lo hacen en base a parámetros impensables en los tiempos actuales.