Pertenezco a una generación que estudió bajo las premisas de una sociedad totalitaria: izado de bandera antes de entrar a clase, cantos de himnos, consignas, y una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional, a través de la cual se trataba de modelar las mentes infantiles para que nos convirtiéramos en unos fascistas de provecho. Exactamente lo mismo que se lleva a cabo en las escuelas catalanas, donde se manipula la Historia, se exalta el nacionalismo como crisol de todas las virtudes, y pretenden que los menores de edad distingan, con claridad maniquea, la diferencia que hay entre los bondadosos e inteligentes nacionalistas, y los torpes y represores españoles. Ahora, se ha dado un paso más y para entrar en una universidad española --sea en Salamanca, Granada o Santiago de Compostela-- ya no se necesitará saber ni una palabra de la Historia de España, gracias a nuestro Gobierno en funciones, en funciones de tarde, noche, y sesión matinal, para que nadie deje de acudir al espectáculo. Eso es la coherencia política.
La mayoría de aquellos escolares de mi generación, pasada la adolescencia, se inclinaron políticamente por ideologías de izquierda --una lógica reacción-- de la misma manera que los ateos más pertinaces han salido de aquellas escuelas religiosas de pedagogía intransigente.
Puede parecer paradójico que, por un lado, se cree una Ley de Memoria Histórica y, por otro, se permita que los ignorantes de Historia de España ingresen en la universidad, pero esa es la coherencia totalitaria.
Ayer se celebró el Día de la Hispanidad, en honor a nuestra Historia, y en los días de vísperas hemos asistido al renacimiento de las guerras de religión, que asolaron Europa, y a las que puso fin la batalla de Lepanto, en la que la Armada Española cortó la posibilidad de que, hoy, Europa, fuera un continente musulmán. No exagero, y lo corroborará cualquiera que sepa algo de Historia, porque estuvieron a punto de conquistar Viena, y lo volverían a intentar más tarde, pero la derrota de 1571, en aguas de Grecia, dejó ya imposible que el Islam conquistara Europa.
Hoy, Israel --con la ayuda de Estados Unidos-- es la armada en tierra que lucha para que no se repita la Historia. Pero exhiben banderas palestinas en Madrid, enarboladas por los ignorantes de la Historia. En aquella batalla perdió la mano un tal Miguel de Cervantes. Pero los universitarios de mañana no lo sabrán, porque un ministro --secesionista vergonzante-- así lo ha decidido.