Apreso la sombra de mi memoria y rescato un pijama azul de rosas rojas que envolvía un pequeño cuerpo que en el invierno se arrimaba a un brasero eléctrico. El de picón ya había sido desterrado por sus humos venenosos. Produjo muchos accidentes en los que los más pequeños fueron las víctimas de un ahogo. Acurrucado en el invierno, tirado en el frío mármol de la escalera en verano, oía en el televisor una voz respondona con un acento pueblerino que me hacía partirme de risa. Me recordaba a una vecina mal hablada que de cada cinco palabras que decía tres eran tacos. En el invierno me partía de risa mientras doña Rogelia, la anciana de ostentosa y curvada nariz, no cesaba en su retahíla de sorprendentes argumentos catetos, licenciosos y sobre todo hilarantes.
Miraba al público, luego a Mari Carmen, y soltaba sus vergüenzas y sus frases, algo más que chistes y un poco menos que agudezas. «Los hombres todos tiene sus cosas», decía, «vamos yo al Ildefonso se las vi un par de veces». Hoy lo escucho y recuerdo como mis padres se partían de risa y yo los emulaba aunque no entendiera muy bien la frase. «Doña Rogelia mire a la cámara, al piloto». «Si no veo el avión como voy a ver al piloto cojona, ande quiere usted que mire». Tenía el baile de San Vito y unos pantis a rayas y un pañuelo negro por el luto del Ildefonso. Mari Carmen insistía: «El piloto rojo intermitente». «¿Un piloto impertinente?». «Doña Rogelia» ¿conoce usted a Van Gogh? fue un pintor extraordinario». «¿Hace horas?, porque si hace horas podría pintarme en un momentico la cuadra y unas grietas que tengo en el zaguán?».
Aún recuerdo aquella entrevista a Julio Iglesias. «Qué bonico este chico, que majete y que bien canta tan peinaico, como sale con su trajecico tan bien planchao y su corbatica y camisica blanca, como debe ser, lustroso, bonico, majete, hincao, galante, y no la gente esa que sale cantando en los pogramas tos con los pelos de punta que no sé cómo los dejan salir en ninguna parte con esas pintas que llevan... anda vete por ahí ya...». No sé si alguna vez habrán presentado tan bien al dulce cantante internacional.
Salía Mari Carmen al escenario llevando a doña Rogelia como si fuese un bebé, acurrucada en su pecho, y en cuanto abría los brazos con aquella nariz gigantesca (érase una mujer a una nariz pegada, que diría Quevedo), aquellos ojos como platos y aquella boca sin fin nos miraba chula y deslenguada, y nos partíamos de risa como después pocas veces hemos hecho. Vaya al cielo con Mari Carmen esa anciana procaz en inteligencias mundanas y en agudezas sin fin, que bien se lo ha ganado haciéndonos felices tantos años, los que tuvimos la suerte de vivir su esplendor claro, y los que no, vayan a YouTube y vean vídeos de esa sabia anciana que se destornillarán de risa. Todavía.