Ni San Isidro fue capaz

Fernando Fernández Román
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Ni San Isidro fue capaz

Madrid, 15 de mayo de 2025- Sexta de feria. Ganadería: Toros de José Enrique Fraile de Valdefresno, de gran volumen y cuerna en consonancia. Corrida mansa y huidiza, salvo el jugado en segundo lugar, encastado y de gran movilidad. Toreros: Paco Ureña (estocada casi entera, aunque el toro tarda en doblar, aviso y petición insuficiente. Ovación), David Galván (pinchazo hondo y descabello, silencio) y Alejandro Chicharro (pinchazo y media tendida, aviso y silencio). Subalternos: Agustín de Espartinas e Iván García lucieron con la capa y en banderillas. Fernando Sánchez colocó un gran par. Entrada: Lleno. Incidencias. Alejandro Chicharro confirmó alternativa en una tarde primaveral que fue enfriándose, con fuerte aguacero en el último toro.

A ver, que en esto de los toros y sus corridas correspondientes, me gustan, sobre todo, los Santos. No las fotografías de periódicos, libros o revistas que ojeábamos de niños, y que, al menos en Castilla, llamábamos "santos", por simplificar, sino a los Santos, con mayúscula, esto es, los que deben estar empadronados en el cielo; los que veneran los toreros en sus capillas mientras se visten, junto a la llama vacilante de una lamparilla. Los Santos, en Tauromaquia son gente principal. Decía Antonio Gala que en España no se conciben las fiestas de calle y plaza sin una Virgen y un toro; pero, con permiso del ilustre literato, creo que las corridas (y las ferias) de toros están mejor con un Santo al lado que las ayude. Ejemplos: San Pedro, San Pablo, San Antonio, San Miguel, San Fernando, San Expedito… y, por supuesto, San Isidro, que da nombre a la feria taurina más importante del mundo. Además, en este día, las calles de la capital del Reino son paseadas por las gentes que rescatan indumentarias de chulaponas de rompe y rasga o el "¡Señorito!", "¡Te daba así!", "¡Amos anda!"… como evoca el romance que Pagés le dedicó a su amigo, el cronista taurino Cañabate. Vamos, que me gusta Madrid en este día de San Isidro y me gusta ir a los toros con tufillo a rosquillas "listas" y "tontas", enviscadas en el aire verbenero que viene de la pradera del Manzanares.

Y aquí me hallo, en las Ventas del Espíritu Santo, tocado levemente por la melancolía, a la espera de que, esta vez, el casticismo romántico se haga presente en las cercanías de lo que fuera el arroyo Abroñigal y en la tarde de toros prevalezca el ingenio sobre el exabrupto, lo placentero sobre la tirantez. Y que los toros que vienen de Salamanca embistan y los toreos triunfen. San Isidro, ya saben, es un experto en el arte de la milagrería.

Pero, ¡ay!, la corrida de Valdefresno arruinó la festividad y el pronóstico. Los toros almacenaban tal carga de mansedumbre, en distintos grados, que hicieron prácticamente imposible el lucimiento de los toreros. Se salva el segundo de la tarde, encastado y bravo, con incesante movilidad a la que acompañaban embestidas humilladas. Por lo demás, los hubo galopones hacia los adentros, barbeadores de tablas, negados a cualquier pelea, cortando el viaje a los banderilleros o simplemente pasotas, pasando medio dormidos en un viaje lánguido que desesperaba a toreros y espectadores. Una mala tarde para el joven ganadero salamantino, pero, en fin. Quizá los bravos se quedaron en el campo; dicho lo cual, haremos hincapié en el juego del segundo toro de la corrida, primero del lote de Paco Ureña.

Pomposico, se llamaba el toro. Paco Ureña se percató de inmediato de sus buenas arrancadas y trató de pararle con lances a pies juntos, pero el animal salía despedido de esta suerte liviana hacia los terrenos más abiertos de la Plaza. No obstante, y tras un brillante tercio de banderillas, se empleó mucho y bien en una larga faena de muleta, en la que Paco intercaló muletazos de bella composición, siempre embraguetado con el toro, con el compás abierto y la muñeca lánguida. Por momentos, se caldearon los tendidos y, en verdad, la labor de torero fue encomiable, pero, quizá, demasiado larga. Montó la espada y clavó una estocada casi entera que pareció letal, sin embargo, el tal Pomposico se aferró a la vida en los terrenos de tablas y tardó en doblar una enormidad. Sonó un aviso, se le pidió la oreja al torero –ciertamente, sin gran intensidad—y Ureña, cabreado, no quiso dar la vuelta al ruedo.

El resto de la corrida no dio motivos para explayarse en comentarios. El lote de David Galván fue, sencillamente imposible, no por peligroso, sino por la inoperancia de los toros. Con semejante material, ni la voluntad innegable del muchacho podía lograr siquiera un esbozo del arte del toreo; primero, con un toro que pareció mostrar cierta codicia y acabó lánguido y despistado, y, después, con otro trotón que huía hasta de su sombra, siempre buscando el refugio de las tablas. Tanto Galván, como el novel Chicharro, echaron el resto ante la práctica nulidad del ganado que sortearon. El toricantano, además, hubo de enfrentarse al último toro, rabilargo y corretón, molestado por el viento huracanado que presagiaba la tormenta de agua que descargó sobre Las Ventas.

Así las cosas, no cabe sino consignar que la mayor ovación de la tarde fue para la Banda de Música que dirige el maestro Zahonero. Sucedió tras la muerte del tercer toro, al acabar la interpretación del chotis Madrid, de Agustín Lara. Lo demás, para el punto limpio. Con toros así, ni San Isidro –experto en bueyes-- fue capaz de lograr milagro alguno.