Refugio de apellidos vascos

Belén Monge Ranz
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Fueron muchos los que, al igual que los Arrazola, decidieron abandonar su tierra para buscar una vida mejor en esta zona de la comarca molinesa, en Checa, entonces rica e industrial

Vista general de Checa con el Ayuntamiento al fondo - Foto: Javier Pozo

¿Por qué en la pequeña localidad de Checa se prodigan los apellidos de origen vasco? Es la pregunta que todavía se hacen muchos de los viajeros que visitan por vez primera el bello paraje en el que se sitúa este municipio de la comarca del Señorío de Molina de Aragón, donde viven apenas unos 285 habitantes. La fecha hay que situarla en el siglo XVI. Parece ser que el primer documento dataría del año 1522. Un vecino del pueblo guipuzcoano de Oñate (Oñati en euskera), Sancho de Arrazola y su mujer Magdalena de Basarte, decidieron emprender rumbo a estas tierras molinesas para trabajar en una de las primeras ferrerías que se creo en el pueblo.

Checa era entonces un municipio rico e industrial. Una razón más que suficiente para que a la llegada de este vasco le siguieran otros muchos. ¿Por qué vascos? Checa tenía hornos en sus montes, y como estaban obsoletos y los mejores técnicos y más experimentados estaban en tierras vascas, pues esa parece que fue una de las razones de peso que trajo a este territorio surcado por los ríos Cabrillas, Hoz Seca y Tajo a los Arrazola y a otras muchas familias en buscaban de una vida mejor, algo que reconocía hace ya algún tiempo a este medio de comunicación uno de sus descendientes, José Ramón Arrazola. Parece ser que él mismo, removiendo en los archivos, dio con los orígenes de un apellido que todavía se escucha entre la población de esta villa y otras cercanas. 

Hay quien afirma también que el movimiento migratorio de vascos a estas frías tierras molinesas estuvo motivado en las leyes de Mayorazgo vigentes en Oñate en esos tiempos. Unas leyes que establecían la donación de todos los bienes raíces al hijo mayor, excluyendo así de la herencia al resto de hermanos. Quizá, un motivo más que suficiente como para que, salvo el heredero, los demás hijos se vieran obligados a dejar la casa en busca de una vida mejor que encontraron en las minas de esta tierra en la que los veranos son de corta duración y frescos, y los inviernos, muy duros (en el invierno de 1952 se registraron -28 °C). 

Sancho Arrazola, cuyo apellido no sólo está entre los vivos sino entre muchos de los que ya residen en el camposanto, sería uno de los nuevo residentes de Checa, una tierra que daría también eruditos como Lorenzo Arrazola, un hombre de origen humilde que ya nació en esta localidad en el 1795 y que  llegó a ser ministro de Estado y presidente del Consejo de Ministros de España. 

Y si bien, tras casi cinco siglos, algunos de los apellidos llegados del norte a esta comarca se perdieron, aún quedan al menos ocho de ellos: Arrazola, Latasa, Oñate, Chavarría, Berasaluce, Rustarazo, Herranz y Araúz, son un ejemplo. Y lo que perdura, sin duda, es esa química de ambos pueblos. Todavía hay descendientes en Checa de esos primeros vascos. Todos ellos se sienten orgullosos de sus orígenes. El apellido Arrazola es muy común aún en la comarca.

En el siglo XIX llegó el fin de la minería. El gran proyecto del ferrocarril que preveía el conde de Romanones para cruzar Guadalajara y Teruel pasando por Checa no salió adelante y la extracción de minerales dejo de ser rentable en la zona. Fue el momento de emigrar a Argentina, Madrid o Barcelona.

A día de hoy, los checanos viven de sus pequeños negocios y del turismo. Están situados a 200 kilómetros de la capital de la provincia, en un bello paraje frío y desértico que quieren potenciar porque aman su tierra. En cualquier caso, todavía hoy se puede escuchar por el pueblo la frase típica de su presentación en los encuentros celebrados en distintos puntos del mundo: «Yo también soy Arrazola». Un orgullo al que no renuncian.