"Intentamos que no se apague la fe donde ya cerró la farmacia"

Javier del Castillo
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Julián Ruiz Martorell, obispo de Sigüenza-Guadalajara, nació en Cuenca capital, se hizo sacerdote en Zaragoza, ha sido obispo de Huesca y Jaca y, desde hace tres meses, ejerce su labor pastoral por tierras de Guadalajara

«Tenemos que avanzar en el respeto hacia quienes piensan de manera diferente a la nuestra», apunta don Julián. - Foto: Juan Lazaro

«Si me permite la broma –explica, con un pequeño asomo de acento aragonés–, tengo un amigo sacerdote en Sevilla que dice: 'yo hablo dos idiomas: el español y todo lo demás'. Los idiomas están al servicio de la comunicación. Tengo buen oído y estudiar idiomas es una cosa que siempre me ha gustado y que he cultivado con esmero».

«Tenemos que abrir y ventilar las iglesias para que el patrimonio no se vaya deteriorando» 

Ahora, intenta compatibilizar el estudio y el despacho con nuevos cometidos. Desde que tomó posesión de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara el pasado 23 de diciembre, no ha dejado de viajar por los pueblos de esta provincia. De sorprenderse de su gran patrimonio natural y arquitectónico.  Uno de los objetivos de su apostolado –dice– es que «en los pueblos donde se han ido apagando las luces de la farmacia, del supermercado o de la tienda de proximidad, no se apague la luz de la fe».

Como explica a lo largo de esta entrevista –utilizando siempre el «usted» y repitiendo con frecuencia la palabra «un servidor»–, la labor pastoral tiene que vencer las dificultades que ponen en su camino la despoblación y el abandono de muchos núcleos rurales. «Aunque no tengamos la oportunidad de celebrar la eucaristía, los sacerdotes – afirma, Don Julián – podemos visitar a los enfermos y a los ancianos. Tenemos que abrir las iglesias y ventilarlas para que el patrimonio no se vaya deteriorando». 

Don Julián Ruiz Martorell nació en Cuenca hace 67 años. En la calle Calderón de la Barca, 2, 2º, para ser más exactos. Séptimo de ocho hermanos, se quedó sin padre con tan solo cuatro. «En diez años nacimos los ocho hermanos. Mi padre murió con 42. Era practicante y mi madre auxiliar de enfermería». Fueron años difíciles, pero la madre tenía claro que la mejor opción para que sus hijos pudieran cursar estudios universitarios era pedir ella el traslado a una ciudad más grande. 

«No olvidamos que la catedral y nuestro corazón están en la ciudad episcopal de Sigüenza»

«Madrid –recuerda el nuevo obispo de Sigüenza-Guadalajara– le parecía demasiado grande y complicada. Había también plaza en Valencia, pero se decantó, finalmente, por Zaragoza. Yo tenía 14 años cuando nos trasladamos, y allí siguen viviendo la mayoría de mis hermanos, menos mi hermana mayor, que vive en Castellón, y mi hermana pequeña, que reside en Teruel».

El nuevo obispo de Sigüenza-Guadalajara cumplió con la tradición y entró en la ciudad a lomos de una yegua blanca, de nombre ‘Ginebra’.  El nuevo obispo de Sigüenza-Guadalajara cumplió con la tradición y entró en la ciudad a lomos de una yegua blanca, de nombre ‘Ginebra’. - Foto: Foto cedida por el Obispado.Monseñor Julián Ruiz fue ordenado sacerdote en 1981, estudió cinco años en Roma y su último destino ha sido el obispado de Huesca y Jaca, antes de relevar a su buen amigo, Don Atilano Rodríguez, en la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. «Conozco a Don Atilano desde que yo era seminarista y él secretario particular de Don Elías Yanes. Cuando me comunicaron mi nuevo destino, me alegré muchísimo porque iba a suceder a una gran persona y a un excelente obispo. La transición ha sido muy cordial y amistosa. Es un enorme reto pastoral. Un desafío. El 80% de la población de esta diócesis está concentrada en el 20% de su geografía. Hay muchos pueblos donde la presencia de personas es muy poco significativa. Muchas hectáreas, pero pocos residentes».

Durante los tres meses que lleva como obispo, ha recorrido ya miles de kilómetros y ha podido comprobar la soledad y el abandono de la otra Guadalajara. La Guadalajara pobre, que lucha para preservar un rico legado arquitectónico. ¿Qué va a pasar con los edificios destinados al culto que ahora están abandonados? ¿Qué destino les espera a las residencias eclesiásticas que cerraron sus puertas en la capital de la diócesis, Sigüenza?

La respuesta de Don Julián Ruiz podría alentar ciertas esperanzas. «Está demostrado que los edificios no habitados se deterioran. En primer lugar, quiero decirle que soy un enamorado de Sigüenza. Ayer mismo estuve allí. Me encanta Sigüenza. Don José Sánchez decidió trasladar su residencia a Guadalajara porque la actividad pastoral está donde está la gente. Aquí no sólo hay un número más extenso de habitantes, sino que existe la oportunidad de coordinar mejor la pastoral. Pero, sin olvidar que la catedral y nuestro corazón está en Sigüenza. Sigüenza es una ciudad episcopal y allí tenemos nuestra historia y nuestras raíces. En cuanto al patrimonio, estamos en conversaciones para darles utilidad a esos inmuebles, de los cuales tenemos que responder. Una utilidad que responda a sus orígenes y que genere puestos de trabajo. Sigüenza está dentro de un espacio que podríamos denominar 'provincia despoblada', pero eso no significa que sus residentes sean menos importantes, menos trascendentes, menos indicativos o menos queridos. Queremos que Sigüenza genere focos de cultura y de formación. En definitiva, que su patrimonio no se deteriore, sino que repercuta en beneficio de la ciudad». 

«Tenemos que abrir y ventilar las iglesias para que el patrimonio no se vaya deteriorando», indica el obispo de Sigüenza-Guadalajara«Tenemos que abrir y ventilar las iglesias para que el patrimonio no se vaya deteriorando», indica el obispo de Sigüenza-Guadalajara - Foto: Juan LazaroEl prelado es consciente de la importancia del turismo en el desarrollo económico de la Ciudad del Doncel. «Tenemos que seguir promocionando la catedral, desde el punto de vista histórico y artístico, y desde el punto de vista de lo que significa la celebración de la fe, porque llegar a Sigüenza y visitar la catedral es una experiencia única».

«A los obispos nos preocupa la despoblación y tenemos reuniones para hablar de la España despoblada»

Le preocupa la conservación del patrimonio y la despoblación. Dos cuestiones íntimamente relacionadas. «La península, desde el punto de vista demográfico, es como una campana. La población tiende a asentarse en la periferia. En medio está el badajo, Madrid, de cuya expansión participamos también nosotros. El resto está vacío. ¿Me pregunta usted si soy optimista respecto a la despoblación? Le diría que soy realista. Pero le pongo un contraste: la diócesis de Jaca solo tiene 46.000 habitantes, pero recibe al año un millón y medio de turistas. Un servidor ha podido participar en muchas celebraciones de la eucaristía, en la ciudad de Jaca, con la catedral llena de personas que habían ido a esquiar en invierno, o a disfrutar de un clima excelente en verano. La Iglesia tiene que estar donde está la gente, pero sin olvidar la luz encendida en la casa de un pueblo perdido. Nosotros no tenemos la posibilidad de modificar la geografía ni la demografía, pero queremos cultivar una sana relación con todas las personas. Queremos que haya un equilibrio. A los obispos nos preocupa la despoblación y tenemos reuniones periódicas para hablar de la España despoblada. Necesitamos una renovación generacional porque, desgraciadamente, los índices de natalidad en España no mejoran».

A lo largo de la entrevista, reflexiona sobre la inmigración y la necesidad de dar formación y trabajo a las personas desplazadas. También confiesa su alegría cuando le comunicaron su actual destino pastoral. «Recibí un correo electrónico del nuncio, cuyas comunicaciones suelen hacerse a través del teléfono, y pensé que era una broma. Como ponía 'conteste usted cuando pueda a este correo', lo hice inmediatamente y verifiqué que, efectivamente, era una propuesta real. Aquella noche dormí con una sonrisa en los labios».  

No considera inconveniente tener dos sedes en la diócesis y afirma que aprovecha los viajes en coche para reconciliarse con «la naturaleza y la creación». «Un servidor – añade – siempre ha sido más de despacho, de estudio, de impartir clases como profesor, pero no me da pereza coger el coche. Lo hago con gusto».

Don Julián desvela que a los obispos les preocupa la despoblación y tienen reuniones para hablar de esta problemáticaDon Julián desvela que a los obispos les preocupa la despoblación y tienen reuniones para hablar de esta problemática - Foto: Juan Lazaro¿Cómo ve a la juventud actual? «He nacido en un siglo y en un milenio diferente al actual. La sociedad ha cambiado mucho. Los jóvenes ya no se preguntan en qué parte de España van a trabajar, sino en qué lugar de Europa. Tengo sobrinos que han trabajado en Holanda y una sobrina que vive en Manchester. La sociedad les hace experimentar el crecimiento de cada día a la intemperie. Pero, tienen grandes valores. Son generosos, solidarios y sinceros. Menos religiosos que nosotros, aunque, no por ello, menos espirituales. Tienen también mayor capacidad de sintonía y diálogo con cualquier persona y sienten como propios los sufrimientos y las alegrías de los demás. Eso es muy positivo». 

«Tenemos que avanzar en el respeto hacia quienes piensan de manera diferente a la nuestra»

Confiesa que no usa las redes sociales, a pesar de definirlas como «el atrio de los gentiles, la plaza donde se encuentran hoy los jóvenes; donde se comunican, se interpelan y donde abren el horizonte a perspectivas y propuestas nuevas». También manifiesta su preocupación por la crispación en la política y en la sociedad españolas. «Vivimos un ambiente enervado, sin capacidad de diálogo y de escucha. Falta serenidad y sobran enfrentamientos y descalificaciones personales. Además de anunciar el Evangelio, la Iglesia tiene que construir y tejer vínculos sociales, que haya posibilidad de avanzar en el respeto hacia quienes piensan de manera diferente a la nuestra».

Sin perder nunca la compostura, monseñor Julián Ruiz recuerda, con una sonrisa en los labios, su entrada a caballo en la principal sede episcopal, Sigüenza. Todo un reto. «Don Atilano, cuando hablamos la primera vez, me dijo: '¿tú montas a caballo?'. Dije: no. Luego, Don José Sánchez (obispo de Sigüenza entre 1980 y 1991), lo mismo: '¿sabes montar a caballo?'. Todo el mundo me preguntaba lo del caballo. En realidad, no fue un caballo. Fue una yegua, de nombre Ginebra, a la que deseé desde el principio que le hubieran dado una buena comida y facilitado un feliz reposo. Yo solo había montado de chaval los típicos mulos en el pueblo de mi padre. No soy un jinete acreditado, pero tampoco tuve miedo. Resulta incómodo montar a caballo con sotana, pero estaba rodeado de buenas personas y la yegua se portó muy bien».

Aquella tarde del 23 de diciembre, camino de la catedral, primero en yegua y después caminando sobre una alfombra preciosa, de colores, realizada el día anterior por fieles seguntinos, Don Julián consiguió contener su emoción. «Hicieron un gran esfuerzo de generosidad y estoy muy agradecido. Muy agradecido a todas las personas que me demostraron su afecto y sensibilidad». 

En su vuelta a la Castilla-La Mancha que le vio nacer recuerda imágenes borrosas de Toledo, Ciudad Real y Albacete. «Tenemos una región, que es una maravilla. No sólo por su enclave en el centro peninsular, sino por su historia, tradiciones, paisajes, gastronomía y diversidad. Son potencialidades que tenemos que poner a disposición de los demás»

El obispo de Sigüenza-Guadalajara, como cada mañana, se levanta temprano, calienta la taza de leche en el microondas, hace la cama, celebra la eucaristía y se pone a trabajar –en el mismo despacho donde nos encontramos– hasta las dos de la tarde. Hoy, al terminar la entrevista, recibirá al sacerdote número 133, Alfonso Olmos. Una cifra elevada, si tenemos en cuenta que, en estos momentos, sólo hay un seminarista en toda la diócesis, que, además, está estudiando en Madrid. 

Antes de terminar la conversación entre paisanos, me confiesa que no hay nada más parecido a un obispo que otro obispo. No le gustan las etiquetas de conservadores y progresistas, y califica al nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, Don Luis Argüello, de «intelectual de gran experiencia, que lee y reflexiona mucho. Un hombre de gran formación, como el secretario general, José Cobo». 

Mañana, Don Julián volverá a ponerse al volante de su coche y disfrutará de algunos de los «excelentes amaneceres y atardeceres de la provincia de Guadalajara». Pasando una nueva página de lo que él llama «el libro de la creación firmado por Dios». 

 

«Estoy recorriendo en coche Guadalajara y me parece una provincia bellísima»

La Cuenca de su infancia y adolescencia le parece a Don Julián Ruiz más pequeña y reconocible que la de ahora. Allí vive todavía, con cien años, una tía suya, y a ella ha vuelto por razones familiares con alguna frecuencia, aunque confiesa que lleva mucho tiempo sin pasear por el parque de San Julián y sin contemplar las hoces del Huécar y del Júcar. 

«Mis hermanos suelen ir a veranear al pueblo de nuestro padre, Valdemeca, que se encuentra en la serranía de Cuenca, muy cerca de Tragacete, pero yo hace mucho que no voy. En Cuenca hay muchas cosas para ver y disfrutar. Además de las casas colgadas, tenemos el Museo de Arte Abstracto, la catedral, las tradiciones en torno a San Julián. La ciudad – comenta – siempre ha tenido una gran intensidad cultural. Muchas personas venían de Madrid porque tenían dificultades con el régimen de Franco, y los exiliaban a Cuenca».

Le pregunto por su segundo apellido, Martorell, y me cuenta que su abuelo Félix era natural de Reus (Tarragona) y se trasladó con su familia a Cuenca por recomendación médica. El clima de la serranía conquense era muy recomendable para combatir las afecciones respiratorias.

El nuevo obispo de Sigüenza-Guadalajara estudió en el Colegio San Vicente de Paúl, muy cerca de su casa y del hospital en el que trabajaba su padre. «Allí todo estaba cerca. Luego, estudié en el Instituto y dos años más en los Salesianos, donde un hermano mío ya era profesor. En Zaragoza, volví a los Salesianos, hasta que fui a la Universidad, para estudiar Matemáticas. Zaragoza nos acogió muy bien. Mi madre siguió trabajando en su especialidad de enfermería y nos integramos perfectamente. Tengo ya 15 sobrinos, todos aragoneses».

La vocación sacerdotal de Don Julián surgió a los 15 años, durante unos ejercicios espirituales con los Salesianos. «Un sacerdote me preguntó si no había pensado alguna vez en ser sacerdote. Sinceramente, no lo había pensado nunca. Yo de pequeño quería ser maestro o profesor, porque era lo único que podíamos estudiar entonces en Cuenca. Nací en una familia de tradición cristiana, pero no me lo había planteado. Sin embargo, la pregunta de aquel sacerdote volvió a mi corazón a los 17 años, cuando estaba estudiando primero de Matemáticas. Pensé que podría ser una orientación básica en mi vida y tomé la decisión de ingresar en el Seminario de Zaragoza. Desde entonces, nunca he tenido dudas vocacionales».

Pese a vivir tantos años en Aragón –los últimos 13 al frente de las diócesis de Huesca y de Jaca–, los escenarios de su infancia siguen estando presentes. «Me siento muy identificado con el paisaje y con el carácter y temperamento de las gentes de Castilla-La Mancha. Aquí estoy como en casa, aunque también me sentía como en casa en Aragón. Ahora estoy recorriendo en coche Guadalajara y me parece una provincia bellísima. Tiene una variedad de paisajes y lugares preciosos, que yo desconocía. Estoy encantado, tanto del paisaje como de la capacidad de acogida de sus habitantes».