Se definió como un «un hombre humilde y errante», aunque el público en general y sus lectores consideran más a Pío Baroja un escritor controvertido a la par que indispensable y, sobre todo, una persona que apostaba por la libertad interior del individuo.
El autor de Zalacaín el aventurero nació hoy hace 150 años, un 28 de diciembre en San Sebastián, una ciudad a la que consideraba «ñoña» pero amaba en lo más profundo de sus ser. Solía decir que allí había sido inmensamente feliz de niño.
Hoy, en el aniversario de su nacimiento organizaciones como la RAE, de la que fue académico, el Círculo de Bellas Artes o asociaciones como Soy de la Cuesta de Madrid han organizado homenajes para recordar su figura y su obra.
También las instituciones vascas han fomentado este año la lectura de la obra de este autor y la editorial Cátedra ha publicado con este motivo Familia, infancia y juventud, una edición conmemorativa de las memorias de Pío Baroja.
En el homenaje realizado por la RAE a Baroja, la académica Soledad Puértolas explicó que el estilo del autor donostiarra «no es solo el desaliño, la poesía contenida, la melancolía» sino que, por encima de todo, destaca «la continua afirmación de la libertad, la irreductible independencia de sus opiniones y juicios».
Recordó Puértolas que para los escritores de su generación, la del 98, Baroja fue una corriente de aire fresco, «una mirada crítica impregnada con un nuevo espíritu», aunque al autor vasco no le gustaba que le calificasen dentro de una u otra corriente.
La ciudad de Madrid también rindió homenaje al escritor que desarrolló en la capital de España gran parte de su vida y de su obra y el Ayuntamiento anunció que Baroja será nombrado Hijo Adoptivo de Madrid.
El novelista se licenció en Medicina y ejerció como médico en Guipúzcoa durante varios años; sin embargo, empezó a dedicarse profesionalmente a la literatura en 1898. Entabló entonces una estrecha relación con los jóvenes escritores de su época, con los que coincidió en las redacciones de distintas revistas y periódicos.
La obra de Baroja es el reflejo de la vida del autor y, en paralelo, de la de España, con personajes generalmente disconformes con la realidad, aunque su lucha contra ella termine resultando estéril, una literatura vigente en la actualidad.
Entre sus libros destacan la trilogía La lucha por la vida, la historia de aventuras, Las inquietudes de Shanti Andía o la novela autobiográfica El árbol de la ciencia.
Sobre la Guerra Civil española habló en la trilogía Los saturnales, de la cual solo se publicó un tomo en vida del autor, El cantor vagabundo, en 1950. En 2006 apareció el segundo ejemplar, Miserias de la guerra, y, en 2015, su sobrino nieto presentó la obra que completaba la pieza completa, Los caprichos de la suerte, la última escrita por el autor guipuzcoano.
Según su sobrino Pío Caro-Baroja, su tío buscaba «la equidistancia»: «Era antirrepublicano, no creía en la República ni en los políticos y no le gustaban tampoco los nacionales. Ni los blancos ni los rojos, decía. Muestra eso sí, una posición inequívoca contra el nazismo». «Pensaba que España necesitaba un cambio y no le gustaba la violencia. Fue una persona independiente y justa y también arbitraria, de filias y fobias», aseguró.
Un cascarrabias
Franco y directo. Así era don Pío, como solían llamarle, un autor inclasificable y difícilmente encasillable en algunas de las opciones literarias o políticas del momento. Hasta tal punto llegaba su libertad e individualismo que incluso rechazaba pertenecer a la generación del 98.
Los estudiosos de su obra califican a Baroja como un individualista pesimista y contradictorio que conseguía enfadar a tirios y troyanos y que ese espíritu independiente solía gustar en el plano literario pero escasamente en el aspecto personal.
«Bajo el disfraz de hombre antisocial y anárquico se encuentra un ciudadano responsable y disciplinado, de una cultura vastísima que conoce la literatura europea, y está al día sobre los avances producidos en distintas áreas de conocimiento como Medicina, Zoología, Botánica, Psicología y Filosofía, y es capaz de crear una obra total», escribió la investigadora Consuelo García Gallarín en Léxico del 98.
Pero no todos son halagos hacia la figura del escritor donostiarra, algunos le achacan flaquezas mayores. Su propia hermana Carmen, en sus memorias (Recuerdos de una mujer de la generación del 98, Tusquets), es tajante: «El egoísmo de Pío siempre ha sido terrible».
Don Pío murió de arterioesclerosis el 30 de octubre de 1956, en Madrid, y hasta el cementerio de la ciudad portaron el féretro, entre otros, dos grandes admiradores suyos: Ernest Hemingway y Camilo José Cela.