De todas las preguntas que uno puede llegar a hacerse esta semana tras conocer lo que se ha estado cociendo en las alcantarillas de la política, la que más me ha perturbado no tiene que ver con Pedro Sánchez. Ni con el actual Partido Socialista. Tal es el grado de desengaño respecto a sus comportamientos, que no esperaba ya cosas mucho mejores que éstas en los meses o años que tengan por delante en el poder. Para ser sincero, esperaba cosas incluso peores, aunque debo reconocer que el grado de sordidez de los tejemanejes de Leire Díez con sus amigos para encontrar trapos sucios contra las Fuerzas de Seguridad es digno de un guion de Costa Gavras. A buen seguro, el cine español estará recopilando todas estas noticias para hacer la versión en pantalla grande de las cloacas socialistas, como ha hacho tan brillantemente con B, la película sobre Bárcenas y tantas otras obras sublimes. Pero les decía que lo más sorprendente no es lo que ha ocurrido en el entorno del poder. Lo que realmente me perturba es pensar en todos aquellos grandes estadistas que con su voto y por su conveniencia sostienen este régimen carcomido que llegó hace siete años para regenerar el país y nos ha entregado esta ensalada de cátedras universitarias para la mujer del presidente, puestos de trabajo regalados a su hermano, entramados corruptos que se enriquecieron en lo peor de la pandemia, y fiscalías dedicadas a filtrar datos reservados de contribuyentes. Pensar en la forma con la que digieren todo esto Sumar, ERC, Junts, PNV, BNG y Coalición Canaria (me permitirán que ni siquiera considere a Bildu) me fascina. Con lo que estos grupos defienden respecto a la limpieza democrática y la defensa del pueblo soberano. ¿Puede Rufián seguir hablando de que se creó una "policía patriótica" para espiar a dirigentes independentistas cuando ampara con su voto lo que ha ocurrido en el despacho del abogado Teijelo y en el bar de Leganés? Puede eso, y mucho más.
Al ritmo que van los escándalos del gobierno, las columnas dominicales se quedan desfasadas. Aunque parece que han pasado siglos desde que salieron a la luz los mensajes entre el presidente y su ex mano derecha Ábalos, no debemos olvidar la opinión que el one tiene nada menos que de su ministra de Defensa, la cual sigue dos semanas después en su despacho como si nada hubiera ocurrido, pese a saber que su jefe cree que es una pájara, y a sabiendas de que todo el país se ha enterado del concepto que tiene sobre ella el jefe del ejecutivo. Y tampoco debemos olvidar algo mucho más grave, que nadie ha investigado y que parece haberse llevado el viento: el presidente del gobierno calificaba de maltratador a su vicepresidente entre una reunión del Consejo de Ministros y la siguiente. Y después de escribirlo en WhatsApp, ese vicepresidente dimitió, y explicó que lo hacía para ser presidente de una Comunidad Autónoma a la que se veía en la obligación de salvar, y que fue su tumba política porque sólo le votó el siete por ciento de los electores. ¿Por qué dejó el gobierno Pablo Iglesias? ¿Alguien lo explicará alguna vez?