María Antonia Velasco

María Antonia Velasco


Un día en España

24/05/2021

Hace unos pocos años, que ahora nos parecen miles, un puñado de fotógrafos hicieron la travesía de nuestro país en imágenes y luego publicaron un libro bonito que ahora tengo entre mis manos. Lo abría el Rey, ahora emérito, y se adentraba en esas estampas que tanto gustan a los extranjeros —para mostrar a sus amigos las diferencias entre sus respectivos países— y a los políticos —para mostrar a sus familias lo bien que cumplen con su misión de desarrollo— y a los fotógrafos, que así comprueban defectos técnicos invisibles para ojos poco expertos, pero ostensibles para los suyos porque el artista siempre arde en la minucia.
España era entonces una finca soleada, con grandes playas para turistas (de eso se trataba, de que vinieran los turistas a poblarlas y a dejarse su dinerito), y con paletos de buen ver y chicuelos que iban a la escuela a desasnarse y a desasnar testimonialmente y de paso, a una recua de parientes analfabetos (teníamos de todo). 
Pasó el tiempo y ahora hemos conseguido que viniera este covid19 que lleva ya dos años en este país sin intención de dejarlo porque ya empieza a sernos tolerable. ¡Se está tan bien entre los botellones por las noches y al calorcito del sol a medio día! Al coronavirus le gusta este país y los políticos de este país tan divertido que no entra en razón, ni por las buenas ni por las malas.
De aquel día de España al de hoy se me antoja que hemos dado una vuelta de nuevo por el jurásico y hemos hecho noche en el magdaleniense. Miro el libro y veo un cura de sotana en bicicleta haciendo curvas por una corredoira, a un prócer satisfecho en su despacho, con una gran foto de Franco, de la que sólo queda un halo. Veo dos abueletes sentados al sol —ternura en technicolor— y veo una pareja de amantes juveniles, alegrando con sus juegos eróticos la severidad de un parque castellano, y en la torre de la iglesia la cigüeña como un recordatorio. La misa es ahora «la eucaristía» y los curas son ahora «animadores de la fe», esa gran dama de la que hemos prescindido, pues se necesitan muchos que nos animen para seguir en ella.
No hace falta decir que aquella España fue abundando progresivamente en el exotismo que ya prometió Guerra (¿lo recuerdan?), pues no la reconoce ya ni su madre. Hoy son vendidos como Tezanos e incompetentes como Fernando Simón, los  que pronostican. Y para los que no los escuchen, la poli les pide su filiación y los detiene con soltura en cuanto den un paso fuera del tiesto, si es que hacen botellón por la noche en los parques, si es que cenan en el interior de los restaurantes, si es que se emborrachan bien y prenden fuego a algún contenedor… En este ambiente es posible arruinarnos del todo y que te quemen el coche o te okupen la vivienda y que te tragues los aerosoles que van dejando por los parques para que las UCIS se pongan a reventar, y las terrazas están repletas de buenas gentes con sus respectivos aerosoles contagiando al abuelo. O sea que de aquel lejano día de España sólo quedan el Emérito y la cigüeña.