Ni vagos ni tontos

Antonio Herraiz
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Preside Dixguada, la asociación de personas con dislexia y otras dificultades específicas del aprendizaje. Reclama una actualización del sistema educativo para no añadir mayor sufrimiento a los niños que padecen este trastorno.

Ni vagos ni tontos - Foto: Javier Pozo

Cuando la hija mayor de Deborah Murillo (Madrid, 1979) comenzó en el colegio con el primer contacto con las letras y las sílabas surgió el drama. «La niña llegaba todos los días llorando a casa y por la mañana en la fila nos pedía que no la dejáramos sola. De ser una chica gordita, en muy poco tiempo pasó a parecerse a los niños desnutridos de Somalia que veíamos en la tele». No quería comer, pero el endocrino no veía nada raro. «Estrés emocional, nos dijeron». La profesora del colegio les repetía que su hija no quería hacer ninguna tarea; sólo jugar. Y llegó el día en el que la docente sentenció: «Es un poco vaga». A los padres no les quedaba otra que seguir las recomendaciones, presionando cada tarde a la pequeña para que hiciera las tareas. «Los niños son esponjas y ese primer aprendizaje lo hacen de forma natural; disfrutando y no sufriendo. Por eso no nos cuadraba un diagnóstico tan a la ligera. Cuando en casa nos poníamos con los primeros pasos en la lectura -la p con la a, o la m con la a- se convertía en un suplicio. Recuerdo que hacer una letra con plastilina era casi una tragedia». Mientras el resto de niños jugaban a cada momento en la calle, su pequeña empleaba horas en terminar la ficha que le habían encargado en el colegio. No se centraba, sacaba punta constantemente al lápiz y tiraba el bolígrafo al suelo. Además, repetía una frase que hundía a los padres en la miseria: «Soy tonta. No soy como los demás». Algo no encajaba y, después de muchas pruebas y analíticas, una amiga les derivó a un centro especializado en psicología sanitaria y logopedia donde centraron el problema de la hija de Deborah: era disléxica. 

«En ese momento vi la luz. Después de arrastrar un permanente sentimiento de culpa porque crees que todo lo estás haciendo mal, pensé que la solución sería rápida». Se equivocó. En el colegio en el que estudiaba la orientadora no compartió el diagnóstico que le habían realizado en esa clínica privada y comenzó una lucha que se mantiene ahora que su hija tiene 14 años. «Cuando estudian la carrera, los futuros profesores no profundizan en la dislexia y después no se reciclan. Esto tiene que cambiar. Deben abordar en la universidad esta dificultad específica en el aprendizaje. Es verdad que se han producido muchos avances, que hay orientadores y docentes cada vez más preparados y concienciados. Yo lo noto en el instituto en el que está estudiando mi hija. Aun así, queda un largo camino por recorrer». 

Hay un gran desconocimiento sobre este trastorno, a pesar de que entre un 10 y un 15 por ciento de los niños son disléxicos y de que muchos ni siquiera están diagnosticados. Si no te toca de cerca, la mayoría lo reduce a chascarrillos heredados, como no ser capaz de distinguir la derecha y la izquierda. En cambio, la dislexia va mucho más allá. El cerebro funciona de forma diferente y dificulta un reconocimiento preciso de las palabras, lo que complica el aprendizaje. «El esfuerzo que tienen que hacer es un 300% más que un niño normal». Y la motivación suele estar siempre por los suelos. «Una frase que repiten mucho es: Para qué voy a esforzarme más, si total, voy a suspender. De todas maneras, me van a decir que soy tonto». Aunque no es una enfermedad, un diagnóstico precoz facilita un mejor desarrollo académico y emocional de los pequeños. «Para los padres es agotador. Tú, como madre, no sabes enseñar y tienes que buscar ayudas, con un sobresfuerzo económico que no todas las familias se pueden permitir. A los profesores particulares tienes añadir psicólogos, pedagogos, y logopedas que te los pagas tú». 

Dixguada, la asociación de personas con dislexia y otras dificultades específicas del aprendizaje, cuenta con 200 socios. Todos acuden con preocupaciones muy parecidas y con idéntica sensación de que no lo están haciendo bien. «Aquí reciben apoyo y las pautas que deben seguir para mejorar la calidad de vida de sus hijos». Este año, con motivo del Día Internacional de la Dislexia, han celebrado un acto en la casa de la cultura de Cabanillas, cuyo lema es mucho más que una simple declaración de intenciones: Motívalos y volarán. Y de altos vuelos sabe mucho Magic Johnson, leyenda viva de los Lakers. De alcanzar con motivación cimas también muy altas nos podrían haber dado unas cuantas lecciones Albert Einstein, Carol Greider -Nobel de Medicina- o el cantante Pau Donés. Todos eran disléxicos y sus trayectorias confirman que nada hay imposible para todas estas personas que sufren dificultades en el aprendizaje. Basta con luchar y con pelear para que el sistema educativo se adapte a ellos. Y en eso está empeñada Deborah.