Querido y odiado a partes iguales, es innegable que Silvio Berlusconi ha sido uno de los grandes protagonistas de la vida de su país de las últimas décadas. Resulta imposible comprender la Italia actual sin tener en cuenta su figura. Y no solo a nivel político, también en el ámbito empresarial, económico, cultural y deportivo.
Mucho se ha hablado de la trayectoria de este icónico personaje, que falleció el pasado lunes a los 86 años: impulsor de un imperio televisivo y de una nueva forma de ver la política, pionero del populismo, asediado por la Justicia desde numerosos frentes -desde la corrupción urbanística hasta la trata de menores, pasando por fraude fiscal o abuso de poder- y líder absoluto del mejor Milan de la historia.
Una larga trayectoria a lo largo de más de 40 años que ha ido forjando una leyenda rodeada de polémica. Y así lo fue hasta final -de hecho, hasta la celebración de un funeral de Estado en su honor ha sido motivo de controversia en la nación-.
Porque poco se ha hablado de cuáles fueron sus últimos pasos, los que dejaron tal vez el legado más importante en Italia en el corto plazo. Y es que sí, bajo la leyenda de Berlusconi siempre quedará el nacimiento de un nuevo movimiento populista y ególatra de derecha imitado por otros líderes políticos como Donald Trump, Jair Bolsonaro o, incluso, Boris Johnson, pero también el hundimiento de un Gobierno inédito de unidad nacional que trataba de sacar a Italia de su perpetua inestabilidad política y la llegada de la derecha más extrema al frente del Gobierno de Roma.
Después de una larga inhabilitación para ejercer un cargo público -de casi una década-, el magnate pudo volver a su elemento favorito -la política- en 2018. Una ausencia que, sin embargo, no fue del todo, puesto que en todo momento se encontró manejando los hilos de su partido, Forza Italia.
Con un intento frustrado de regresar por todo lo alto -intentó ser presidente de la República a principios de 2022, pero la falta de consenso le llevó a desistir del cargo con el que soñaba despedirse-, la vendetta estaba servida. A falta de la Jefatura del Estado, para Berlusconi quedaba aún otra oportunidad: convertirse nuevamente en primer ministro, cargo que ocupó durante casi una década en tres etapas diferentes. Por eso, fue uno de los impulsores de la caída del Ejecutivo de coalición liderado por Mario Draghi.
La jugada, sin embargo, no le salió del todo bien. A pesar de ser uno de los cabecillas de la alianza de derechas que se hizo con el poder, Forza Italia quedó como el socio menor de ese tridente, en el que los radicales Hermanos de Italia de Giorgia Meloni -que comenzó su carrera política con Berlusconi- tomaron por primera vez las riendas del país. Y lo hicieron gracias a este golpe de gracia que el expremier dio al Gobierno de unidad y con el que la alumna superó con creces al maestro.
Su retiro fue mucho más liviano de lo esperado: el exmandatario, ya condenado a no ser determinante, dio un paso a un lado y optó por un puesto en el Senado.
Herencia en el aire
Más allá del millonario patrimonio que ha dejado a sus hijos, valorado en más de 6.700 millones de euros, el magnate deja una herencia en el aire: el futuro de su partido. Aunque todo apunta a que Antonio Tajani será su sucesor, el personalista proyecto de Berlusconi será difícil de asumir. El propio Tajani aseguró que habrá que «relanzar el mensaje del líder» para seguir «con convicción» el camino abierto por él. No en vano, el exmandatario llegó a asegurar que sus partidarios tenían que ser «misioneros que difundan el Evangelio según Silvio».
Y es que con Berlusconi no acaba una etapa porque su legado perdurará, al menos en el corto-medio plazo. Y entonces será cuando Italia se dé cuenta de que se ha quedado un poco huérfana. Para bien, para mal, pero más huérfana.