No ha tardado en circular una fotografía con el Papa montado a caballo, en vaqueros, en Perú. No era entonces León XIV, sino el padre Bob -Robert Prevost Martínez-, que como misionero agustino en el país durante más de 20 años se desplazaba a caballo para llegar a los lugares más remotos de su diócesis.
El nuevo Pontífice no es un Papa al uso. Los vaticanistas han puesto el acento en que con él está garantizada la continuidad de la línea de Francisco; que además lo promovió hace dos años a un puesto de importancia máxima: Dicasterio de los Obispos, cargo que obliga a una relación constante y muy cotidiana con los prelados de todo el mundo. E incluso informar al Santo Padre sobre aquellos que considera adecuados para el cardenalato.
Esos vaticanistas argumentan que nombrarle para el Dicasterio podría significar que Francisco pensaba en él como posible sustituto, porque le permitió acercarse a los purpurados que formarían parte del Cónclave; y que entre todos los posibles elegibles estarían inclinados a votar a quien ya conocían bien. Cargo también que le permitía un conocimiento privilegiado de los problemas de la Iglesia Católica en todo el mundo. No solo por sus viajes constantes, sino también porque su conocimiento de los idiomas -habla perfectamente la lengua universal vaticana, el latín, además del inglés, francés, español e italiano y se defiende en portugués y alemán- le facilitaba la relación directa con personas de muy distinto origen y procedencia social a lo largo y ancho del mundo.
Es también un Papa peculiar porque, aparentemente, no da importancia a gestos que otras personas consideran de máxima relevancia. Por ejemplo, su primera aparición como Obispo de Roma vestido con los atributos y símbolos propios del padre de la Iglesia Católica, asumiendo así el boato del Vaticano en lugar de sumarse al ejemplo de Francisco, que apareció en el balcón con su hábito blanco sin más añadido que un crucifijo de madera. Lanzaba así un mensaje de que los fieles tenían delante al Papa de los humildes. León XIV, con un sacerdocio desarrollado entre los más humildes del Perú más marginado, un misionero agustino, eligió, sin embargo, la tradición que se había impuesto durante siglos, como si no considerara necesario adoptar el modelo de Bergoglio en su aspecto externo, aunque para él fueron las primeras palabras de reconocimiento al difunto vicario de Cristo.
Mantener la línea
Todo el mundo da por hecho que seguirá el camino marcado por su antecesor, pero eso solo se conocerá con el transcurso del tiempo. Es un hecho que la relación entre Francisco y León XIV ha sido de respeto y de afecto; entre quienes conocen al nuevo elegido nadie duda de su apoyo y lealtad a Bergoglio y creen que mantendrá su línea en todo lo relacionado con la doctrina de la Iglesia, proseguirá su labor y culminará sus iniciativas. Sin embargo, no se puede descartar, es incluso es muy probable, que siguiendo esa línea vaya incorporando iniciativas propias… y que al cabo del tiempo el Pontificado de León XIV signifique el Papado de profundos cambios en la institución, algunos de ellos bastante más significativos que los iniciados por Francisco.
El nuevo Papa estudió teología, filosofía y también matemáticas. Esto último lo diferencia de muchos hombres de la Curia, ya que no es una materia habitual en su formación. Es algo a tener en cuenta. Significa que Robert Prevost, antes de ser designado, estaba interesado en completar su formación en un terreno que iba más allá de los estrictamente intelectual, algo que le permitía una visión diferente de la sociedad, del orden, de la tecnología y de cómo abordar las prioridades.
Ocurre algo similar con el deporte: el nuevo Papa juega al tenis con frecuencia; quienes han tenido oportunidad de conocerle en sus viajes a España para visitar sedes de los agustinos, coinciden en que siempre intentaba encontrar tiempo para jugar a este deporte. Llevaba a rajatabla el mens sana in corpore sano.
Si a ello se suma que llega muy joven a la jefatura máxima de la Iglesia, 69 años, en circunstancias normales podrá ejercer el Pontificado durante largo tiempo, lo que le permitirá concluir con las iniciativas que quiera abordar para la etapa en la que tendrá que tomar decisiones que inevitablemente impregnarán la doctrina. Situación que se asemeja a la de su referente el Papa León XIII, impulsor de la rerum novarum cuando el planeta abordaba nada menos que la revolución industrial que cambió el mundo, sobre todo el laboral.
El choque con Trump
Los retos del Santo Padre son grandes. Concluir iniciativas sociales de Francisco que no pudo terminar e incrustar en ellas modificaciones, si así lo considera oportuno. En su primera intervención pública, insistió en las palabras paz y negociación, lo que indica que es muy probable que pueda mediar en conflictos y guerras que hoy preocupan al mundo. Por su trayectoria sacerdotal y después en el Vaticano, ha tenido oportunidad de conocer bien la política internacional, y no sería extraño que, como algunos de sus antecesores -fundamentalmente Wojtila- pueda convertirse en persona clave para negociaciones que van más allá de la política de partidos. En Latinoamérica hay mucha labor que realizar, dado que las dictaduras populistas han llegado para quedarse. Y en África y Asia los conflictos religiosos, territoriales y raciales están a la orden del día.
Inicia su Papado con Trump en EEUU abriendo frentes a diario, sobre todo en los relacionados con un asunto social hacia el que Prevost, ciudadano estadounidense y peruano, es muy sensible: la inmigración.
En el pasado reciente, ha habido cruce de acusaciones entre el vicepresidente Vance y el entonces alto cargo vaticanista, y una vez superado el buen clima inicial con mensajes de enhorabuenas de Trump al nuevo Papa, seguro que las diferencias entre León XIV y el magnate se visualicen, y no de la mejor manera. Este último es un hombre que no acepta de buen grado que se le contradiga.
Pero con seguridad el reto mayor que tiene es lograr que los fieles vuelvan a las iglesias, que los católicos encuentren motivos para sentirse próximos a sus sacerdotes, a sus párrocos. Ocurre fundamentalmente en el mundo occidental; en los países menos desarrollados la labor misionera que se vuelva en la vertiente social más que en la doctrinal, mantiene firme el espíritu cristiano y el vínculo con sus iglesias, pero el goteo de católicos que se declaran agnósticos o ateos es creciente.
Todo ello lo sabe el Papa, como sabe que se le va a exigir mucho. Francisco ha dejado una impronta. León XIV tendrá que iniciar su mandato con decisiones que marcarán la suya. En este inicio, la ilusión por su nombramiento oculta muchos de los problemas que debe abordar. Pero están ahí, latentes, y necesitan atención urgente.