Obrera de la miel

Antonio Herraiz
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Sin tradición apícola familiar y con una formación autodidacta, ha conseguido levantar una explotación con 300 colmenas en apenas tres años. A través de sus perfiles en redes sociales promociona el mundo de las abejas de forma didáctica y realista

Obrera de la miel - Foto: Javier Pozo

A Raquel Adalid (Madrid, 1988) no se le pone nada por delante. Es apicultora y es capaz de visitar a sus abejas con un mono rosa emulando a la muñeca Barbie y, a la vez, mancharse las botas hasta arriba de barro mientras patea los colmenares. Para lo primero hay que tener ovarios porque las abejas se lanzan a los colores vivos y te pueden coser a picaduras. Todo sea por llamar la atención dentro de una labor divulgadora más que necesaria. «La apicultura es un mundo completamente desconocido y hay que ingeniárselas en las redes sociales para visibilizarlo de una forma didáctica y entretenida». Lo segundo es parte de su día a día: jornadas interminables en el campo con frío y, sobre todo, con calor. «Pasas mucho tiempo metido en tu traje, moviendo elementos que pesan sus kilos. Imagina en pleno verano a casi 40 grados. Además, la mayoría de las tareas las tienes que hacer del tirón, aunque ese día se te haya caído una caja en el pie y vayas arrastrada». 

Raquel llegó a la apicultura casi como un remedio terapéutico, como una vía de escape con la que desconectar la mente. «Junto a mi pareja, Rodrigo, teníamos un negocio de hostelería en Zorita de los Canes. Es un trabajo en el que se sufre mucho y cuando encontrábamos algo de tiempo libre salíamos a pasear al campo. Ahí nos empezamos a fijar en las flores y en las abejas». No tenían tradición apícola familiar ni apenas conocimientos. Sabían que la miel la producen las abejas, que son unos insectos que pican, pero poco más. ¿Quién dijo miedo? Empezaron con cinco colmenas y la experiencia del primer día no anima a repetir. «Me puse mi blusón con la careta y pensé que era suficiente. ¡Qué ilusa! Llevaba unos leggins muy ajustados y cuando abrí la piquera de la colmena me devoraron las piernas». A partir de ahí, todo mejoró y la vida les acercó aún más a este sector. La pandemia, el nacimiento de su hija y desavenencias en el negocio fueron los estímulos que necesitaban para dejar la hostelería y dedicarse profesionalmente a la apicultura. Adalid Apícola nace en 2022 en el Pozo de Guadalajara y ahora tienen una explotación de 300 colmenas repartidas por distintos enclaves de la Alcarria, además de un colmenar en la Sierra Norte. 

Para los que piensen que es ir a la colmena una vez al año o cuando apetezca, recoger la miel y envasarla, primera advertencia: «Es un trabajo bonito y apasionante, pero también muy duro». Y Raquel se ha visto en la obligación de fomentar también una faceta divulgadora que no contemplaba en un principio, pese a su formación en Publicidad y Relaciones Públicas. A través de los perfiles en redes, @adalidapicola, se ha propuesto dar una visión real de la apicultura, lejos de cualquier romanticismo o sólo incluyendo la parte más bonita de la profesión. «Hay mucha gente que me ve en Instagram o en YouTube, que me escucha en la radio y me pide consejo para dedicarse a esto. No hay que engañar a nadie. Además de trabajar como un cabrón tiene unos costes que, sin una situación económica estable, con una hipoteca grande, no puedes asumir». Es un sector al que le arrinconan numerosos problemas. El principal son las continuas enfermedades de las abejas, en especial la varroa, que es como la garrapata de las productoras de miel. «Ése es el gran reto al que se enfrenta cualquier apicultor. Mantener vivas las colmenas, que no es tarea sencilla porque ahora mismo las condiciones son extremas». Luego está la eterna competencia de las mieles chinas. «Es prácticamente imposible dedicarte al mundo de la miel vendiendo a granel. El que quiera iniciarse en este mundo de forma profesional tiene que tener claro que al producto hay que darle un valor añadido y tienes que envasar y etiquetar la miel bajo tu propia marca. Si vas a competir con China, estás perdido». Adalid también echa en falta que la Administración les facilite asentamientos para poder colocar las colmenas. «No hay espacios para llevar nuestras abejas. Si no tienes tierras, es muy difícil». No será por falta de beneficios: las abejas son las responsables de la existencia del 84% de las especies vegetales, aparte del 76% de la producción de alimentos. 

Raquel huye de cualquier planteamiento agorero o pesimista. Después de plasmar la realidad de su sector, abre puertas a la esperanza: «Yo voy a las colmenas a divertirme. Si cada vez se va metiendo más gente joven a este mundo, iremos creciendo y seremos más fuertes. No hay que focalizar todo en la producción de miel. Hay un montón de productos de la colmena que tienen grandes propiedades y son desconocidos. También hay alternativas como la cría de abejas reinas con unas determinadas cualidades genéticas». Para esto último, realiza la trashumancia a Valencia, donde consigue unas condiciones climáticas que le permiten una buena fecundación de sus abejas. «Es una especie de turismo sexual». 

Al final de la charla, le pregunto con qué tipo de animal de la colmena se identifica más. «Con cualquier obrera. Las hay que cuidan a las crías, las que limpian la colmena, las que vigilan la casa y luego están las que pecorean, que es cuando liban las flores para obtener el néctar o el polen. Con éstas son con las que más me identifico, con las obreras campestres».