Los hay que siguen subestimando a Pedro Sánchez. Allá ellos. De ingenuos está el mundo lleno. Cierto es que la candidez es una cualidad que te acerca a la felicidad y es lo que pretendemos alcanzar la mayoría. Pero es como el que bebe para olvidar, que luego te arrasa la realidad. Lo del manual de resistencia del presidente fue un chiste comparado con lo que después ha conseguido. Y echando la vista atrás, la pregunta es muy directa: ¿qué va a ser lo siguiente?
Su capacidad para reinventarse es inagotable y puede presumir -y lo hace- de tener una estrategia muy clara, algo de lo que carecen sus contrincantes. Así les va. Él no sólo sale vivo de todas las pifias. Es consciente de que detrás vendrá otra fechoría más gorda que tapará la anterior. Incluso lo presentará como una oportunidad para que el fango nos rebose muy por encima de las rodillas y apenas nos deje pensar.
Del apagón también sale fortalecido y no porque lo diga Tezanos en el CIS. Nos dejan a oscuras y le seguiremos votando, ampliando distancia con el PP, según el gurú demoscópico con sueldo a cargo de tu bolsillo y el mío. Pero no sólo es el CIS. Sin eludir ninguna responsabilidad, afianza su estrategia de señalar a un enemigo al que endosarle toda la porquería y deja la puerta abierta a un nuevo cambio de opinión, si le interesa.
Ha pasado un tanto inadvertido un titular que la ministra de Transición Ecológica dejó el domingo en La Vanguardia: «¿Nucleares? No se cerrarán si no hay garantía de suministro». Esta frase no es fruto de un calentón tras el debate abierto por el colapso energético del 28 de abril. Hay que leer el qué y dónde, un medio radicado en Cataluña donde los siete votos del partido del forajido Puigdemont siguen marcando la agenda de Moncloa. Sin ser una formación abiertamente pro nuclear, Junts lleva tiempo haciendo guiños en los que de una forma indirecta está cuestionando el calendario de cierre impuesto por Sánchez. En febrero, se abstuvo en una propuesta para prolongar la vida útil de las centrales. También lo hizo Esquerra y la iniciativa prosperó, sin que tuviera ninguna consecuencia práctica.
El sector, siempre timorato y poco claro, sabe que los partidos independentistas son la última esperanza útil para atender sus intereses. No estaría de más que se mojaran y los publicaran públicamente. Lo que necesita España, digo. No es opinión, es información que, en la sombra, se están realizando movimientos entre actores implicados y representantes de Junts y Esquerra. A estos dos partidos no les interesa que se hagan públicas esas reuniones porque saben que la refriega no les aporta, en este caso, nada positivo. Su objetivo es paralizar los primeros cierres previstos. Si se clausura Almaraz, el resto será ya inevitable, incluidos, lógicamente, Ascó y Vandellós. A las empresas propietarias tampoco les conviene que se politice todavía más el debate, pero es el momento de que den el paso, aun conocedoras de cómo se las gasta este Gobierno, siempre con la amenaza impositiva: «Os hemos subido los impuestos y las tasas un 70% en los últimos 5 años, cuestionando la rentabilidad de vuestras plantas nucleares, pero no os quejéis, que todavía hay margen para subir más». Esa es la amenaza que pende sobre las propietarias de las centrales y de ahí, en parte, su postura un tanto cobardona. El tiempo corre en su contra. Ahora mismo está en vigor la orden ministerial que deja clara que la renovación de la licencia de Almaraz es la última. Pero el apagón ha abierto un camino -de ahí lo de la vicepresidenta tercera no cerrando la puerta- a una ampliación parcial hasta 2030. Eso o volver a hacer el ridículo.