Desde su refugio belga, podemos imaginar a Carles Puigdemont frotándose las manos la noche del 23-J. No se postulaba para ocupar la Moncloa, pero sin duda fue uno de los triunfadores de una cita que ha dejado a España partida por la mitad y abocada a unas complicadas negociaciones, tanto para PPcomo para PSOE, si no quiere volver a las urnas el próximo enero.
El fugado líder de Junts es la pieza clave para una posible investidura de Pedro Sánchez para la que necesita el apoyo del partido independentista. Tendrá la última palabra para aceptar o rechazar la oferta de los socialistas, en unas conversaciones en las que trabajará codo con codo con un equipo negociador del que formarán parte además el secretario general de Junts, Jordi Turull, y la candidata al Congreso del 23-J, Míriam Nogueras.
El precio a pagar por los progresistas en estas negociaciones es previsiblemente alto, ya que los separatistas exigen referéndum y amnistía, dos axiomas que a priori no entran en el plan de Ferraz y que preferirían dejarlos para después de la investidura, para tratarlos en la mesa de diálogo entre ambos Ejecutivos.
En este contexto de máximos, la clave será saber cuánto está dispuesto a rebajar Junts, sabiendo que ERC también les presiona. En cualquier caso, lo que ha quedado claro internamente es que la discreción será importante en las próximas semanas para que las negociaciones puedan llegar a buen puerto.
Pero este no es el único problema que tiene ahora Junts, ya que la formación independentista se enfrenta en un velado segundo plano a una guerra interna entre dos grandes corrientes organizativas, una lucha que vaticina un otoño caliente entre los de Puigdemont.
A grandes rasgos, en JxCat cohabitan dos tendencias, con otros grupos más pequeños que oscilan entre una u otra: por un lado está el sector pragmático, formado por cuadros y dirigentes con pasado en la antigua Convergència, y, por otro, un sector unilateralista, politizado a raíz del 1-O, que hace bandera de la confrontación.
Entre los pragmáticos empezaba a surgir un cierto malestar por la gestión de los pactos de las municipales y, en concreto, por quedar fuera del gobierno de las Diputaciones de Barcelona, Tarragona y Lérida por el no de la cúpula a pactos con el PSC.
Y en el sector más unilateral, debilitado tras la condena a la presidenta de Junts, Laura Borràs, tratan de evitar que el partido vire hacia posiciones de la antigua Convergència, un giro a la moderación que no se ha acabado de materializar a pesar de la victoria de Xavier Trias en Barcelona en los pasados comicios municipales, que no le sirvió para ser alcalde.
«Hagamos lo que hagamos, tendremos que explicarlo muy bien», apunta otra fuente cercana a Borràs, que anticipa una pugna entre sectores por intentar capitalizar los resultados de las negociaciones.
Una Diada caliente
Justo en plena negociación por la investidura entre Junts, ERC y el PSOE tendrá lugar la Diada, que se celebrará el próximo 11 de septiembre, y será en ese momento cuando los sentimientos encontrados puede acabar influyendo y haciendo descarrilar un posible acuerdo.
La ANC, organizadora de las manifestaciones independentistas, emitió un comunicado beligerante hacia Junts y ERC por haber pactado con el PSOE la Mesa del Congreso, por lo que una Diada especialmente dura tendría un impacto en las bases del movimiento.