El corte eléctrico del lunes costó unas cuantas vidas. Desgraciadamente, en este desafortunado suceso las víctimas mortales que parecen importar tan poco están sepultadas por toneladas y toneladas de informaciones, declaraciones, gráficas, discusiones sobre las renovables y sobre la titularidad de la empresa que pone las infraestructuras, que es privada para recibir las culpas pero pública para colocar a afines en su presidencia. Pero cada uno de ellos tenía su vida, sus circunstancias y sus proyectos. Exactamente igual que las personas que fallecieron en la Dana de Valencia o en las residencias de ancianos durante la pandemia, que tantas páginas y minutos de radio y televisión llenan a diario. Son muertos como de segunda categoría, al fin y al cabo la relación entre sus desgracias y el apagón está un poco cogida por los pelos, es cosa de pseudo medios y no se puede en esta ocasión dirimir quién es responsable, no como en los dos casos mencionados en los que media España tenía claro quién mató por acción u omisión a los ancianos y a los habitantes de los pueblos valencianos. En una jornada como la del lunes, y en honor a la verdad y a ser honestos con las exigencias que se han hecho en los últimos meses a algunos responsables públicos, no estaría mal conocer donde comieron y con quien los máximos responsables políticos de la seguridad nacional, cuántos mensajes recibieron y pusieron a través de sus móviles, y en qué minuto exacto llegaron a las sedes administrativas donde se dirimían las grandes decisiones que debían paliar las peores consecuencias para los ciudadanos de esta emergencia colectiva que hemos vivido. Deberíamos poder ver esos videos. Pero nadie lo ha exigido.
Como esta vez las Comunidades han estado más listas que en casos anteriores, la solicitud de la declaración de emergencia ha dejado sin armas anti-derecha y ultraderecha al gobierno. Tras seis horas de reflexión, bastantes menos que aquellos cinco días reflexivos de un año atrás, el presidente por fin compareció sin haber encontrado aún una culpabilidad clara que eximiera a sus políticas medioambientales y energéticas, basadas en el dogmatismo inamovible de que cualquier fuente de energía que no sean las renovables es digna de llevarse la habitual catarata de descalificaciones ideológicas. Las peores, los combustibles fósiles y las nucleares, ese demonio del Averno al que no le han salido rabo y tridente de milagro. Para el gobierno, si hay algún culpable, en los días que han pasado desde el lunes hasta hoy domingo nos hemos atragantado de ver acusaciones contra las compañías eléctricas privadas (¿qué iban a ser si no?), contra las centrales nucleares que estaban paradas el día del blackout, y contra todo aquél que no sólo diga sino piense que tal vez las renovables han podido estar en el origen del corte de luz. Y en esto pasa como con los cauces de los ríos: tanta política de salón se cargó la limpieza ecológica de las riberas y cuando llueve con fuerza, además de llevarse por delante a la gente y a los coches, arrastra todos los prejuicios de una clase política cuyo mayor descubrimiento ha sido enganchar el tapón a las botellas de plástico, so pena de multas multimillonarias a las empresas que no lo hagan de forma manufacturada.