La fórmula monclovita de estimación del número de asistentes a una manifestación, cocina Tezanos, es el resultante, en el caso de las "malas" (campo, caza, derecha, etc.) de dividir por tres la afluencia real. En el caso de las buenas es, al revés, el producto de multiplicar por lo mismo al personal.
La gigantesca manifestación de agricultores y cazadores del domingo en Madrid es preclaro ejemplo de ello. Tres kilómetros largos de marcha, desde Atocha hasta Nuevos Ministerios, ocupando no solo el central de los paseos del Prado, Recoletos y Castellana, calzada central, laterales y zona peatonal y un raudal continuo de gentes tres horas largas pasando (puesto de observación Café Gijón) ha sido saldado por la Delegación de Gobierno con la cifra de 150.000. Una mentira que nadie mejor que ellos saben que es una bellaquería colosal.
Fui privilegiado testigo de la gran movilización del 2008, también protagonizada por cazadores y campesinos, y esta diría que bien ha podido duplicar a la anterior. Sin duda alguna es una de las más grandes, diría que en el podido, de cuantas han tenido lugar en la capital. Y negarlo, por parte de quien más que nadie debería ver y escuchar el clamor, es un autoengaño tan estúpido como suicida. Los que estuvieron allí saben cuántos y el porqué y pretender borrarlos a lo único que conduce es a cabrearlos aún más. El 20-M lo dijeron en la calle. Mañana lo van a decir en la urna.
Lo saben, claro que lo saben y quienes más son los que más cercanas las tienen. Autonómicas y locales están ya asomando. Y los barones y alcaldes socialistas se tientan la ropa temiéndose que pueden recibir en su culo la patada que iba dirigida a otras posaderas. Ellos son los más conscientes de que si en la disyuntiva entre el descerebre anti rural y ultra animalista de los señoritos podemitas que marca el paso gubernamental y las gentes de a pie, del terrón y del sudor (el 95% de los asistentes tenían callos en las manos y la cara curtida por el frío y por el sol), Sánchez sigue abrazado a los primeros y a los delirios de la Ley de Bienestar Animal, por ejemplo, lo van a pagar muy caro. Tan caro que se pueden ver sin sillón.
El remate del despropósito, de esta contumaz negación de la evidencia, es encima el tomar como idea fuerza de respuesta el insulto a los participantes. Para ello sacan a la rescatada Adriana Lastra, aquella que había pactado y por escrito con Bildu la derogación total de la Reforma laboral, y sale un día sí, otro también y domingos y fiestas de guardar por todas las teles y radios llamando ultraderechistas, extremistas y fascistas a todo bicho viviente que ose levantar la voz quien contra el Gobierno y su amado líder. Desde este domingo ya han sumado a la lista a todo aquel que labre, pastoree, cace, pesque, tenga un perro campero, un halcón o un colmenar. Y no digamos si tiene una escopeta o un tractor. Ese ya es nazi total.
El mantra de que, a ritmo de no sé cuantos miles al día, los españoles nos vamos convirtiendo en un hatajo de fascistas suena ya tanto a carraca, lo están sobando de tal forma y con tal exceso y tan engolada exaltación, que simplemente lo han gastado y, aunque esto no lo sepan, es ya de absoluta y total inutilidad. A la gente, aparte sus más enfervorizados parroquianos y sus morados socios, el supuesto estigma, sambenito y excomunión les da exactamente igual. Vamos, que ni se ven, porque no lo son, como esos terribles ultras que pintan, ni perciben así, y cada vez menos, a quienes señalan como tal. Si piensan que por tildarlos una y mil veces de ello se mueve ya de sitio un voto en España, van dados. Y son ellos los que pueden acabar estrellados. Pueden mermar cuanto quieran las cifras, pero los cientos, muchos, de miles de personas que estuvieron el domingo en la Castellana saben los que fueron y el por qué estaban allí. En la mayor movilización del campo español.