Foto: T.A. (EFE)

La pluma y la espada - José María Gironella

El millón de muertos de una guerra


Al autor catalán le pilló la contienda civil española en territorio republicano con 19 años. Huyó a Francia y volvió para unirse al bando franquista. En su famosa trilogía narra todo lo acontecido

Antonio Pérez Henares - 26/06/2023

Escritores en la última y más horrible de las guerras

Para concluir esta serie de los autores más importantes de nuestra literatura, que unieron a su dedicación a las letras el haber sido al mismo tiempo soldados, me remito a nuestro más reciente pasado bélico, más desgraciado que ninguno pues fue una horrible guerra civil. Muchos fueron los escritores que participaron o se vieron involucrados en ella. Algunos fueron víctimas de las atrocidades cometidas por ambos bandos y  supusieron incluso el asesinato de bastantes de ellos, como sucedió, entre otros, con el dramaturgo Pedro Muñoz Seca, fusilado en Paracuellos del Jarama por el Frente Popular, o con Federico García Lorca, ejecutado en Granada por el franquismo.

Muchos fueron también quienes, de una u otra manera, combatieron en uno de los dos bandos, bien en tareas de propaganda o en los frentes de batalla. Por el lado franquista estuvieron desde el premio Nobel, Camilo José Cela, pasando por Dionisio Ridruejo, los hermanos Agustín y Jaime Foxa, Giménez Caballero, Rafael García Serrano, Víctor de la Serna o Ramiro de Maeztu, este último asesinado también. Miguel de Unamuno, que de inicio quedó en el lado franquista, sufrió al poco las consecuencias de sus denuncias a las barbaries cometidas.

En el lado republicano, firmaron las más ilustres figuras de la literatura española del siglo XX como Antonio Machado, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Arturo Barea o el dramaturgo Antonio Buero Vallejo. 

La trilogía: ‘Los cipreses creen en Dios’, ‘Un millón de muertos y ‘Ha estallado la paz’ inicia con los convulsos tiempos de la II República, sigue con la guerra en sí y culmina con la post contienda. La trilogía: ‘Los cipreses creen en Dios’, ‘Un millón de muertos y ‘Ha estallado la paz’ inicia con los convulsos tiempos de la II República, sigue con la guerra en sí y culmina con la post contienda. He elegido finalmente a dos autores, uno por cada bando, José María Gironella y Miguel Hernández, aunque podían perfectamente haber sido cualquiera de los otros, por ser, tal vez, los que más reflejan en sus propios escritos aquella vivencia sufrida y que en el caso de Hernández, al cabo habría de costarle también la vida al morir en la cárcel en Alicante.

El catalán José María Gironella nació en Darnius, Gerona, en 1917. La guerra le pilló con 19 años. Era de familia muy humilde, su abuelo era zapatero y el padre hacía tapones de corcho. Su madre, católica ferviente, y empujado por ella, estudió algunos años en un seminario, pero lo dejó a los 12 años. Sus lecturas, los textos del italiano Giovanni Papini sobre todo, y luego del ruso Dostoievski, su autor favorito de su juventud. Fue aprendiz de varios oficios, obrero en una fábrica de licores o botones en un banco, dejaron en él un fuerte poso de humanismo cristiano y de comprensión de las miserias humanas. Fue, pues, un autor autodidacta que no pudo gozar de los beneficios de una educación amplia y mucho menos universitaria.

Al estallar la guerra, Gironella quedó en territorio republicano y al comenzar la represión contra las gentes de derechas, así como de eclesiásticos y católicos y al ser consciente de que su vida corría peligro, algunos cercanos a él fueron encarcelados y en ocasiones fusilados, huyó a Francia cruzando los Pirineos para luego volver a España hacia la zona ya dominada por los franquistas. Llegó a San Sebastián, donde se alistó como voluntario en la Compañía de Esquiadores del Tercio de Requetés de Monserrat, que formada en Zaragoza tenía como misión la defensa del Pirineo Aragonés, donde pasó la guerra. Su vocación de escritor ya afloró entonces y decidió que cuando acabara la contienda dedicaría a ello su vida. De hecho, comenzó a pergeñar las bases de lo que sería lo esencial de su obra, la famosa trilogía sobre la Guerra Civil, y contar desde su experiencia, el origen y causas del conflicto, cómo había sido éste y sus consecuencias. De aquel largo tiempo en los Pirineos, en una ocasión pasó nada menos que nueve meses en una tienda de campaña con otros cinco compañeros a 2.800 metros de altitud, provienen sus primeros escritos. La novela que reflejaba aquellas vivencias, Caballero en la Niebla (1938), se perdió en las vicisitudes de la vida de soldado. 

Corresponsal en Roma

Finalizada la guerra con la victoria de su bando, comenzó a colaborar en prensa en 1940, llegando a ser nombrado corresponsal en Roma del diario Informaciones en 1942. Conoció a su novia, luego su mujer de por vida, Magdalena Castañer, telefonista y ávida lectora. Montó con algún dinero prestado una librería de las llamadas «de lance», o sea, más bien de libros usados. Publicó un poemario de escaso éxito y se casó con Magdalena en 1946. La pareja pasó estrecheces económicas y el único regalo que pudo hacerle fue el libro Nada, de Carmen Laforet, ganadora del premio Nadal en 1944 con aquella novela ahora ya mítica. Gironella le prometió a su esposa que él ganaría aquel certamen. Escribió en mes y medio su novela Un hombre y en 1946 el ganador, en efecto, fue él. Pero el libro no tuvo apenas éxito y se vendió bastante poco.

José María Gironella tenía mucho tesón y voluntad, y su mujer, más todavía, para lograr sus propósitos. Y el suyo era hacerse escritor de renombre. Se trasladaron a Palma de Mallorca y se dedicó por entero a esa faena y a formarse como tal. Publicó La marea (1949), ambientada en la derrota del nazismo y en una apuesta arriesgada. 

Editorial Planeta

Al cumplir los 30 años, se trasladaron a París, donde Magdalena trabajó en los hoteles como cuidadora de niños de norteamericanos millonarios que visitaban la Ciudad de la Luz y querían disfrutar de sus noches. París le dio la amplitud de miras y la madurez literaria que le faltaba. Allí se puso con lo que de principio iba a ser una trilogía: una primera parte situada en los convulsos tiempos de la II República tras el triunfo del Frente Popular, continuada por la guerra en sí misma y culminada con la post contienda. Todas ellas utilizando como vehículo las vivencias y situaciones de una familia gerundense, los Alvear.

Los cipreses creen en Dios fue el primer título. Mil folios que fueron rechazados por cuatro editoriales hasta que llegaron a manos de José Manuel Lara, combatiente también de la Guerra Civil que había entrado en Barcelona como capitán de las tropas «nacionales» y había fundado la editorial Planeta. Se la publicó en 1953. Fue un bombazo. Vendería en España dos millones de ejemplares y tres más por todo el mundo. Gironella y Lara unirían estrechamente su suerte e iniciarían una relación que duraría 30 años con gran beneficio por ambos lados hasta que discutieron y la amistad se hizo añicos.

Censura

Publicar Los cipreses creen en Dios no fue tarea fácil. La censura franquista, de entrada, lo prohibió en España, pero al saberlo, el editor Lara hizo llegar a quien debía la amenaza de que si no se autorizaba, en los libros en el extranjeros pondría: «Obra censurada en España». Ello y las buenas agarraderas del editor consiguieron que se levantara el veto.

El enorme éxito y el tremendo trajín que conllevó hizo que aflorara en el autor la lacra que le perseguiría de por vida: sus depresiones y bajones anímicos que lo acompañaron intermitentemente hasta su fallecimiento. Los fantasmas de mi cerebro (1958) indican en su propio título aquellos problemas que retardarían la aparición del segundo tomo: Un millón de muertos (1961). Pero lograría culminar su trilogía en 1966 con Ha estallado la paz.

El éxito, se convirtió en el escritor más leído de España, le permitió viajar por todo el mundo, algo que le fascinaba para, al tiempo, buscar algún tratamiento novedoso para sus problemas en las clínicas más prestigiosas e incluso alternativas a través de fórmulas esotéricas, que dejó de lado al percibir su inutilidad. Seguía escribiendo, pero ya no con tanto impacto, aunque su obra Condenados a vivir, en 1971 Premio Planeta, es considerada por muchos su novela de mayor categoría y profundidad. Llegó a viajar a la Unión Soviética en 1973. Era ajedrecista aficionado y estableció amistad con algunos grandes maestros rusos. Y se atrevió, ya en 1986, a dar su punto de vista sobre la Transición española en Los hombres lloran solos. Prosiguió con sus viajes, recorriendo Tierra Santa y Egipto y aficionándose luego al Oriente más lejano, Ceilán (Sri Lanka), India, China y Japón, que dejó plasmados en diferentes volúmenes, así como su personal descubrimiento, tras haber confesado su crisis de fe y total descreimiento de la espiritualidad oriental, que le devolvieron en parte alguna fe religiosa. Superó una hemiplejia y concluyó una última obra, El Apocalipsis cuando ya tenía 83 años. Un año y tres días después de cumplir los 85, una embolia acabaría con su vida. 

Gironella, en buena medida, padeció, aunque pudo parecer por un largo tiempo que no fuera así, parecida suerte a la sufrida por los autores del bando vencedor de la guerra. Aunque con matices, ello ha pesado sobre todas ellas y sus obras como una auténtica losa. Muchos han visto sus nombres olvidados y sus obras ignoradas y despreciadas. No es del todo su caso, y puede que esté, en cierta forma, creando un precedente. Recientemente se han reeditado sus títulos más renombrados y la respuesta de los lectores ha sido buena.