La cultura del pacto se impuso al sectarismo de los partidos políticos, gracias a una incidencia informática. El culebrón se perderá en la polvareda. Lo que quedará, afortunadamente, es una reforma laboral pactada por empresarios y trabajadores con la fecunda complicidad del Gobierno, que mejora las condiciones de vida de los trabajadores y aporta estabilidad al sistema.
De haber triunfado la aritmética de los objetores, servidor estaría pidiendo ya el paso por el psiquiatra de los dirigentes del PP por un lado y el independentismo por otro, unidos por su aberrante alineamiento contra un fruto del diálogo social.
Por tanto, las discrepancias de ida y vuelta sobre despidos, temporalidad, territorialidad, poder sindical, alcance de los convenios, etc, se compensan con el poder intrínseco del pacto, la concertación y el consenso entre contrarios. Con cesiones por ambas partes, y siempre a la luz del viejo principio: lo mejor es enemigo de lo bueno.
Algo que no han entendido quienes el jueves pasado votaron "no" a la convalidación del decreto que regula las relaciones laborales. Falló la vía Yolanda (amigos plurinacionales de Sánchez) y acabó imponiéndose la vía Bolaños (Ciudadanos y recua de pequeños partidos), mientras los objetores (PP, Vox, ERC, Bildu, BNG y PNV) se empeñaron en inflar el incidente informático protagonizado por el diputado Alberto Casero.
Hay pocos precedentes de que partidos conservadores, como el PP de Casado o el PNV de Ortuzar, pretendan interpretar los intereses de los empresarios mejor que los representantes de estos. O que partidos de izquierdas, como ERC, Bildu o el BNG, pretendan suplantar a los sindicatos a la hora de decidir lo que conviene o no conviene a los trabajadores.
Ahora los objetores se han puesto estupendos en nombre del derecho de un diputado a cambiar su voto por un supuesto error del sistema informático. Primero quieren acudir a la mesa del Congreso y si, como es previsible por el vigente juego de mayorías, les dan con la puerta en las narices, piensan recurrir al Tribunal Constitucional.
Ganas de enredar. No tiene lógica que la política malogre un consenso alcanzado por los principales actores del crecimiento y la creación de empleo en una economía nacional pendiente de recuperación tras los años de pandemia. Es inaceptable que los objetores de la reforma laboral hayan querido subordinar la concentración entre patronal y sindicatos a un ecléctico amontonamiento de intereses partidistas (desde un PP que se tiene por partido de Estado hasta una ERC que aspira a reventarlo). Por suerte, no se han salido con la suya.