Ha llegado Pedro Sánchez al debate sobre el estado de la nación en uno sus momentos más complicados, y es la primera vez que hace frente a este evento como presidente del Gobierno, porque la última vez que se celebró, en 2015, él estaba de líder de la oposición y Mariano Rajoy aún no atisbaba su final. En aquel debate todavía andaba Rosa Díez con su UPyD por el Congreso como manifestación única de la llamada nueva política; Podemos y Ciudadanos, que ya apuntaban maneras, aún no habían entrado en el recinto de la soberanía popular. Vox no pasaba de ser una anécdota apenas testimonial. De aquel 2015 hasta ahora ha ocurrido lo que todos sabemos y a Pedro Sánchez le ha dado tiempo en estos siete años en ser expulsado de su partido, volver a Ferraz tras recorrerse España en un coche, ganar la presidencia del Gobierno en una hábil moción de censura que inauguró el tiempo de las extrañas aritméticas parlamentarias tipo Frankenstein, ganar sin mucha holgura unas elecciones, y estar esta semana en el debate sobre el estado de una nación que corona una crisis sanitaria sin precedentes y vislumbra muy cercana una crisis económica seria que amenaza con tensar hasta el extremo las cuerdas de las sufridas clases medias.
Con este panorama, no es descabellado pensar que sería prudente convocar elecciones antes de meternos en la tormenta económica. Ni por asomo, la policía, en general, transita por otros derroteros. Sánchez, fiel a su estilo, aguanta, manual de resistencia en mano, con una coalición de gobierno cada vez más desvencijada que ha intentado recomponer en el debate con un paquete de medidas destinadas a gravar los beneficios de las grandes empresas y a bonificar el uso del transporte público. «Hemos conseguido reorientar el rumbo de la coalición», dice Ione Belarra. Veremos si al final las grandes empresas pagan impuestos en la misma medida en que el españolito de infantería deja de usar su coche particular para desplazarse en la red de Cercanías.
Sánchez, que sabe que la crisis económica que viene puede derribar con contundencia a cualquier gobierno, lo fía todo a paquetes y medidas anticrisis y a la retórica del escudo social que se sustancia en la frase de «nadie quedará en la cuneta», cuando lo cierto es que los españoles están afrontando problemas en los dos últimos años que están poniendo en riesgo su modo de vida. Es curioso que cuando más necesaria es la acción protectora del Estado en favor de los trabajadores y las clases medias, y cuando ciertamente el Estado se está gastando más dinero que nunca en subvenciones, a cuenta de una deuda que no deja de crecer, la desigualdad aumenta y abre una brecha cada vez más grande entre los que pueden llevar una vida aceptable y los que tienen que hacer mensualmente encaje de bolillos para llegar a fin de mes y pagar lo básico, nada más. El autoproclamado gobierno más progresista de la historia tendrá que rendirse a esta evidencia, y es por esa brecha por donde se augura una mayor pérdida de energía y poder electoral. La crisis que se anuncia, si está fundamentada en la inflación, impactará de lleno en las clases más populares del país, y disminuirá el nivel de vida de unas clases medidas que llevan años luchando contra el infortunio y la quiebra de expectativas.
Cuando finalice este debate sobre el estado de la nación Pedro Sánchez, y buena parte de la clase política del país, comenzarán progresivamente a sumergirse en el letargo estival. Les mirarán con asombro el creciente número de españoles que han tenido que reducir considerablemente sus planes vacacionales, no tanto por temor a un virus que sigue entre nosotros aunque controlado gracias a las vacunas, sino por el temor al futuro económico del país y por una inflación que supera los dos dígitos, y todo apunta que seguirá así, incluso creciendo, de forma indefinida. Sánchez dejará sobre la mesa un paquete de medidas anticrisis, otro más, y una nueva ley de memoria histórica pactada, entre otros, con Bildu, el mismo partido que aún no ha condenado ninguno de los asesinatos etarras que llenaron de sangre nuestro país durante más de tres décadas en democracia. A la vuelta del verano comenzarán a sonar con fuerza las campanas electorales con unas encuestas que no le son nada favorables a un Pedro Sánchez convencido de que él es un superviviente nato y que la historia finalmente le terminará siendo propicia de nuevo, tirando otra vez de manual de resistencia.