Abriendo caminos

Antonio Herraiz
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Es de la Rioja Alavesa y llegó a Guadalajara por amor. De tradición familiar de cocineros, su primera gran experiencia en los fogones fue en Camino Abierto, el campamento itinerante para jóvenes. Es el nuevo chef de la Taberna Santa María

Abriendo caminos - Foto: Javier Pozo

Pedro Mari Martínez (Vitoria, 1964) es más de chuletillas de cordero al sarmiento que de chuletón; más de patatas a la riojana que de bacalao al pilpil. "Soy de Samaniego, en la Rioja Alavesa, y allí los platos típicos no son los del País Vasco". Es una comarca en la que no proliferan las habituales sociedades gastronómicas de Bilbao o San Sebastián. "Casi todos tenemos bodega propia con merendero y chimenea. Es ahí donde aprendes a cocinar siendo un chaval. Antes de irnos de fiesta hacíamos caracoles, cangrejos o chuletillas. Lo que tocara. Cuando volvíamos, terminábamos lo que había sobrado". Y todo regado con un vino de maceración carbónica elaborado con el método heredado de sus antepasados. Consiste en fermentar las uvas enteras, sin quitarles el raspón. "Es un vino especial. Ahora que estoy fuera de mi tierra, cuando abro una botella, me traslada directamente a Samaniego".

Se empapó de la gastronomía de la comarca de la mano de su madre y su abuela. Tenía madera y escuela para haber sido cocinero profesional y, con el paso de los años, amplió incluso los vínculos. La hermana de Pedro se casó con Imanol Rementería, uno de los chefs más reconocidos de toda la Rioja Alavesa, donde ha trabajado como jefe de cocina de los mejores restaurantes de Laguardia. Sin embargo, la vida le llevó por otros caminos. Pedro ha sido casi de todo. Desde jefe comercial en Avidesa, la empresa de helados del valenciano Luis Suñer -secuestrado por ETA en 1981-, hasta empleado de una empresa del grupo Unipapel dentro de su negocio de distribución de productos informáticos. En los últimos años, ha sido representante de un fabricante de productos para el baño: mamparas y platos de ducha, lavabos y grifería. Nada que ver con los fogones. 

El camino de la vida le trajo a Guadalajara. «Me vine por amor. Miriam ha sido la mujer de mi vida desde que la conocí. En su momento, no dimos el paso, los dos hemos tenido otra relación anterior y, al final, el destino nos ha vuelto a acercar y hemos acabado juntos». Y por mediación de Miriam y de su hija, Natalia, conoció Camino Abierto, el campamento itinerante que organiza la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. «En una reunión pidieron ayuda para tomar las riendas de la cocina y dije: ahí que voy». El reto no era pequeño. No es lo mismo cocinar para los amigotes de la cuadrilla que para 100 chavales de 14 a 17 años. «En realidad, no hay mucha diferencia. Si tienes las cantidades controladas, es cuestión de multiplicar. Sólo tienes que tener los recipientes y los utensilios adecuados». Pero, lejos de esta modesta simplificación, detrás hay mucho más. Tienes que organizar la compra de toda la semana, preparar la intendencia y calcularlo todo muy bien para que nunca falte de nada. «Lo prioritario es que no pasen hambre». Este año, el campamento ha partido de Molina de Aragón, ha recorrido el corazón del Alto Tajo y ha finalizado en Trillo. En la cocina de Camino Abierto se prepara el desayuno, el almuerzo, la comida, la merienda y la cena. «Es duro, porque tienes que montar y desmontar con rapidez, para que cuando los chicos lleguen al final de la etapa del día esté todo listo». Sabe que cuenta con ayuda de un equipo entusiasta. «Yo no hago 1.000 albondiguillas. Mi función es comprar la carne, hago el apaño y ellos se encargan de hacer la forma». Para los chavales es una experiencia íntima y única. De oración y de reflexión. De conocerse más a uno mismo. «Es muy emocionante. Para mí es como la droga y una vez que entras es difícil salir. Sólo ver cómo lo viven los chavales, merece la pena». 

También el azar le ha llevado a su último reto profesional. Desde Semana Santa regenta la Taberna Santa María, un coqueto establecimiento situado junto a la Concatedral. «Me lo propusieron y contesté lo mismo que cuando me plantearon lo del campamento: ahí que voy. Para tomar determinadas decisiones hay que ser un poco inconsciente o ser de Samaniego». Aunque su cocina es abierta, tiene el sabor de la Rioja Alavesa. «La comida que hacían nuestras abuelas era siempre exquisita, pero nunca salieron del pueblo. Nosotros no nos limitamos a los platos propios de la zona. Hemos recorrido las sidrerías de San Sebastián, los restaurantes de Vizcaya y conocemos la gastronomía de otros puntos de España». No le faltan ilusión y ganas y ha abierto un nuevo camino junto a Miriam y Natalia con permanentes satisfacciones diarias. «Cuando te dice que la comida está rica, ya me siento pagado». Y ahí le dejamos en su taberna, trabajando «para que la gente sea feliz cuando venga».