'Indultadas' de las aguas

Belén Monge Ranz
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Las presas inundaron los pequeños municipios de El Atance y Alcorlo, pero sus iglesias, Nuestra Señora de la Asunción y El Salvador, se trasladaron, piedra a piedra, hasta la capital y Azuqueca de Henares, respectivamente

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de El Atance, trasladada piedra a piedra hasta la capital alcarreña - Foto: Javier Pozo

El Atance y Alcorlo son solo el recuerdo de dos de los numerosos municipios de la provincia alcarreña que echaron el cierre hace ya algunas décadas. La industrialización llevó a sus habitantes a dejar el campo y emigrar a la ciudad en busca de mejor vida, quedando los pueblos vacíos. En ambos casos, sería la decisión de la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT) de construir sendas presas lo que acabaría definitivamente con la escasa vida que estos pueblos, sumergidos hoy en las aguas dulces de unos embalses que fueron creados para regar unas fincas, mientras se dejaban perder otras. 

La estampa de El Atance y de Alcorlo nada tiene que ver actualmente con lo que fueron en su día. Tras emigrar, hoy, desde la distancia, algunos aún muestran la añoranza por unas localidades sin nombre, unos pueblos que ya no existen y cuya particularidad reside, precisamente, en haber conseguido que sus iglesias fueran salvadas de las aguas y trasladadas,  piedra a piedra, a los nuevos barrios. En el caso de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción (El Atance), a la barriada de Aguas Vivas en la capital y la de El Salvador (Alcorlo), hasta Asfain, en el municipio de Azuqueca de Henares. 

La construcción del pantano de El Atance arrancó en 1996 y terminó en el 2000. Rufo fue el último vecino en abandonar el pueblo. Se resistió a hacerlo hasta casi el final. A partir de ahí, atendiendo a algunas propuestas, desde la CHT se planteó el traslado de la iglesia hasta la capital. Se entendió que su valor patrimonial y la idoneidad del enclave propuesto, en el barrio de Aguas Vivas, podría ser un buen lugar para fijarla.  

El traslado se realizaría piedra a piedra y se prolongaría varios años. Hoy, este templo, rebautizado como San Diego de Alcalá, se sitúa en la Avenida del Atance.

Han pasado algunos lustros desde que se reinauguró este templo y del antiguo pueblo apenas queda nada en pie, salvo una pequeña ermita muy deteriorada, donde aún se puede ver la marca de hasta donde llegaba el agua del embalse cuando se construyó, además de algunos pajares, casas agrarias y varios palomares.

Sus habitantes fueron indemnizados por la pérdida de sus casas y haciendas, una expropiación que finalizó en 1998. Hoy, de ese recuerdo, solo su iglesia se mantiene erguida en un nuevo barrio de Guadalajara, donde luce vistosa para el disfrute todos aquellos que la vieron 'morir' en su rincón favorito para después verla resurgir en una barrio en expansión. Algunos de sus antiguos vecinos aún recuerdan el traslado y como las  piedras iban numeradas. Una larga y ardua tarea que arrancó en el 2001 y concluiría en el 2004, llegando la inauguración oficial, un año después. 

El obispo de entonces, José Sánchez, propuesto la barriada y la idea fue bien recibida. El Ayuntamiento, gobernado entonces por José María Bris, aprobaría en pleno, un 25 de enero de 2002, la cesión de la parcela. Sin embargo, San Diego de Alcalá -como se la conoce hoy- se inauguró cuando ya estaba de alcalde Jesús Alique. 

Como curiosidad, cabe reseñar que el coste del traslado de la iglesia, su reconstrucción y la edificación de un edificio anexo para la pastoral costó a la CHT unos 500 millones de las antiguas pesetas, recordaba Bris.

Para su actual párroco, Ángel Luis Toledano, este edificio religioso es «un signo de lo que la iglesia y la fe han sido capaces de crear». 

Por lo que respecta al embalse de Alcorlo, es anterior. Se inauguró en 1978 y todavía hay quien recuerda con nostalgia como las mujeres del pueblo, apenas unos días antes de que la presa lo cubriera todo, fueron a limpiar la iglesia, lo único que se salvó. Su traslado también se realizó piedra a piedra hasta el barrio de Asfain de Azuqueca, donde luce en la actualidad, bautizada, en este caso, bajo el nombre de Santa Teresa de Jesús, y con alguna variación con respecto a lo que fue en su día. Una reconstrucción en la que no solo se utilizó la piedra rescatada de Alcorlo sino la del templo destruido de Sacedoncillo. 

Óvila, el capricho de un magnate

Más lejos quisieron llevarse el monasterio cisterciense de Óvila o Santa María de Murel -su primer nombre-. Fue vendido por el Estado a un particular por 3.000 pesetas, a Fernando Beloso, quien posteriormente lo revendió en piezas a un magnate norteamericano que se encaprichó de él y  se lo llevó a Estados Unidos. Lo quería para su colección privada. Pero si ya este expolio es recordado con tristeza en la provincia, aún lo es más el hecho de que se conozca que nunca se llegó a reconstruir, aunque parece que se aprovechó parte de su piedra, según recoge el  arquitecto José Miguel Merinos en Óvila.  E