Sobre ruedas

Antonio Herraiz
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Escuchó en la radio la noticia del joven que entregó a la policía 2.000 euros que se había encontrado en el suelo y dijo: «Este chico tiene que ser buena persona. Quiero que trabaje conmigo». Le acaba de contratar en su empresa de ruedas.

Sobre ruedas - Foto: Javier Pozo

No todos los días te encuentras dinero por la calle, mucho menos 2.000 euros. Y siempre que surge una situación similar la pregunta es recurrente: ¿Tú qué harías? Antes de siquiera pensarlo, cuenta con que el fajo de billetes va sin identificativo alguno y está en un lugar en el que no hay nadie alrededor. La respuesta para una gran mayoría es fácil de deducir, aunque en público muchos no se atrevan a reconocer los impulsos más primarios. A Gonzalo, un joven de Taracena de 22 años, no le surgió ni la duda. Se fue a Comisaría con el dinero y se lo entregó al agente que le atendió. «Mis padres me han educado así. No cojas lo que no es tuyo». 

Cuando Jorge Berrocal (Madrid, 1964) escuchó la noticia en COPE Guadalajara se emocionó con la historia y, mientras conducía, en silencio, empezó su particular reflexión. «Un chaval que está en paro y que devuelve 2.000 euros sin tener ningún dato de su propietario tiene que ser buena persona a la fuerza. Quiero que trabaje conmigo». A través de su contacto en la emisora, consiguió hablar con Gonzalo y con sus padres y en cuestión de un par de días ya tenía el contrato para trabajar en ruedasdeocasion.com, la empresa que dirige en el Polígono Industrial del Henares. 

A Jorge le cautivó la historia por el gesto bondadoso de Gonzalo y, por un instante, retrocedió 45 años atrás cuando encontró, de forma casual, su primera fórmula para ganar un dinerillo. «Yo siempre me he buscado la vida desde chiquitín y con apenas 15 años empecé a vender billetes de metro en Madrid. Sacaron un bono de 10 viajes que costaba 235 pesetas. No era como el bono bus o el bono metro ya posterior, que te lo iban picando dentro del mismo título de transporte, sino que ese bono se desplegaba en 10 billetes individuales. En hora punta, acudía a Legazpi, donde se formaban grandes colas en la taquilla. Entonces yo los vendía al mismo precio que el individual -25 pesetas- y cuando lo completaba todo le ganaba tres duros». Tacita a tacita empezó a reunir importantes cantidades de dinero. «Cambiaba las monedas por billetes y los metía en una caja. Por entonces vivíamos en Villaverde, en San Cristóbal de los Ángeles, un barrio muy golpeado por la droga. Cuando mis padres vieron la caja con el dinero se pensaron que estaba traficando». Poco a poco, se fue corriendo la voz y una mafia se hizo con ese negocio. «Me llegaron a poner una pistola en el pecho. O trabajaba de asalariado para ellos, o lo dejaba. Cambié a otra estación, me fui a Noviciado, pero comprobé que se habían hecho con el control de todas las estaciones. Ahí ya lo tuve que dejar». 

Con lo que ahorró se marchó a Londres a aprender inglés. «Un hermano de mi padre tenía un restaurante muy cerca del aeropuerto de Heathrow y comencé a trabajar allí. El problema es que en la cocina todos eran españoles y sudamericanos y allí no se hablaba inglés». Sí le sirvió para conocer a grandes estrellas del rock mundial. «El local estaba cerca de los estudios de grabación de Shepperton. Además, mi tío compró la casa de Denny Laine, el líder de la banda The Moody Blues y uno de los integrantes del grupo Wings, junto a Paul McCartney». Jorge llegó a forjar cierta amistad con Jo Jo Laine, una desbordante cantante y modelo estadounidense que se casó con Denny Laine. «De aquella época guardo muy buenos recuerdos. Me regalaron un disco firmado por el propio Laine y Paul McCartney». Como en el restaurante no aprendía inglés, se fue a trabajar a un taller de reparación de coches de alquiler «y ahí ya sí que tuve que soltarme más con el idioma». 

En Londres estuvo dos años y a la vuelta se incorporó a la empresa familiar de transportes. «Junto a mi padre y mis hermanos, llevábamos todo el servicio de transporte de la empresa de pinturas Glasurit. Mi padre estuvo más de 50 años. En 2008, cambiaron las condiciones, el negocio también había bajado mucho y nos vimos obligados a vender los 14 camiones que teníamos». Tocaba reinventarse. Después de pensar distintas alternativas, a Jorge le hablaron de una actividad de la que no conocía absolutamente nada: la venta de ruedas de segunda mano. «En Alemania, por normativa es obligatorio montar el neumático de invierno. Son 80 millones de coches que cambian las ruedas que, en muchos casos, están completamente nuevas». Trece años después de empezar, es un empresario referente en el sector, experimentando una transformación constante en la que, sin abandonar la venta de ruedas de ocasión, el neumático nuevo supone el 80% de su facturación anual. En el camino, muchos viajes a Alemania en los que se ha recorrido el país de norte a sur y de este a oeste para encontrar ruedas en el mejor estado posible. Y aquí me cuenta que la filosofía de su empresa con los clientes es la honradez y por eso ha contratado a Gonzalo.