Orden y equilibrio

Antonio Herraiz
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'SOBRI O' es la nueva exposición de Enrique Delgado, un veterano fotógrafo cuya madurez artística le permite conectar con el espectador mediante imágenes geométricas sin adornos. La muestra está abierta en el Museo Sobrino hasta el 18 de febrero

Orden y equilibrio - Foto: Javier Pozo

Era uno de los sueños de todo incipiente fotógrafo: quedarse encerrado en un laboratorio la noche entera. Lo de Enrique Delgado (Guadalajara, 1955) fue literal. «Los sábados y los domingos nos pasábamos las tardes en el Ateneo Municipal, donde estaba la sede de la Agrupación Fotográfica. Tal era la emoción que teníamos, que me olvidé de la hora, cerraron y yo me quedé dentro. Tuve que esperar al día siguiente para poder salir. Tampoco fue ningún problema porque me tiré toda la noche revelando fotos». 

Su primera cámara fue una Kodak con lente de plástico que adquirió en Casa Camarillo. «Era una joya. Costaba 300 pesetas y, en cuanto conseguí ahorrar, me la compré». Enrique tenía 14 años y un tío suyo le había contagiado la pasión por la fotografía. «Junto con un primo, hurgábamos en los cajones y descubríamos productos que no sabíamos ni lo que eran: revelador, magnesio para el flash…». Con esa edad, lo que más te apetece es experimentar. Inventar. Y lo de la fotografía era pura magia. «Empezamos a revelar fotos por contacto con el negativo. Malamente, porque salían muy sepia y prácticamente quemados. No calculábamos bien el tiempo de exposición a la luz». Importaba poco. Acababa de descubrir un mundo nuevo y fascinante. 

Enrique Delgado ha labrado una larga carrera fotográfica de más de 50 años. Su principal formación ha sido la experiencia autodidacta, centrada en el ensayo-error y en unas cualidades innatas que no se aprenden en ningún curso. «Es una labor de autoformación que, a veces, llega sin darte cuenta. Empiezas con fotos más clásicas, con retratos y, poco a poco, vas enseñando al ojo a observar, a acotar distancias y a sacar otras realidades». La Agrupación Fotográfica le ha servido de escuela y de contacto permanente con otros colegas. Allí, capitaneó lo que en un primer momento se vio casi como un sacrilegio: el paso de lo analógico a lo digital. Lo desconocido siempre genera reticencias; la vanguardia hace temblar los cimientos de lo establecido. «Durante un año gané todos los premios sociales dentro de la agrupación con fotos digitales, cuando pensaban que se habían hecho con el método antiguo. De esta forma les demostré que la esencia es la misma. La única diferencia está en la producción». 

Los que conocen a Enrique saben que se toma su tiempo hasta que realiza una fotografía, lo que tiene que ver con su personalidad y con la forma de interpretar este arte. No cabe la improvisación. «Cuando realizo una fotografía, está lista para consumir a los ojos. No me gustan los retoques en Photoshop. Por eso valoro mucho el encuadre, la composición, el color, la disposición de los elementos… Estoy acostumbrado a disparar una sola foto. Raro es que repita». Esto es herencia de la fotografía analógica, donde había que ahorrar material. «También es más cómodo a la hora de seleccionar. No quiero elegir una foto entre 30 casi iguales». 

Cuando recuerda su trayectoria, hace parada obligada -también emocionada- en Pastrana y en Mazuecos. Fueron los dos primeros pueblos donde ejerció como maestro. «Aquellos niños tienen hoy cerca de 60 años y aún recuerdan cómo les enseñaba los secretos de la fotografía». También les retrató a lo largo de esos cursos, un trabajo que recogió en un serial de imágenes que bautizó con el nombre de Buenos días, don Enrique. Mi escuela rural. Después impartió clases durante seis años en Francia, en un pueblo muy cerca de Ginebra: Bellegarde-sur-Valserine. «Allí hace un frío del carajo. 20 bajo cero en invierno y te tiras casi medio año con nieve». Acabó en el colegio de Horche, donde se jubiló. 

En plena madurez artística, este fotógrafo regala al espectador una muestra -dedicada a su hija Eva- fruto de su evolución expresiva. SOBRI O, el nombre de la exposición, juega con el nombre del pintor y escultor guadalajareño Francisco Sobrino y también se acerca a su filosofía creativa con fotografías geométricas sin adornos superfluos. «Los organizadores de la exposición vieron relación y cercanía entre mis fotografías y la obra de Sobrino y entendieron que era interesante que las expusiera en el propio museo del escultor». Son fotos realizadas desde el año 2006 hasta 2017. Cierra tanto el campo de visión y no entra al detalle en los títulos que las acompañan que es imposible reconocer los lugares que representa. Hay imágenes de Berlín, de Pekín, de Tokio, de Edimburgo, y, cómo no, de la provincia de Guadalajara. Son 52 fotos cuya disposición y orden sugieren la impresión de que son muchas menos. «Lo pasamos muy bien seleccionando». Es un plural en el que incluye a su inseparable Laura Domínguez. «Sin ella, esto no habría sido posible». Entre los dos han impregnado un toque humorístico a un serial de composiciones sobrias llevadas a soportes clásicos y otros menos habituales como el metacrilato o el dibond. 

SOBRI O es la nueva obra de Enrique Delgado, pero no la última. «Si este cuerpo aguanta, habrá más». Es el espíritu inquieto del que ni siquiera una delicada salud le impide desarrollar sus anhelos artísticos.