Cuesta a veces subir por la montaña de información que nos llega y abrir los oídos a las noticias internacionales. Se acumulan unas desgracias sobre otras, como si lo que parecía firme y como una evolución positiva de la humanidad se estuviera derrumbando en muy poco tiempo, ante el general asombro. En este mundo nada es firme, basta leer a los filósofos o ver los cambios y revoluciones biológicas, geológicas o de los astros: hay que estar preparado para morir, así como para renovarse o resucitar. Nos conviene rememorar las lecciones de la cruz, que en la pasada semana santa hemos conmemorado: hay que prepararse para perder y sufrir. No es plato de gusto, pero a quien no lo mastica y digiere la dura realidad se lo hará tragar, indigestándole. La vida no es solo un camino tapizado con pétalos de rosas. Pero hemos de intentar que lo sea, o al menos en buena parte, para nosotros y quienes nos rodean. Se trata más de construir paraísos que infiernos, al menos este es el ideal dorado de nuestra civilización. Pero esta, la occidental, que emprendió un camino de libertades y derechos humanos, está cada vez más claramente demostrando la distancia entre hechos y proclamas. Basta preguntar alrededor, o acudir a los pueblos, como ahora estoy en una aldea italiana, donde vuelven a plantar olivos cuando no hace mucho en España dieron órdenes para arrancarlos. La partitocracia se ha desarrollado para colocar a los amiguetes o afines en los gobiernos, como mafia. Rellenan ministerios con burócratas, cargos. Bruselas, el corazón de la Unión Europea, está lleno de personajes que juegan con el laberinto legislativo para entregar las subvenciones sobre todo a las grandes empresas multinacionales, mientras se va destruyendo el tejido tradicional: pequeños empresarios, campesinos desaparecen... Universo de subvenciones, bocas calladas, mientras la burbuja crece. En la aldea itálica gentes sencillas denuncian la estafa. Pagaron subvenciones para dejar de cultivar grano, guerra en la Ucrania que lo exportaba: carestía. La inflación no descendió. La autonomía está penada porque interesa convertirnos a todos en dependientes de grandes entramados, domeñados por unos pocos, sacándonos los denarios, como hacían con severa extorsión los antiguos romanos. La gran estafa de la globalización se une a la gran milonga democrática, más falsa que Judas, donde los partidos hacen lo que quieren al margen de sus programas electorales y del pueblo, en función de sus intereses. Ciertas libertades se exhiben, aunque cada vez más se van recortando con una moralina políticamente correcta y es que Occidente está siendo estafado por sí mismo, con dirigentes que nos han vendido a grandes conglomerados de intereses comerciales, internacionales. Nos sirven como estofado un engrudo preñado de veneno. Pero la primavera hace renacer las flores, la resurrección es posible, y después de un grotesco apagón nacional, volverán las luces.