Ancelotti y el atrevimiento

Diego Izco (SPC)
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Es tarde para imaginar qué habría sido del Real Madrid de haberse comportado como un equipo abiertamente ofensivo. El Barça mide mal en Pucela, donde un equipo sin nada que perder le llevó al límite

Ancelotti y el atrevimiento - Foto: AFP7 vía Europa Press

Las notas se reparten a final de curso, pero como ya se distingue la pancarta de 'meta' en el horizonte y el madridismo se huele un curso de sequía, va poniendo suspensos partido a partido. A pesar de la victoria, le tocó a Ancelotti: la presencia de Güler en el campo elevó el espíritu de un equipo demasiado defensivo durante la 24/25. Cojo en defensa (las lesiones no ayudaron), al equipo (al entrenador) le faltó arrojo para transformarse en un bloque abiertamente ofensivo, sin disimulos, y buscar la locura del intercambio de golpes. ¿Quién 'pegaría' mejor en duelos abiertos que el Madrid, dueño de las fichas de Mbappé, Vinícius, Rodrygo, Bellingham, Güler, Brahim...? El partido ante el Celta fue un 3-2 pero pudo ser un 6-4. Encajar 'cero' es imposible dadas las circunstancias, pero encajar 'mucho' para marcar 'aún más' sí lo era. Y el aficionado blanco, aún agarrado -sin demasiada fe- a la última bala de Montjuic el próximo domingo, cree que el italiano no supo, no pudo o directamente no se atrevió. «Se busca entrenador valiente» es el anuncio que cuelga desde hace una buena temporada en el Bernabéu. 

Rotar

Suena absurdo por su obviedad, pero cuando un equipo ya lo perdió todo, juega sin nada que perder, es decir, despojado de tensiones, nervios y presión. El Valladolid recibía al Barça con 60 puntos de desventaja y lo tuvo contra las cuerdas a pesar del 18%-82% de posesión o los 19 remates frente a cuatro que indican las estadísticas. Flick tuvo que tirar de tres primeros espadas (Lamine, Raphinha o Fermín) para voltear un 1-0 que duró casi 50 minutos expuesto en el electrónico, porque decidió rotar en masa pensando en Milán olvidando la escala de Pucela, donde un equipo ya descendido tenía con unas ganas enormes de decirle al mundo «no soy tan malo» y entregar unos gramos de alegría a una afición que camina entre el desencanto y la indignación. Salvó el 'match-ball' con una nueva remontada, y la sensación de que o el Barça llega justo o todos (técnico y jugadores) midieron mal.