Los últimos acontecimientos en Cuba vuelven a poner de manifiesto, por increíble que pueda parecer, que hay personas en España, y en el mundo occidental en general, que piensan que el comunismo no es un desastre humanitario, un semillero de injusticia, un alarde de pobreza, sino, en todo caso, algo que no ha sido suficientemente bien aplicado, y hasta piensan que Cuba, que lleva más de sesenta años sin poder elegir entre varias opciones políticas la presidencia de la República, puede ser un modelo de democracia que no merece ser calificado de dictadura.
Pero lo que resulta preocupante es que lo digan personas que forman parte y/o influyen en el Gobierno de España. Es más, resulta realmente extraño que esas personas no sean desautorizadas al momento por la autoridad competente para ello, por más que se pueda llegar a entender como justificante recurrente las cuestiones inherentes a los equilibrios diplomáticos que se tengan que cuidar en un puerto como el cubano, tan sensible al tiempo que tan querido para España.
Lo de Cuba pone de manifiesto un problema de fondo: mientras una parte de la izquierda española siga disculpando, excusando y justificando dictaduras como la cubana todos los esfuerzos que se puedan realizar en otros terrenos con afanes de crear éticas democráticas casi de obligado cumplimiento quedan lastrados en su origen. El comunismo ha sido una desgracia para la humanidad, liberticida como pocas otras aventuras ideológicas, desde luego un trayecto sinuoso hacia la injusticia vigilado con puño de hierro por personas que han hecho uso, con frecuencia, de una crueldad máxima. Si el relato de la izquierda es necesario en una sociedad libre, como lo es, también es imprescindible extirpar de raíz cualquier género de duda en el posicionamiento ante realidades como la cubana. Conviene no engañarse: no ha existido régimen comunista que no haya sido una cruel dictadura además de una fuente de injusticia. Un camino hacia el infierno.
Porque no se trata, en este punto, de entablar un debate sobre lo que puede ser Cuba en el futuro tras décadas de comunismo o sobre las consecuencias del embargo comercial. Se trata simplemente de condenar lo que existe ahora, sin más. Un país donde no hay libertad de prensa, ni de asociación, donde la luz o el agua es un bien escaso, donde solamente viven bien los próximos al PCC o al entramado gubernamental, no es un país libre pero también es un país lastrado por la injusticia.
Hemos visto como a día de hoy en la isla sigue habiendo personas al servicio de la supuesta Revolución dispuestas a coger un bate de béisbol para ir a auxiliar al ejército o la policía en las tareas represivas o señalar al disidente como un ‘gusano contrarevolucionario’ ante las autoridades locales, ahora dispuestas a seguir convirtiendo el país en una cárcel, sin comunicaciones, sin redes sociales.
Poner a estas alturas en duda la práctica liberticida del comunismo es un malabarismo intelectual increíble. Hay socialdemócratas serios y rotundos que lo entendieron pronto y se convirtieron en los más eficaces anticomunistas del mundo occidental, pero ahora, con la emergencia de las hornadas de la nueva política y el desencanto, algunos están dispuestos a argumentar que el invento cubano diseñado por Fidel Castro y construido durante décadas sobre su carisma es ejemplo de algo.
No hace demasiado tiempo, al hilo de la elección de Díaz-Canel como presidente de la República, me invitaron a un programa de televisión a debatir sobre el futuro de Cuba. Uno de los asistentes, próximo al Podemos, sostenía con mucho desparpajo que lo de Cuba era un modelo de democracia directa y otras cuantas lindezas argumentales muy bien envueltas. Sin embargo tenía una réplica fácil y sencilla: ¿Cuántos candidatos se habían presentado a la presidencia? Solamente uno. ¿Qué opciones políticas estaban permitidas?. ¿Tenía posibilidad de ser candidato para ser elegido por esa ‘asamblea popular de democracia directa’ (como se refería el invitado al supuesto parlamento cubano) alguien que no estuviera en la órbita del PCC? Sin duda Cuba es una dictadura que debe ser condenada, sin ambigüedades de ningún tipo, como también debe ser condenado el comunismo como ideología. Los hechos son tozudos, desde Camboya hasta Cuba, desde la URSS hasta China, solamente ha sido, con mayor o menor intensidad, un escandaloso y cruel atentado contra la libertad, pero también un lamentable semillero de injusticias.