Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Lorca

25/06/2023

El asesinato de Federico García Lorca en la madrugada del día 19 de agosto de 1936, en la carretera de Viznar a Alfacar –«El crimen fue en Granada, ¡en su Granada!», gritó Antonio Machado–, fue el aldabonazo que marcó el final de la nueva Edad de Oro (para algunos timoratos Edad de Plata) de la Cultura Española. Lo que vino después fueron destellos y resplandores varios, que incluso se tradujeron en Premios Nobel (Juan Ramón Jiménez, dos años antes de su muerte, 1956, en su exilio de Puerto Rico; Vicente Aleixandre, el amigo de Miguel Hernández, en 1977; Camilo José Cela, en 1989), propios del talento. Pero la muerte de Lorca supone el fin de una época inigualable, de igual forma que la muerte de Calderón de la Barca, en 1681, suponía el final del Siglo de Oro Español.
Y es que con Lorca muere el genio innato (que diría mi amigo Enrique Cantos), la genialidad hecha poesía. Lo que queda es puro y simplemente talento, bordeando la genialidad a veces, pero sin llegar a ella. El genio surge a lo sumo una vez en un siglo, como Rabelais, como Petrarca, como Cervantes, como Shakespeare, como Leonardo, como Velázquez, como Rembrandt, como Mozart, como Proust, como Joyce, como Lorca, como Picasso. Y, para que surja, han de darse unas condiciones, un caldo de cultivo sui generis, donde el genio fructifica cual perla única e incomparable.
Con Lorca muere el fuego sagrado, como la zarza ardiente del Sinaí que ordenó a Moisés que se descalzara, fruto de una tradición milenaria desde Al-Andalus, la Andalucía árabe, Córdoba, Granada, el clima fecundo, el Renacimiento herreriano, y decenas de grandes artistas, pintores, poetas, tradiciones y músicas, desde el discurrir del Darro a la magia de los jardines de la Alhambra y el Generalife. Todo eso y mucho más hay en Lorca, desde Séneca a Al-Mutamid, desde las jarchas a las cantigas. 
Pero es que si la muerte de Lorca fue, ya de por sí, un golpe irrecuperable para la floreciente cultura española nacida con la generación del 98 y prolongada en la del 27, ese funesto 1936, es el de la muerte del más grande prosista de los tiempos modernos, el gallego Ramón María del Valle-Inclán, creador asimismo del esperpento; y concluye con la desaparición del vasco Miguel de Unamuno, el viejo rector salmantino (como Fray Luis de León), cuya existencia se extingue un poco como la de Lorca, después de 'cantarle las cuarenta' a Millán Astray. Y, por si faltaba algo, veintiséis años más tarde, finalizando la guerra, moría en Collioure, en una triste pensión, Antonio Machado –«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…»
Es muy posible que el delator de Federico –que cometió el terrible error de buscar refugio entre los suyos, en vez de quedarse en Madrid o irse a París– no supiera de su altura y su prestigio, con sólo 37 años; o incluso fuera ése el motivo de la inquina de Ruiz Alonso Pero lo cierto es que su suerte quedó echada desde el mismo momento en que lo vieron bajar del tren en la estación de Granada. Para entonces, Lorca era un astro en Madrid. El poeta más homenajeado, el primer aliento de todo acto literario, el asistente puntual a todas las citas, el 'poeta por la gracia de Dios', el autor de Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. Pero sobre todo y ante todo, el Romancero gitano, un libro inmortal que, junto a Campos de Castilla de Antonio Machado, dio un impulso definitivo a la poesía española en el mundo.
El día 6 de este mes celebrábamos el ciento veinticinco aniversario de su nacimiento. Su muerte lo convirtió en mito, y más aún cuando, 87 años después seguimos buscando sus huesos, hasta el punto de temernos ya lo peor. Con 38 años, la  ira de Caín, la intolerancia y la envidia (el gran pecado nacional) se abatieron sobre él, dejándonos huérfanos (lo que hubiera podido hacer y hasta dónde hubiera podido llegar, sólo Dios lo sabe). Nos quedan su leyenda y, sobre todo, su obra, inabarcable e indefinible, como su persona. Nunca antes un poeta llegó tan rápida y hondamente al pueblo. Nunca unos versos fueron cantados antes por todos y en todos los lugares…