La Comisión Europea inicia el camino hacia el marco de ortodoxia económica y financiera que sustenta la unión monetaria después de tres crisis sistémicas en quince años que han multiplicado la deuda pública de la Zona Euro hasta situarla en el 91,5 por ciento del PIB de los Veinte.
El instrumento que se propone en esta ocasión parece haber aprendido de los errores del famoso 'Pacto de Estabilidad y Crecimiento' de principios de siglo, un corsé demasiado rígido que tuvo como efecto el sacrificio del crecimiento económico, la paralización del proceso de convergencia, la desarticulación social de algunos países y el estrangulamiento de los servicios públicos. A la postre, este modelo fanático de austeridad a toda costa diseñado por los 'halcones' ha alimentado el descontento social y ha permitido la aparición de movimientos populistas de distinto signo que ponen en riesgo no solo el proyecto del euro, sino las mismas bases de la democracia liberal.
El planteamiento, ahora, es más realista y flexible, basado en planes de ajuste plurianuales (cuatro años ampliables a siete) que se diseñan en cada país y se acuerdan con la Comisión Europea, lo que confiere al Ejecutivo comunitario una gran capacidad de negociación para realizar los recortes y atemperar sus efectos. No obstante, para contentar a los halcones, siempre recelosos de que Bruselas acumule demasiado poder, se establecen también salvaguardas comunes de obligatorio cumplimiento que prescriben un mínimo nivel de ajuste anual tanto en el déficit como en la deuda.
Este nuevo camino, por lo tanto, rebaja la ambición de proyectos anteriores para ganar en eficacia y reduce las sanciones para que los incentivos (una mejor cotización de la deuda en los mercados internacionales, por ejemplo) cobren protagonismo buscando, de este modo, que los países interioricen la consolidación fiscal como un objetivo de política económica interior antes que como una imposición externa.
Sin embargo, la ductilidad prevista en el nuevo sistema implica un riesgo cierto de que la estabilidad económica y financiera de cada estado y de la Zona Euro en general se convierta en moneda de cambio político entre los gobiernos y la Comisión para proyectos más cortoplacistas. Por ello, deben producirse las suficientes salvaguardas para lograr estos objetivos de salud financiera y conjugarlos con nuevo escenario geopolítico mundial en el que Estados Unidos está acaparando gasto público para atraer inversión en los sectores de futuro.
Con todo, las nuevas reglas fiscales seguirán siendo un proyecto deficiente e injusto si no abordan también una coordinación de las políticas fiscales de los estados miembros y Europa continúa permitiendo en su seno la existencia de paraísos fiscales y prácticas de dumping impositivo que convierten a algunos estados en un sumidero de recursos de los países periféricos a los que, además, se les da lecciones de moralina que rozan la xenofobia.