España es tierra de vino, pero no de copas llenas. Lo dicen las cifras, pero también lo han repetido voces muy distintas en esta semana durante la Feria de Fenavin en Ciudad Real. La feria nacional volvió a reunir a expertos, productores y divulgadores, y todos coincidieron, de un modo u otro, en una idea: el vino necesita volver a conectar. Con quien no lo bebe, con quien lo teme, con quien cree que no es para él. Hacerlo más accesible, sin perder identidad. Y sobre todo, hacerlo deseable. Hoy el sector vive un momento lleno de contradicciones: se produce más de lo que se consume, hay excedente en las bodegas, y sin embargo, nunca se ha elaborado tan bien. «Jamás en la historia se han hecho vinos tan buenos como ahora», afirma con rotundidad Custodio López Zamarra, histórico sumiller del restaurante Zalacaín. «La calidad media ha subido muchísimo. Se hacen vinos increíbles en La Mancha, en Priorat, en Toro. Y lo mejor es que se puede seguir creciendo», añade.
Pero no todo es tan sencillo. España cerró el 2024 con un consumo interno de vino de 9,9 millones de hectolitros, un 2,5% más que el año anterior, según datos del OEMV. Una ligera recuperación, aunque aún lejos de los niveles deseados. «España sigue siendo muy conservadora con el vino, tanto en la producción como en el consumo», reflexiona Rafael del Rey, consultor y analista en mercados vitivinícolas. «Lo que nos está sorprendiendo últimamente es que emergen nuevos perfiles: jóvenes, mujeres, gente de ciudad, con otros hábitos. Si sabemos acercarnos a ellos, hay oportunidades», asegura. ¿Y cómo se les acerca el vino a esos públicos que han crecido en la cultura de la cerveza y los refrescos? Para Zamarra, todo empieza por lo sencillo: «Hay que empezar con vinos jóvenes, ligeros. Primeros peldaños en una escalera. Conforme se va conociendo, se va apreciando». Lo dice alguien que sigue formando a jóvenes universitarios con lo que él llama «catas de bienvenida al mundo del vino». En ellas explica cómo oler, cómo mirar el color, cómo distinguir los aromas primarios, secundarios y terciarios:«Sólo así vas aprendiendo a disfrutarlos».
Joaquín Parra, divulgador y director de Wine Up, va más allá. Cree que el sector debe dejar de obsesionarse con lo que quiere el joven y empezar a construir un mensaje atractivo: «Nos pasamos el tiempo preguntándonos qué les gusta a ellos. Pero hay que comunicar para que sean ellos los que se fijen en nosotros», señala. En su cata en la feria explicó cómo algunas bodegas ya están saliendo del molde. «Una bodega llevó su vino al Viña Rock y lo sirvió en botas. ¡Botas de vino! Lo que para muchos es algo antiguo, para los jóvenes fue una novedad. Y lo disfrutaron muchísimo. Eso es llegar a ellos sin disfrazar el producto», comenta.
Frescura, diversidad y nuevos caminos para el vino - Foto: Tomás Fernández de MoyaPero además de contar bien, hay que saber hacerlo bien. Y en eso, la tecnología se ha convertido en una aliada silenciosa. En los laboratorios de la Universidad de Castilla-La Mancha, la investigadora Mónica Fernández trabaja con levaduras no convencionales para modificar ciertos aspectos del vino. «Sirven para aumentar la complejidad aromática, prevenir oxidaciones o reducir uno o dos grados el alcohol», explica. No sustituyen a las levaduras tradicionales, pero las complementan. «Permiten hacer vinos diferentes, que quizá gusten más al nuevo consumidor», relata.
¿Y qué buscan esos nuevos consumidores? ¿Qué sabores esperan? En Japón, por ejemplo, lo tienen claro. Koichi Tanabe, director del departamento de vino y sake en L'École du Vin de Tokio, conoce de primera mano las preferencias de su país. «Los japoneses prefieren vinos delicados: blancos afrutados, tintos ligeros, espumosos suaves». Comenta que huyen de lo intenso y «quieren vinos que se entiendan con nuestra cocina», señala. Según él, Cava, Rioja y Jerez están bien posicionados, pero muchas otras denominaciones siguen siendo invisibles. «El vino español tiene gran potencial en Japón si sabe contar bien su historia y ajustar el perfil de sabor», afirma.
Ajustar, contar, acercar. Tres verbos que se escucharon más de una vez en los pasillos de Fenavin. Y no por desesperación, sino por conciencia. El vino ya no se sostiene solo por su historia. Tiene que decir algo en el presente. Tiene que formar parte de la vida real. «El sabor es la clave», insiste Del Rey. «Que guste, que sea más fresco, más equilibrado, más agradable y, que conste, eso no es rebajarse, es adaptarse», apostilla.
Adaptarse no significa perder autenticidad. Parra lo explica: «El vino es paisaje, es territorio, lo importante es que transmita algo del lugar del que viene». Esa idea de singularidad fue otra constante en la feria. Porque el vino, para muchos, sigue siendo una forma de contar historias. Pero hay que saber contarlas. Se mostraron etiquetas y copas, pero también voluntad de un sector que quiere volver a mirar a los ojos a quien no se siente parte del mundo del vino. Que quiere invitar, no imponer. Que entiende que el futuro se cultiva igual que la viña: con paciencia, atención y la valentía de podar lo que ya no sirve. Y esa poda no es solo agrícola. Es también mental. Es aceptar que el vino puede cambiar sin dejar de ser vino. Que puede sonar a reguetón, servirse en bota o maridar con sushi. Que puede volver a gustar. Hay que ofrecerlo de nuevo. Y contarlo mejor.