Javier del Castillo

Javier del Castillo


Las tragaderas de Sánchez

15/03/2021

Hay que tener buenas tragaderas para consentir que una parte de tu gobierno te lleve siempre la contraria, cuestione desde hace tiempo la calidad democrática de nuestro sistema político y alimente las peores campañas de desprestigio de nuestro país en los foros internacionales. Con estos amigos en el Consejo de Ministros no hace falta tener enemigos externos.

Lo acabamos de ver hace unos días, con el voto en contra de Podemos a la retirada de la inmunidad parlamentaria al prófugo Carles Puigdemont, un “exiliado” político, según el vicepresidente segundo del Gobierno. Si Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno de España, defiende al supuesto “exiliado” es que da por hecho que en nuestro país se vulneran las leyes y los derechos de los ciudadanos. Algo muy grave, para la imagen de España. Su sectarismo no le impide proteger a Puigdemont, mientras reclama que el Rey Emérito vuelva a España esposado.

Hay que tener, además de muchas tragaderas, Sr. Sánchez, y un apego enorme al poder para no manifestar públicamente reproche e indignación cuando su socio de gobierno ataca impunemente a la monarquía, a los jueces y a los medios de comunicación por no aplaudir y celebrar las iniciativas y campañas de una fuerza política cuyo portavoz apoya las manifestaciones violentas, en lugar de apoyar a las fuerzas del orden.

Hay que tener mucho aguante y poca vergüenza para mirar para otro lado cuando Iglesias califica de presos políticos a los dirigentes que fueron condenados por delitos tipificados en nuestro ordenamiento jurídico o cada vez que ese vicepresidente se solidariza con Puigdemont, al entender que tuvo que marcharse al exilio, como lo hicieron – aunque en condiciones mucho más precarias – cientos de miles de españoles al acabar la guerra civil.

También hay que tener un estómago a prueba de bomba para digerir una y otra vez el discurso demagógico y excluyente de un dirigente que destruye y no construye, que propicia el deterioro de la convivencia y que alimenta el enfrentamiento, en lugar de buscar soluciones a la mayor crisis sanitaria y económica de los últimos ochenta años. Un compañero de Gobierno que aprovecha la mínima oportunidad para poner de manifiesto su comprensión hacia los independentistas catalanes y los herederos del terrorismo etarra. Al fin y al cabo, sin sus apoyos él no podría estar sentado en el Consejo de Ministros.

Y hay que tener, finalmente, las espaldas muy anchas para aguantar el discurso de la ministra de Igualdad, Irene Montero, sin hacerle el más mínimo reproche por dar lecciones de feminismo a quienes no votan a Podemos. No le importa, además, compartir la ignorancia y el desconocimiento que tiene esta señora sobre los procedimientos legales que hay establecidos en nuestro ordenamiento jurídico.

Sólo el puro instinto de supervivencia explica que Sánchez aguante lo que está aguantando. Y sólo el temor a perder el poder explica que se trague los sapos que le va dejando Iglesias en sus desayunos.

Tampoco debe ser plato de buen gusto escuchar a los dirigentes de la formación morada adjudicarse todas las iniciativas y propuestas de contenido social subrayando, por otro lado, que lo hacen sorteando y superando la dura resistencia de los ministros liberales del gobierno. Pero, está claro, que a Sánchez no le queda otra salida.

Eso, o romper con sus socios de Gobierno antes de que sea demasiado tarde.