Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


El silbo

01/01/2024

San Juan de la Cruz nos hablaba del "silbo de los aires amorosos" como esa semblanza poética; y eso nos puede hacer recordar que el papel late cuando se escribe sobre el amor y sus diversas formas.

O también, me viene al recuerdo Miguel Hernández cuando nos escribía sus versos maravillosos bajo el título de "el silbo de afirmación en la aldea", reclamando ese alto soy de mirar en las palmeras; y por último, me quedaría el silbo de la Gomera, al que yo quería hacer homenaje, por eso de la peculiaridad de su sonido y la ejecución de su mecanismo. Me dicen, mis amigos de allá que para conseguirlo tienes que "forrarte los dientes con los labios. La lengua posada en la boca sin virarla hacia arriba. Si te da por introducir algún dedo en la boca procura que empuje la lengua hasta el fondo de la boca, apoyándolos entre la punta y el centro de la boca" y así sonará. ¿No sé yo?

Lo cierto es que el silbo canario fue creado por los aborígenes primitivos de las islas cuando todavía se usaba el guanche como idioma. Fue en la Gomera cuando a partir del siglo XVI se adaptaba al castellano como lengua autóctona de sus habitantes. Todos los conocen y todos lo practican.

Y cuando voy aprendiendo variedades del silbo como mecanismo de comunicación, más me doy cuenta dónde está la armonía del esperpento si ese silbo es utilizado, no para el pastoreo de ganando animal como hacen hábilmente en Huelva y Marruecos –con muy buena destreza- sino para el pastoreo de ganado humano en eso de invitar al necio a controlar su mecanismo de llamada –algo que se está haciendo común en bancadas y hemiciclos europeos y latinos-. Me alegro de que silbando me atienda mi perro y me alegro también de que silbando se comuniquen en la Gomera; por cierto, reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, porque a veces es mejor el sonido que la palabra, cuando ésta es incoherente o mal dicha.