Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


El nido de mis libros

07/07/2023

Son días con sonrisa en mi vida de escritor. Mi Lamia ha vuelto a la vida.
Fue, casi, mi primera novela y, quizás, mi obra más querida. Reeditada por Harper Collins, sale de nuevo a la luz, en formato bolsillo y también disponible en versión digital. Lleva como añadido el relato y peripecias de aquel viaje iniciático que me llevó por las orillas del Bornova, el último río de la plata español.
La he vuelto a leer y me ha dado un pellizco al corazón. Y, sorpresa, una cierta ¡envidia! de como la escribí. Tanto que, ahora que he comenzado mi siguiente novela, para ello me he venido al Enebral, ha sido evocador reencontrarla y recuperar registros y emociones. La Lamia me ha hecho rejuvenecer.
Es una novela que navega por aguas de la fantasía, la leyenda y la historia. Vivida y recorrida a golpe de bota por las sierras, ríos, lagunas, bosques y desfiladeros del entonces aún más desconocido norte de Guadalajara, una expedición por el año 1983 está en su origen, no logré verla publicada, por Editorial Algaida, a quien siempre estaré agradecido, hasta 1998.
Fue una de mis vueltas a la literatura pues en aquel entonces estaba en pleno fragor periodístico, dirigía el semanario Tribuna de Actualidad y si algo me faltaba era tiempo y un mínimo sosiego. Pero fue un libro muy importante para mí, tanto que siempre lo he entendido como el que reinició de manera meditada y madurada mi carrera como escritor. La lamia fue un punto de inflexión y supe y anhelé desde entonces que un día me dedicaría por entero, o casi, a estos quehaceres literarios y dejaría ya el periodismo en un segundo plano.
Pero hay en El río de la lamia algo todavía más relevante. Es la piedra angular de lo que iba a ser, y sigue siendo hoy, muy buena parte, el cogollo y el meollo de mi obra. En esta novela aparecen los escenarios, los personajes, las sendas narrativas y las voces que iban a ir luego desarrollándose a lo largo de la ya más de una docena de novelas. Están ahí más que esbozadas, diría que ya nacidas y a la espera de que se les diera el papel protagonista que reclamaban.
Siempre he tenido esa percepción, pero al releerla ahora he caído en la cuenta de hasta qué punto era una novela premonitoria de lo que me exigía salida y que tras años incubando quería salir de una vez del huevo. Desde las primeras líneas y el primer capítulo emergen esos mundos primigenios y asoma poderoso, aunque entonces ni tenía nombre, Ojo Largo, protagonista primigenio de la saga iniciada con Nublares y donde aflora toda mi pasión por el mundo prehistórico. Cinco novelas hasta el momento, la última La canción del bisonte, ahora ya con rango internacional tras su éxito en Francia al que ahora se añadirán el citado Nublares y El hijo de la Garza.
Pero es que con tan solo avanzar un poco aparece el siguiente escenario por el que he transitado. El medieval, la frontera de la Extremadura castellana, aquellas duras tierras, que son las mías, y aquellas gentes, las de a pie, en Tierra vieja, o los grandes adalides como Alfonso VII en El rey pequeño, o Minaya en La tierra de Álvar Fáñez. Incluso en mi única novela ambientada en la Guerra Civil y luego la dictadura franquista, El hijo del italiano, hay un pálpito de esa hermosa lamia que acogía a los fugitivos sin esperanza.
Estoy pues feliz de que veinticinco años después, un cuarto de siglo, HarperCollins haya decidido devolver a la lamia y a su río a la vida. Con un regalo añadido. Tres años después de la salida de El río de la lamia apareció un libro coral de viajes por los ríos de Guadalajara, titulado La letra de los ríos, en el que cada autor glosó uno de ellos y en el que tuve el privilegio de participar, precedido y acompañado de Manu Leguineche y Francisco García Marquina, amigos y maestros, tristemente ya fallecidos, y de otro ilustre alcarreño, Pedro Aguilar. Yo elegí el Bornova y titulé mi parte, que en este volumen se recupera, Bornova, viaje al río de la lamia, a pesar de que 'mi' río, el que pasa por mi pueblo, Bujalaro, y al que le pedí prestado el apellido, es el Henares, que se lo había quedado Marquina.
Ese viaje por el Bornova, río de la pizarra, de los pueblos negros, de las gargantas más escabrosas y duras y de la plata, había sido hecho, a pie, con macuto y tienda de campaña, aun antes, mucho antes, en el año 1983, y al volver ahora a leerlo, también me ha quedado claro que, si en El río de la lamia se comenzaron a incubar muchas de mis siguientes novelas, el periplo por toda la Sierra Negra y para acabar yendo a buscar el nacimiento del Bornova, su manadero, su laguna y su cauce para irlo siguiendo hasta lograr salir a los llanos, fue cuando descubrí el nido.
Y de lo que me han entrado ganas es de volver yo también y cuanto antes por allí. Mientras les invito a que, si tienen oportunidad, no se pierdan conocer ese mítico territorio. A lo mejor, también se encuentran una Lamia por allí.