Sabiduría centenaria

Antonio Herraiz
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Ha visto pasar nueve Papas, una guerra mundial, una guerra civil, dos pandemias y tres reyes españoles. Fue la gran impulsora de la Formación Profesional para mujeres en Guadalajara. Con 104 años, tiene la cabeza completamente lúcida

Sabiduría centenaria - Foto: Javier Pozo

Cuando finalizó la guerra civil española, Julia Simón (Copernal, 1919) tenía 20 años. Habían matado a su hermano Luciano -tres años mayor que ella- y junto a su tía Ángela volvían a su casa de Guadalajara con la angustia de no saber si había quedado en ruinas. «Al poco de empezar la contienda tuvimos que huir a toda prisa. Nos habían puesto un cartel en la puerta de la calle Mayor advirtiendo de que la casa quedaba a disposición de las milicias y que no se podía sacar nada». Mientras se acercaban, comprobaron que la vivienda había resultado dañada en uno de los pisos superiores del edificio, donde podían verse los restos de un cañonazo. «Gracias a Dios, estaba en pie. Nos encontramos las puertas abiertas de par en par y la casa llena de gente. Sin preguntarnos ni quiénes éramos ni qué hacíamos allí, empezaron a salir. Entiendo que alguien nos identificaría como las dueñas». Como habían desvalijado todo, compraron dos camas y esa misma noche durmieron en su casa. Vuelta a empezar. 

Era el final de la Guerra Civil en la que Julia lo había tenido que dejar todo en suspenso en una España paralizada por las bombas, los tiros y el odio fraterno. Había acabado la carrera de piano y le faltaban tres asignaturas para concluir el Bachillerato. «Mi hermano estaba estudiando Medicina. Era falangista y, nada más empezar la guerra, fue señalado por una persona que le delató. Mientras colaboraba en el hospital cuidando enfermos, un día nos llamó por teléfono, se puso la tía y le comunicó que le llevaban al paseo camino de la muerte». Su cadáver apareció en la carretera de Marchamalo a Usanos junto con otros compañeros. A identificarlo acudió la novia de Luciano. «Fue ella la que nos confirmó que le habían matado». El padre de Julia recorrió a pie los 35 kilómetros que separan Copernal de Guadalajara capital y se reagruparon con la madre y los otros tres hermanos pequeños -Concha, María y Ángel- en el pueblo. Tampoco allí estaban seguros. «Había mucho peligro porque Copernal está en medio de dos cerros estratégicos, como son los de Hita y Alarilla». Decidieron salir para Yelo, un pueblo de la provincia de Soria donde vivía un pariente. Allí les acogió la familia de un médico. «El padre del doctor era recaudador de contribuciones y tenían el Boletín Oficial del Estado en casa. Mira lo aburridas que estábamos que leíamos hasta el BOE». Y así fue como se enteraron de que buscaban profesoras. Ángela tenía el título y Julia consiguió una adaptación de sus estudios. «Nos mandaron a Alboreca, una pedanía de Sigüenza, donde estuvimos de maestras hasta que acabó la guerra». 

Fue la primera experiencia docente para Julia y, una vez finalizada la contienda, la convertiría en su profesión hasta el momento de la jubilación. Ha impartido clases de música en el instituto Brianda de Mendoza y en los colegios Santa Ana, las Francesas (hoy Sagrado Corazón Agustiniano) y en las Adoratrices. Todo le parecía poco. De espíritu inquieto y corazón sensible con los más necesitados, se veía capacitada para aportar más a la vida de una provincia eminentemente rural a la que le estaba costando mucho salir de la posguerra. «Las chicas de los pueblos, cuando terminaban la Primaria, apenas tenían alternativas. Muchas, con apenas 14 años, se ponían a servir, y eso a mí me daba mucha pena. Había que ofrecerles otras opciones». Dentro del movimiento Acción Católica, en 1968 funda el llamado Colegio Rural, que supuso el origen de la formación profesional para mujeres en Guadalajara. De forma ya reglada y reconocida por la Administración, comenzó a funcionar en el Colegio Profesional María Madre, donde las jóvenes de los pueblos tenían la posibilidad de formarse como administrativas o auxiliares de Enfermería. De forma paralela, pone en marcha en la ciudad la Asociación Católica Internacional de Servicio a la Juventud Femenina, con la creación de la Residencia Stella y un servicio de acogida para jóvenes sin recursos. «Eran estudiantes y trabajadoras que venían de toda la provincia. Se juntaban más de 60 chicas. Ni sé cómo pudimos sacar aquello adelante. La deuda inicial fue de 19 millones de pesetas y no recuerdo cómo me las apañé. Fue con ayuda de amistades y porque Dios lo hace todo». También estuvo detrás de la primera escuela de animación juvenil en la ciudad. Por toda esta labor, el Papa Benedicto XVI le concedió la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, una condecoración papal que otorgan a quienes hayan demostrado un largo y excepcional servicio a la Iglesia católica o al Papa. 

Con 104 años, aunque necesita ayuda para desplazarse, Julia tiene la cabeza completamente lúcida. Habla pausada y sin balbucear. Cuando cuenta sus experiencias de la guerra, lo hace sin rencor y desde el perdón al que le ha llevado siempre su fe inquebrantable. Escucha misa a diario, bien a través de la televisión o de forma presencial en la parroquia de San Nicolás. El trabajo que ha desarrollado y todos los hitos alcanzados los cuenta con humildad, sin presumir de todo lo conseguido, que no ha sido poco. Cientos de mujeres pudieron formarse gracias a ella y su historia nos permite a todos reconciliarnos con la vida.